El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: El elegido, para sorpresa de casi todo el mundo, ha sido Alfonso Alonso

Les voy a decir una cosa.

Reemplazando a una ministra que, llevando toda la vida en política, rehuía las comparecencias, temía a la prensa y era incapaz de hilvanar un discurso político, llega al ministerio de Sanidad Alfonso Alonso, mano derecha de Soraya Sáenz de Santamaría en el grupo parlamentario popular la legislatura pasada y mano derecha e izquierda de la presidencia del gobierno en ese mismo grupo en la legislatura presente.

ondacero.es

Madrid | 02.12.2014 20:10

Alonso, alcalde de Vitoria antes de ser diputado, bregado en el debate (y la negociación) política y bastante más dado que su antecesora al cuerpo a cuerpo parlamentario y al cuerpo a cuerpo con los periodistas, ha sido –para sorpresa de casi todo el mundo- el elegido por Rajoy para cubrir el hueco Mato. La vacante que queda ahora es la portavocita del grupo del gobierno en el Congreso, que es, a la vez, la interlocución con los demás grupos para forjar acuerdos, empezando por el grupo parlamentario socialista. Y la duda que queda ahora (esto lo dejamos para la tertulia) es qué lógica se esconde tras la decisión de Rajoy: por qué le parece pertinente trasladar a su hombre en el Congreso hasta un ministerio que no consta que estuviera en sus aspiraciones y al que le queda apenas un año de mandato. El recambio de ministros se agota ahí: ya dijo Rajoy ayer que no habría remodelación de gabinete sino relevo único. Tal como dijo ayer, y no le falló la “intuición” al presidente, ¿verdad?, que los datos del paro de noviembre serían buenos.

Lo que es tener olfato para el registro oficial de parados. Los datos, en efecto, han sido buenos. Menos parados, más afiliados. ¿Cuántos? Quince mil parados menos, cinco mil cotizantes más. Ya, ¿y desestacionalizados, que siempre decimos que es como deberían darse? Ah, ahí tampoco le pillas al presidente porque desestacionalizados siguen siendo positivos: cincuenta mil parados menos, noventa y cinco mil afiliados más. O sea, que sí, que los números esta vez (y sin entrar, claro, en el tipo de contratos que se están firmando, su duración y su salario -porque nada de eso aparece nunca en las cantidades totales que manejamos-) son claramente positivos. Por eso esta mañana Rajoy, en el cónclave con sus barones, baronesas, altos cargos del partido, cargos intermedios, aspirantes a tener más cargo, es decir, la plana mayor del PP, no paraba de hablar de lo bien que han salido estos datos y lo ligerita que se nos ha quedado la prima de riesgo. Ay, la prima, la malvada prima que trajo de cabeza a Rodríguez Zapatero y que reinando ya Rajoy llegó a ponerse en 630 puntos. Hoy por debajo de los 110, ¿qué os parece?, les decía Rajoy a sus hombres y mujeres de partido, ¿qué me decís de la prima de riesgo? Pero ellos, hay que entenderlo, tienen la cabeza en otra cosa. Que se va acabando el año, presidente, que en mayo son las elecciones (autonómicas y municipales, las nuestras), que aún nos tienes a unos cuantos en ascuas, que ya sabemos que esto lo decides tú y sólo tú, pero vamos, que para cuándo la fumata blanca, que si sabes ya quiénes serán, o seremos, los candidatos. Y Rajoy a lo suyo: ¿habéis visto que la prima sigue bajando?” “Ya, presidente, pero ¿seremos candidatos nosotros?, ¿seré yo, señor, seré yo?” “¿Y el paro, qué me decís del paro de noviembre, se crea empleo por primera vez desde 1996, atended a la fecha, 1996, he mejorado todos los noviembres de Aznar, reconocedmelo”. “Ya, presidente, pero que para cuándo los candidatos”. “La afiliación, ¿os he hablado de la afiliación?”

