Aquí, en España -lo sabemos- despierta más pasiones la política estadounidense o los problemas crecen de la familia real británica que cualquier cosa que suceda seis kilómetros al oeste de Badajoz, o sea, en Portugal. Pero dejemos constancia de que hoy deja de ser primer ministro de nuestros vecinos un amigo de España -y del presidente Sánchez- que responde al nombre de Antonio Costa.
El socialista que marcó el camino a la izquierda española fraguando un pacto que le permitiera gobernar aun habiendo perdido las elecciones -año 2015-, que mereció el respaldo muy mayoritario de la sociedad portuguesa en las dos elecciones siguientes -del 32% del voto al 42% y una mayoría absoluta que era la envidia de los gobernantes europeos- y que se quitó de en medio al verse salpicado su gobierno por un caso de corrupción.
El entendimiento, el pacto, entre los dos partidos centrales: socialistas y conservadores
Hoy Antonio Costa, socialista, pasa el testigo a Luis Montenegro, conservador. Está por ver que sea realmente una despedida de la vida pública porque podría acabar recalando en las instituciones europeas como presidente fijo de la Unión -a la manera en que Durao Barroso acabó presidiendo la comisión-. Pero en este día de relevo portugués sus críticos le reconocen a Costa haberse conducido con esa cosa (tan de otro tiempo, sobre todo en España) que se llama cortesía política y respeto institucional.
Tuvo de todo en sus ocho años de gobierno y en los años previos de alcalde de Lisboa y líder de la oposición, pero nadie dirá que pasa a la historia por haber envenenado el debate público portugués.
Neutralizado el compadre de Abascal en Portugal, Ventura
Su adversario conservador, Montenegro, inicia un gobierno en minoría para el que va a tener que buscar el acuerdo con el Partido Socialista por ejemplo para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Y es precisamente eso, la posibilidad de entendimientos entre los dos partidos centrales, conservador y socialista, lo que ha dejado colgada de la brocha a la extrema derecha portuguesa. Neutralizado el compadre de Abascal, Ventura, por la fuerza que suman -cuando pacta- los otros dos.
Es precisamente la posibilidad de entendimientos entre los dos partidos centrales, conservador y socialista, lo que ha dejado colgada de la brocha a la extrema derecha portuguesa
Los partidarios de Costa admiten una sombra en sus ocho años de gestión: en 2015 la extrema derecha no era nadie, en el 19 consiguió un escaño, en el 24 tiene cincuenta. Cuando es bajo tu gobierno, gobernando tú, cuando la ultraderecha engorda, puedes echarle la culpa a tus rivales o al empedrado, pero acostumbra a ser más inteligente examinarte ante el espejo y preguntarte en qué medida el aliento se lo has dado tú.
El día que Sánchez se encaró con Manfred Weber en Estrasburgo y le repitió el estribillo de que el PP pacta con la extrema derecha en lugar de repudiarla, Weber le replicó que lo que ha permitido que las instituciones europeas se conviertan en lo que hoy son es el entendimiento, y el pacto, entre los dos partidos centrales: socialistas y conservadores. Y es la capacidad -y antes aún, la voluntad de acordar- lo que habrá de diluir el empuje de las extremas derechas europeas en caso de que obtengan en junio el buen resultado que les están adjudicando las encuestas.
La anomalía de nuestra política patria
La anomalía de nuestra política patria, nuestro hecho diferencial, es la ineptitud de los dos partidos centrales no ya para pactar, no ya para entenderse, sino para soportarse, para no despreciarse, empezando por el trato personal.
El ministro Puente dijo ayer en este programa que es una anécdota que quien ha perdido unas elecciones se niegue a felicitar, en la noche electoral, a quien las ha ganado. Porque si va a intentar gobernar, aun habiendo perdido (y en su derecho está) el otro se lo tomaría como una chufla. Ése es el nivel, hoy de la relación.
La anomalía de nuestra política patria es la ineptitud de los dos partidos centrales no ya para pactar, no ya para entenderse, sino para soportarse, para no despreciarse, empezando por el trato personal
Cómo de envenenado estará todo para que resulte inimaginable que la noche del 23 de julio Sánchez hubiera llamado a Feijóo para decirle: ‘Felicidades por tu victoria en las urnas, Alberto, y que sepas que intentaré ser investido y ahí te ganaré yo’. Y que Feijóo hubiera respondido: ‘Gracias por la llamada, Pedro, lo intento yo, lo intentas tú y si me ganas, tendré que felicitarte yo’.
Inimaginable. Una chufla, que diría el ministro. Qué necesidad habrá de cortesía pudiendo parir comisiones de investigación que no van a investigar nada porque aquí de lo que se trata es de chapotear. Que comparezca Armengol, en el Senado. Que se persone Ayuso, en el Congreso. Ojo que hago desfilar a Begoña. Ojo, que cubro de sospechas a tu hermana. Todo se sabrá, dicen, todo se sabrá. Sin aportar nada que, en realidad, no se sepa ya porque de lo que se trata no es de saber sino de enredar.
Óscar Puente no le teme a la impopularidad
Al ministro de Transportes hay que reconocerle que no teme a la impopularidad. Se personó ayer aquí e hizo dos cosas: decirles a los usuarios de la alta velocidad ferroviaria lo mal que le parece que los precios estén tan bajos -dio por hecho que subirán, enhorabuena a los viajeros- y explicar qué municipios pueden irse olvidando de tener tren alguna vez, no ya de alta velocidad sino de velocidad normal.
Amigos de Marbella, amigos de Aranda, olvidaos del tren porque no llegará. Amigos de Valladolid, olvidaos del soterramiento porque ese plan era progresista cuando el PSOE lo prometió ante notario en el año 15 pero es un plan muy derechista ahora que el PSOE gobierna España. Donde no compensa la inversión, no compensa y se acabó.
Desde Ouigo aseguran que están democratizando la alta velocidad
La empresa Ouigo, francesa y controlada por el Estado francés, ha replicado a esto que dejó dicho el ministro, que amaga con llevarla ante la Comisión de la Competencia.
A subir precios, franceses, que si no no hacéis negocio. Los de Ouigo han respondido que ellos del negocio algo saben porque llevan diez años allí y tres años aquí. Que en contra de lo dice Puente esperan entrar en beneficios ya en este 2024 y que están democratizando la alta velocidad -esto de democratizar se lleva mucho, ya lo dijeron las compañías aéreas de low cost cuando las grandes aerolíneas se quejaban de que vendieran billetes a Amsterdam por cuarenta euros-.
El tiempo dirá si los precios suben o no suben, pero esto de ver a un ministro del gobierno Sánchez yendo a la guerra contra el francés, que es Macron, en la confianza de que encarezca los billetes es un escenario inédito de conflicto político-comercial
‘En nuestros trenes cabe más gente que en los de Renfe’, es lo que han venido a decir los franceses, con más pasajeros por viaje si llenamos el tren, lo tenemos hecho. El tiempo dirá si los precios suben o no suben, pero esto de ver a un ministro del gobierno Sánchez yendo a la guerra contra el francés, que es Macron, en la confianza de que encarezca los billetes es un escenario inédito de conflicto político-comercial. No diré choque de trenes para que Raúl del Pozo no me lea la cartilla por tirar de tópico.