OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Vayamos haciéndonos a la idea de que el goteo de casos confirmados de coronavirus va a ir a más"

Ni el apocalipsis ni la banalización. Es tan fácil escandalizarse por que se habla del coronavirus a todas horas como caer frívolamente en la caricatura, y reírse, de que esté declarada una crisis de salud pública internacional.

Carlos Alsina

Madrid |

Como este es un país pendular, ahora toca denigrar a los medios de comunicación que generan alarma porque sacan reporteros con mascarilla y ponen en letras gordas la palabra pandemia. Hace un mes tocaba sugerir que los medios ocultábamos la verdadera dimensión de la epidemia en connivencia con el gobierno chino que ocultaba que estaban muriendo miles de personas. Aquí un día toca cargar contra la Organización Mundial de la Salud por no hacer nada, y otro cargar contra la Organización Mundial de la Salud por hacer demasiado. Culpable de que haya mil turistas confinados en un hotel de Canarias. ¡Qué barbaridad! ¿Dónde se ha visto semejante cosa? Pues oiga, en China, en Irán, en Japón, en Corea, en Italia.

Mañana, si usted quiere, cerramos la Organización Mundial de la Salud, quemamos en la plaza pública los protocolos de actuación ante el surgimiento de un nuevo virus, nos olvidamos de andar preguntándole a la gente que llega tosiendo al centro de salud dónde ha estado recientemente y con quién se ha relacionado, impedimos que se le vendan mascarillas a la gente y lo dejamos todo en manos de los médicos que atienden los centros de salud y las urgencias. ¿Qué necesidad habrá de decirle a alguien que se quede en su casa o que no salga de un hotel pudiendo afrontar con alegría que vaya a donde quiera con virus o sin virus? ¿Qué puede salir mal, salvo que se saturen los ambulatorios y las urgencias con una legión de personas que temen haberse contagiado porque han sabido que un vecino, un compañero de trabajo, un cuñado está enfermo de neumonía de Wuhan? El aislamiento es un trastorno gordo para aquel al que le toca, quién puede discutirlo. Pero hoy, o mañana, o pasado, le puede tocar a usted. O a mí.

Vayamos haciéndonos a la idea de que el goteo de casos confirmados va a ir a más porque es imposible impermeabilizar un país para que no entre nadie que lleve consigo un virus, y porque ahora que el coronavirus ya está aquí –dos casos en Canarias, uno en Barcelona, uno en Castellón, uno en Madrid-- lo normal es que vayan surgiendo contagiados y presuntos contagiados. Lo normal es que a grupos numerosos de personas se les ordene que se queden quince días en casa. Y lo normal es que los centros de atención primaria y los servicios de urgencia puedan seguir funcionando sin avalanchas. En eso consiste ir asumiendo que este virus va a ser pandemia.

La tranquilidad, como la inquietud, son condiciones humanas. Y los estados de ánimo no se imponen. La tranquilidad no se consigue a base de repetir como loros que hay que estar tranquilos. Cada persona se informa de lo que hay, procesa la información y toma luego sus decisiones.

No es un psicótico, ni un paranoico, el que va a la farmacia a comprar una mascarilla. No entra allí aterrorizado y tapándose la cabeza con un bidón de plástico porque es bobo y le han lavado el cerebro los programas de la tele. Lo único que le pasa es que piensa que tener una mascarilla a mano no le va a hacer daño y si quedan, se la compra. Como no le hace daño lavarse las manos más a menudo o evitar estrechar la mano de alguien a quien le acaban de presentar. Esto de subirse al púlpito a desdeñar como pobres paranoicos, cagones, ignorantes o descerebrados a los ciudadanos que se inquietan porque hay una enfermedad nueva por ahí circulando no parece que contribuya en nada a la tranquilidad que se predica.

