OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "En esta, y en todas las campañas, hay los debates electorales que quiere el que ya es presidente"

Al menos vamos a agradecer a los cinco señores que aspiran a presidir el gobierno de España y sus cinco cortes de sherpas, gurúes y estrategas que nos hayan ahorrado el tostón del debate sobre cuántos debates deben hacerse en una campaña electoral. Un quintal de verborrea menos.

Carlos Alsina

Madrid | 04.10.2019 08:14

En esta, y en todas las campañas, hay los debates que quiere el que ya es presidente. Y no hay los que no quiere que haya. ¿Por qué? Porque el único interés de los demás es confrontar con el que manda. Debatir entre ellos, sin Sánchez presente, no les pone nada. Sí, ya sé que se llenan todos la boca cantando las bondades de debatir; que dicen ‘yo, por mí, debato con quien sea’; cuantos más, mejor, patrañas de ésas.

Luego le dices a Pablo Iglesias que se anime a un cara a cara con Errejón y te pone cara de no me toques los… galones. Él con quien quiere debatir es con ese Sánchez, al que llevó a hombros a la Moncloa presumiendo de haber coronado a un izquierdista y ahora reniega de Podemos como si Iglesias, además de tener coleta, tuviera la peste. Con Sánchez es con quien quiere vérselas. Convencido el de Podemos de que le hará morder el polvo retratándole como lo que es: el nuevo niño bonito del Ibex, la casta, el bipartidismo, ¡el sistema! Allí le estará esperando Sánchez para agradecerle el retrato: el sistema soy yo, mensaje poco subliminal que nos está colocando el presidente cada vez que abre la boca estos días. Soy el sistema, soy la estabilidad, soy la política de siempre, señora.

La última vez que hubo campaña, Sánchez se metió él solito en un fregao maniobrando para torpedear el debate a cuatro y achicharrando en el empeño a Rosa María Mateo, que desde entonces no ha levantado cabeza. Él quería a Vox para poder declarar la alerta antifascista y cuando supo que a Vox no le dejaban ir intentó zafarse. Sólo han pasado cinco meses, pero fíjense cómo se escribe la historia: el gran morbo de aquel debate que nunca se produjo iba a ser el debut de Vox, la primera vez de Santiago Abascal, líder a caballo y reencarnación de don Pelayo. El nuevo contra los cuatro que ya estaban. Cinco meses después, y ahora que ya puede participar, el que menos interés despierta es Abascal. Ahora el que falta, vaya por dios, es Errejón.

Sólo un debate, esta vez, porque en abril hubo dos y el segundo resucitó a Iglesias y diluyó a Sánchez. No volverá a pasar, han dicho los coaches del presidente. Ahora gobierno, ahora España, y ahora un debate y ni uno más. Pronóstico: esta vez será Casado quien interprete que en abril se adjudicó a sí mismo Pablo Iglesias. La voz del pueblo que reclama mesura, educación, propuestas, hombre, propuestas, buenas maneras. Este Pablo bañado en valeriana que ha borrado de su vocabulario la palabra felón y que en caso de no lograr presidir el gobierno de España siempre podrá postularse como maestro zen.

En el PP hace tiempo que saben que su peor enemigo cuando llega una campaña es el PP mismo. Siempre sale algún dirigente a pegarse un tiro en el pie. Ayer fue Isabel Díaz Ayuso, gimnasta extraordinaria, capaz de hacer esta pirueta increíble para relacionar la ley de la memoria histórica con el riesgo de incendio en las iglesias de Madrid.

¿Qué será lo siguiente?, se pregunta la presidenta de los madrileños. Se entiende que para ella sacar los restos de Franco para enterrarlos en El Pardo viene a ser lo mismo que tirar abajo el Valle de los Caídos o pegarle fuego a las iglesias. A los científicos les queda mucho trabajo por hacer para descubrir cómo se producen a veces las conexiones neuronales. Perdón, las desconexiones.

A Casado, que estaba el hombre en Melilla, se le debieron de llevar los demonios. Él se empeña en alejarse de la plaza de Colón hablando de la crisis económica y aparece la baronesa madrileña a incendiarle la campaña denunciando una terrible división social que sólo ella percibe. Bueno, ella y su número dos, Aguado, que es de Ciudadanos. Decidido a proteger los templos madrileños de los pirómanos.

Va a hacer todo lo posible. Qué terrible. Ni siquiera garantiza que consigan evitarlo.

Y mientras el PP y Ciudadanos de Madrid (año 2019) impedían que la turba invisible quemara no se sabe qué iglesias, las empresas españolas que producen aceite, vino, aceitunas, quesos, frutas, lácteos con destino a los Estados Unidos se preguntán qué será de su plan de negocio si el margen comercial que le sacan a cada envío se les queda en las raspas por los nuevos aranceles. La respuesta de Trump al dopaje que los gobiernos europeos le metieron a Airbus para que compitiera mejor con los aviones de la Boeing americana.

Cientos de productores españoles temiendo que su negocio se resienta y el gobierno poniendo cara de circunstancias y diciendo que poco podemos hacer.

Poco podemos hacer. Lo dijo el presidente dos horas antes de estar festejando en Zafra la calidad del jamón extremeño. Dice que había que ver al presidente chino poniéndose hasta arriba cuando vino.

Que el chino se ponga fino de jamón ibérico está muy bien pero el asunto hoy es qué hacemos para paliar los efectos de los aranceles estadounidenses.

Atizar a la opinión pública contra Trump es una tarea sencilla porque la opinión pública europea ya es anti Trump, con aranceles o sin ellos. Quién se cree este señor, ¿verdad?, para meterle un rejonazo a nuestro vino, o nuestro queso, nuestro aceite o nuestro jamón. Pero en este caso, no se olvide, tiene el aval de la Organización Mundial del Comercio porque antes fuimos nosotros, Europa, quienes distorsionamos la competencia entre fabricantes de aviones. ¿Van a pagar los exportadores de vino, o de lácteos, el chute de dinero público que se le metió a Airbus? Pues si nada cambia, eso es lo que va a suceder. Y no es mal día para preguntarse dónde están los movimientos anti-globalización españoles para aplaudir el proteccionismo, los aranceles, las barreras e ir a contárselo a los aceiteros, los ganaderos y los viticultores.