Tachando ya los días que nos quedan para jubilar el 2021, ¿verdad?, y con la duda de si antes de que llegue la Nochevieja no habrán cambiado las normas, las restricciones, en aquellas comunidades autónomas que peor evolución presentan respecto del coronavirus.
Las navidades de 2021 no van a ser como las del 2020, cierto. Pero se van a parecer más a las de 2020 que a las de todos los años anteriores a la pandemia. Porque obligaciones, tenemos. De mascarilla en los espacios cerrados, de distancia social en los espacios abiertos, de cuarentena para los infectados, de test para quienes hayan tenido contacto con ellos y de certificado covid para viajar (o para asistir a espectáculos, a restaurantes o a residencias de mayores en algunas regiones). Las medidas se van adaptando a la extensión que van alcanzando los contagios, y eso explica que en Navarra, la comunidad en peor situación, se recomiende ya que en las reuniones familiares no haya más de diez personas y no quepa descartar que acabe siendo no una recomendación sino una orden de obligado cumplimiento.
Aquellos días felices, de octubre, en que llegamos casi a tocar suelo de incidencia, con la media nacional en los cuarenta casos, quedan cada vez más lejos: hoy estamos cerca de los 450.
Aquel discurso complaciente que Sánchez y su gobierno han estado haciendo hasta hace cuatro días, el salmo responsorial de lo bien que estábamos en comparación con otras olas y con otros países, va dejando paso, a la fuerza ahorcan, al reconocimiento de que todos los indicadores empeoran y que la presión en los centros de atención primaria y en los hospitales de las comunidades con peor pronóstico va abriendo camino al regreso de las medidas más impopulares.
Los gobernantes se encomiendan a la responsabilidad individual y a las vacunas
Decisión que hoy se terminará de tomar: tercera dosis ya para los mayores de cincuenta años y todos los trabajadores de servicios esenciales que recibieron la pauta de AstraZéneca. Ya que el paso del tiempo debilita la inmunización, dosis de refuerzo para reactivarla. Y desde ayer, novedad en todo el país, la vacunación de los críos menores de doce años.
El año va terminando con subidas preocupantes
Subidas, subidas, subidas, decíamos ayer y podemos seguir diciendo hoy. A la mala evolución de la epidemia añadimos la muy mala evolución de los precios. Una crisis trajo la otra y así como no se atisba el cambio de tendencia en los contagios no se atisba tampoco el cambio de tendencia a la inflación. Esto, cada vez, va más para largo. 4% en septiembre; 5,4% en octubre; 5,5% en noviembre. Si la energía es lo que está empujando la inflación hacia arriba, poco descenso cabe esperar viendo que el megavatio hora, el maldito megavatio, vuelve a estar hoy más caro que nunca: récord histórico, por encima ya de los trescientos euros (en agosto, cuando superó por primera vez los cien, nos pareció una noticia alarmante; de cien a trescientos en tres meses y medio).
¿Primera consecuencia? Que al gobierno le toca mantener las medidas fiscales de emergencia que aprobó al comienzo del otoño: IVA rebajado y algunos de los muchos impuestos de la factura suspendidos. ¿Segunda consecuencia? La revisión, que acabará llegando, de las previsiones económicas para el próximo año. O traducido, que con los precios en el 5,5% y sin signos de que vayan a bajar de aquí al verano, hay que rehacer todas las cuentas a peor. Y encarar un comienzo de año con pérdida de poder adquisitivo en todos los hogares. Si los precios se encarecen un cinco y medio y los salarios, como mucho, crecen un dos y medio (o las pensiones) significa que el dinero que ganamos nos va a dar para comprar menos cosas. Y significa que a la crisis ---que ahí sigue--- se le va a añadir malestar y reivindicaciones. Y que a la negociación que ahora tienen abierta patronales y sindicatos por la reforma laboral se añade la tensión creciente entre ambas partes por las subidas salarias para el próximo año.
Esta semana quería el gobierno haber anunciado el acuerdo para la nueva legislación laboral (aún tiene margen).
De momento lo que ha podido anunciar es la reconciliación con Esquerra Republicana. Ya se le va pasando el mosqueo a Rufián, que se sintió (o se supo) tangado en lo de la cuota de Netflix. El gobierno ha dado satisfacción a los de Junqueras inventando la manera de que las productoras audiovisuales catalanas tengan garantizado su negocio. Ya no se trata de si Netflix o la HBO tienen mucho producto de su catálogo en lengua catalana, se trata de que tengan que soltar una parte de los ingresos que obtienen en España para contratar profesionales y empresas de Cataluña.
A ver, Esquerra Republicana está decidida a convertirse en la Convergencia i Unió de nuestro tiempo, con Junqueras en el papel del Pujol indultat. Y ya ejerce de lo que siempre ejerció CiU en Madrid, que fue de conseguidora de de subvenciones para empresas catalanas. El Gabriel Rufián 2022 es el Rufián lobbysta. Con la lengua como bandera pero amarrando trabajo, encargos, contratos para el gremio del audiovisual catalán. Y no lo digo yo. Lo dijo él.
La manera de expresarse en el Congreso
Se va imponiendo este estilo un poco tosco, o zafio, en la manera de expresarse en el Congreso.
Se entusiasmaron los diputados del PP, los más expansivos, al menos, al escuchar a su líder supremo decir chorrada y coño en su intervención parlamentaria. Hay quien identifica la vulgaridad con la firmeza. A Sánchez le pasaba en 2015 cuando decía coño al hablar de Rajoy. A Casado se ve que le gustó y lo hace suyo él, ahora. Ya pasó con el no es no, que lo inventó Sánchez como estrategia política y hoy se lo echa en cara a quienes le emulan.
Casado y Sánchez, qué pareja. Ahora que ya se repartieron los sillones del Tribunal Constitucional, fingen que no se pueden ni ver el uno al otro. Teoría y práctica del fingimiento.