El año pasado ya coincidieron poco los premiados con los globos y los premiados con los oscar. Este año huele a que van a coincidir aún menos. “Lincoln” -y Spielberg- esperan la revancha. Los globos de la noche (no los de oro, sino los del mosqueo por la escasísima cosecha que lograron) fueron los de “Lincoln”y “Zero Dark Thirty” (la de Bin Laden).
Katryn Bigelow, autora de esta última película y envuelta en polémica por la justificación de la tortura que algunos creen ver en la cinta, fue premiada -a falta de globo- con el chiste más bruto de la noche: “Tratándose de la tortura”, dijo una de las presentadoras, “me fío del criterio de quien ha estado casada tres años con James Cameron”. La historia de cómo Estados Unidos eliminó a Bin Laden en Pakistán entrando por su cuenta en ese país y llevándose el cadáver ha sido, con diferencia, el estreno más sonado de lo que va de año, pero no es seguro que esa notoriedad mediática y de taquilla vaya a verse acompañada por el éxito en el palmarés.
Anoche, a Spielberg y a Bigelow les robó la merienda Ben Afleck con su doblete: mejor director y mejor película por “Argo”, una versión libre de la crisis de los rehenes de Teherán contra la que anuncia una película-respuesta el régimen iraní, que ha encargado ya a un director de la cuerda que les baje los humos a los americanos.
“Argo”narra una de los aspectos de aquella enorme crisis que se le planteó a Jimmy Carter en el 79 a raíz del asalto de la embajada estadounidense en Teherán. En concreto narra la parte de la historia que se les dio mejor a los norteamericanos, porque aquella crisis llevó a Carter a ordenar una intervención militar para rescatar a los rehenes (operación Garra del Desierto) que terminó en uno de los más sonados fiascos de la historia reciente de Estados Unidos: un helicóptero y un Hércules ardiendo y otros cinco abandonados en medio del desierto. De aquel fracaso surgió la iniciativa de reforzar y mejorar los Seals, el cuerpo de operaciones especiales más conocido de Norteamérica que se iría especializando, con el tiempo, en la eliminación de objetivos (personas) consideradas enemigas y la liberación de rehenes estadounidenses en cualquier lugar del mundo.
Su éxito más conocido es la muerte de Bin Laden, aunque lo que más a menudo les toca hacer es sacar americanos de Somalia, ese país (estado fallido) que está en la memoria colectiva de los norteamericanos como el lugar donde les derribaron los Black Hawk. Los mismos militares del Seal Team Six, el equipo seis, que asaltaron la residencia de Bin Laden en 2011 habían liberado dos años antes a Richard Phillips, capitán de un buque americano secuestrado en Somalia, y liberarían al año siguiente a otros americanos rehenes de piratas somalíes. Cuando Estados Unidos celebró la liberación del capitán Phillips, Francia estaba lamentando el fracaso parcial de una operación similar realizada por sus grupos de operaciones especiales para liberar a los rehenes de un velero que había caído en manos, también, de los piratas somalíes. Uno de los rehenes murió en la operación, lo que generó controversia en la sociedad francesa porque otros gobiernos estaban optando por negociar con los secuestradores atendiendo al valor principal de las vidas en juego.
Nicolás Sarkozy, que era presidente entonces, lamentó la muerte de un rehén pero reafirmó su decisión de no ceder nunca al chantaje de los secuestradores. La misma declaración la hizo en 2010, cuando fue degollado un cooperante de 78 años al que las tropas francesas habían intentado liberar, sin éxito. La misma declaración se escuchó en enero de 2011, cuando una pareja francesa fue asesinada en Níger. Y la misma declaración que hizo Francois Hollande este sábado al confirmar el fracaso de la operación militar para rescatar a Denis Allex, ciudadano francés vinculado a los servicios secretos, que fue asesinado (aparentemente) por los secuestradores en una operación en la que también perdieron la vida dos militares galos. Pese al sacrificio, pese al desenlace, dijo Hollande, “confirmo la determinación de Francia de no ceder al chantaje de los terroristas”.
El presidente francés ha tomado en los últimos seis días dos de las decisiones más relevantes de su mandato: la luz verde a la intervención de los cuerpos especiales en Somalia -”hacía falta correr el riesgo”, ha dicho el gobierno francés- y el despliegue terrestre de tropas francesas en Malí, la declaración de guerra a los grupos armados que controlan el norte del país y que tratan de extender ese control al sur y a países limítrofes; grupos entre los cuales hay algunos especializados en el secuestro de europeos en el Sahel como forma de sacar dinero a los gobiernos de sus países de origen, como bien sabemos.
Cuando la única historia es la de ciudadanos capturados por un grupo islamista cuya vida está en riesgo -cooperantes, periodistas, participantes en caravanas solidarias- el debate sobre si hay que negociar o no con los secuestradores apenas tiene recorrido en nuestro país, donde estas historias siempre han discurrido igual: con el llamamiento del gobierno a la prudencia y el silencio (déjennos hacer, nos dicen y le dicen a las familias), la intervención del Centro Nacional de Inteligencia para confirmar qué grupo es el autor del secuestro (los hay que sólo quieren dinero para hacer la Yihad, los hay que prefieren sangre europea para alimentarla), el establecimiento de contactos con el gobierno de la zona que mejores contactos tenga, a su vez, con ese grupo y la negociación, que suele ser muy larga, sobre cuánto vale la vida de uno de los nuestros. Se paga, se desmiente que se haya pagado, se celebra -lógicamente- la recuperación de nuestros nacionales y la vida sigue.
Es ahora, cuando la noticia no es la captura de ciudadanos a manos de grupos armados del Sahel sino el avance de esos grupos - en Malí dos, sobre todo, Al Qaeda del Magreb Islámico y Ansar Dine- y la amenaza que ese avance supone para la región y para el sur de Europa cuando el dibujo completo de lo que sucede en el Sahel se abre camino y con él, tiene sentido que se hable de ello, el debate sobre qué posición tiene cada gobierno europeo respecto de lo que hay que hacer. La posición de Francia, primer país que se ha lanzado a participar militarmente de la guerra contra el islamismo en el Sahel, se podrá compartir o no (no ha esperado a discutir el asunto con los otros gobiernos europeos), pero tiene coherencia. La doctrina oficial dice que no se negocia la liberación de rehenes. Son ocho los franceses que aun permanecen secuestrados por grupos islamistas: Al Qaeda del Magreb Islámico retiene a cuatro de ellos desde hace dos años y medio. En Francia hay quien cuestiona la decisión de Hollande en Malí porque entiende que lanzar esta ofensiva militar es condenar a muerte a esos rehenes.
La OTAN, la ONU, apoyan a Francia en esta iniciativa. Todos la apoyan pero nadie se suma. El Reino Unido, Bélgica, Alemania, ofrecen apoyo logístico. ¿Y España? España también, apoyo logístico pero no acciones de combate. Mientras todo siga como hasta ahora, los gobiernos hablarán de Malí como el conflicto de un país concreto que nos interesa, pero de lejos. En caso de que el asunto se complique, cambiarán el discurso para decirnos que hay que impedir que el Sahel se convierta en Tora Bora.