Si los hombres y mujeres del presidente confiaban, por ser ellos quienes son, en que Rajoy les respondiera con precisión (y no como hace en las ruedas de prensa) a estas horas ya saben que no hay manera. El marianismo es así. Mide el tiempo como los astronautas de Interstelar, lo que para nosotros son seis días para él es un nanosegundo. Dices: a ver, si no le corre prisa cubrir la sede vacante del ministerio de Sanidad (seis días ya con Soraya de suplente), menos le va a correr la decisión sobre cabezas de cartel para mayo. Y eso que esta vez hay vacantes muy sonadas y en plazas golosas: el ayuntamiento de Madrid, amortizada Botella; la comunidad valenciana, difuminado Alberto Fabra; la confirmación, o no, de Ignacio Gónzalez, viejo conocido del presidente; o de Monago, que es el único que, por su cuenta y riesgo y sin esperar a Madrid, ya ha dicho que él se presenta de nuevo. Por no hablar de Andalucía: qué pasa si Susana, en una pirueta improbable, adelanta las elecciones andaluzas. Rajoy dará respuesta a tantas inquietudes pero no ahora. La última vez que lo dejó para el final puso a Cañete y no parece que le saliera la jugada redonda, pero hasta finales de enero no habrá anuncio alguno sobre candidaturas y relevos. Convoca el PP un gran acto de autoestima (“convención” lo llaman) para el veintitantos del mes que viene. Seis días antes, por cierto, de la manifestación (aún sin lema) que prepara Podemos.

Pensando ya en la próxima legislatura le preguntaron hoy a Cospedal (los periodistas) si contempla la posibilidad de pactar con otros partidos. Entiéndase que esto de anticiparnos en un año, o así, a los hipotéticos escenarios políticos es un entretenimiento muy nuestro, de periodistas y de tertulias. “Y en caso de que ustedes no tuvieran mayoría absoluta pero quisieran seguir gobernando, ¿estarían dispuestos a pactar con otros partidos?” La respuesta correcta es “a ver, ya me dirás tú si no cómo gobernamos”. ¿Hablarían con el PSOE, para hacer una gran coalición, por ejemplo? “Pues hombre, habría que mirarlo”, ha dicho Cospedal. Y nada más decirlo se disparó la alarma anti incendios en el despacho del secretario general del PSOE. Le empezó a llover agua del  surtidor del techo a Pedro Sanchez. “César, césar, ¿pero que está pasando?” “Que ha dicho Cospedal que no descarta gobernar en coalición con nosotros”. “Oh no, dime que no es verdad, qué horror, qué mal, qué desastroso todo: sal ahora mismo a decir que ni de...broma”. Y salío César Luena, bienhumorado como casi siempre. “Que ya entendemos que somos el partido de moda”, dijo, “pero que vamos, Cospedal mejor se busca otro novio porque Sánchez no queda con gente de derechas”. Esto de la gran coalición es como una pesadilla que persigue a los socialistas. A Felipe González se le ocurrió decir que igual no era una mala idea y acabó el hombre pidiendo perdón porque le torció la campaña electoral a Rubalcaba, la de las europeas -menos mal que luego Cañete se sinceró sobre sus dificultades para debatir con señoras y quedó en el olvido la gran coalición a la alemana-. Ahora es el PP quien no lo descarta. Y dices: pero cómo lo van a descartar si no hay una sola encuesta que les atribuya hoy mayoría absoluta en ningún sitio. Para sumar, tendrá que buscarse un aliado que aporte suficientes escaños, y viendo el lánguido estancamiento en que parece instalada UPyD, muchas alternativas no le quedan, salvo que se anime a Rajoy a explorar una gran coalición con Pablo Iglesias -esto sí que nadie lo imagina, más que nada porque aún no ha dado prueba el presidente de saber cómo se llama el líder de Podemos-.

Mientras PP, PSOE, Podemos, se entregan al debate sobre qué recetas son mejores para salir de una vez de la crisis y bajar el paro, no en catorce mil, sino en cinco millones de personas, en Cataluña el gobierno autonómico y su principal aliado parlamentario lo tienen más fácil. Hace tiempo que ambos (CiU y ERC, Mas y Junqueras) concluyeron que el remedio a todos los problemas, penurias, carencias que sufre o pueda llegar a sufrir Cataluña (crisis y paro incluidos) es emanciparse de España. Se explayó en ello el líder de Convergencia hace hoy una semana, solista ante tres mil espectadores a mayor gloria de sí mismo, y está en ello, ahora mismo, el líder de Esquerra. Mas y Junqueras librando su partida de mus a base de actos multitudinarios y público interpuesto: el destinatario del monólogo de Mas era Junqueras y el destinatario de la conferencia de Junqueras es Mas, aunque ambos requieran de altavoz para convertir su pulso en esto que pretenciosamente llamamos la hora de ruta. Lástima que el remedio a todos los males que ambos recetan sea justo el que no está hoy al alcance ni del uno ni del otro: la independencia.