Los medios llevamos un mes contando en qué consiste el coronavirus y en qué no consiste. Cada día recordamos que son tres mil los muertos en China, sobre una población de 1.300 millones de personas. Hemos contado que de esta neumonía nueva se cura el 97 % de los pacientes. Que sus efectos son parecidos a los de una gripe. Que las personas que han fallecido tenían, en su mayoría, edades elevadas y problemas de salud anteriores. Y que la gripe común tiene más impacto que ésta nueva de ahora porque son muchos más los contagiados. No es que la población, pobrecilla ignorante que se angustia por nada, ignore todo eso. Es que, sabiendo todo eso, nadie quiere contagiarse de un coronavirus aun sa-biendo que hay cosas peores. Nadie quiere enfermar de una neumonía para la que no existen aún antivirales. Y si sabiendo todo eso hay personas preocupadas que prefieren llevar consigo una mascarilla o no darle la mano a nadie, pues qué quiere que le diga, que no son más tontos que yo, que no la llevo y sigo estrechándole la mano a todo el que viene.

Acuérdese, usted que me escucha, de que tiene una cita a las cuatro y media de la tarde en el Palacio de la Moncloa. Como mediadores que somos todos. Acuérdese que lo dijo el presidente Sánchez: los cuarenta y siete millones de españoles somos los mediadores de su negociación con Puigdemont y Junqueras, encarnados en Torra y Pere Aragonés. Así que no me falta porque ninguno somos contingentes y todos somos necesarios.

El gobierno ha culminado su proceso de mimetización, o simbiosis, con el discurso independentista con este último paso que consiste, a doce horas de que empiece la mesa de negociación de siete partidos, en proclamar que aquí la culpa de todo la tuvo el PP porque no supo negociar una salida, pobres líderes independentistas a los que no quedó más remedio que echarse al monte.

La herencia recibida, dos años después. Que cuente Sánchez los intentos que él hizo de dialogar con los líderes independentistas y la respuesta que obtuvo, a ver si así se aclara quién estaba por el diálogo y quién por hacer un referéndum por las bravas. En todo caso, hay que agradecerle a la vicepresidenta que siempre esté en guardia para explicarnos a los ciudadanos qué es importante y qué no lo es. De la autora de ‘Venezuela no le importa a nadie’ llega ahora este nuevo eslógan imbatible.

Lo importante es lo importante. Acabáramos. Si no es mucho pedir a la señora Calvo que explique un poco su interesante punto de vista.

Pues siéntese, vicepresidenta, siéntese. Lo importante es sentarse. Se descarta, por tanto, que en lugar de hacer la reunión de hoy en una mesa corrida con quince sillas hagan cóctel de pie para poder alternar mejor los unos con los otros y conocerse: entonces tú eres el famoso Jové, el de la Moleskine. Encantada, soy la ministra de Hacienda. Ah, sí, la he visto en la tele. ¿Y entonces, qué? ¿Hemos encontrado ya la salida a Cataluña? Pues mire, de eso se trata. Para eso querían esta mesa de partidos los independentistas: para negociar no la salida a Cataluña, sino la salida de Cataluña. Su salida de España. Las condiciones de la secesión.

Hay sesión de control en el Congreso dentro de una hora. Aún es posible que se anime el presidente Sánchez a responder alguna vez a lo que se le pregunta.

Ésta es la pregunta que le hizo Maroto, del PP. Y ésta, la no respuesta de Sánchez.

Primero le dice al senador qué tendría que preguntar y luego se mete con la cría de búfalos. Una mala influencia, dice. El presidente bromista. Que además de saberse la fecha del estatuto de Castilla y León haría bien en aprenderse el nombre de la comunidad autónoma. Castilla y León. La ‘y’ en este caso es fundamental. Entonces, presidente, ¿encargó usted al ministro Ábalos que fuera a Barajas a rescatar a Delcy o no? Ya que fue un servicio al país que evitó una crisis diplomática a la altura de la crisis de los misiles, no se quite usted méritos y comparta con su ministro la medalla.

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