En la encuesta-entretenimiento de La Vanguardia,la señora Ortega, de Convergencia, elige como título evocador “Intocable”, la peli francesa del año pasado sobre el rico tetrapléjico y su cuidador de origen humilde -no pregunten por qué porque no lo explica-. Pere Navarro, líder del PSC, se inclina por “Los lunes al sol”, la de Bardem y Tosar sobre el paro. (Le hemos preguntado cómo ve Cataluña, señor Navarro, no cómo se ve usted el 26 de noviembre). Alicia Sánchez Camacho responde “El fraude”, la de Richard Gere que va de un ejecutivo survivor que sale de sus múltiples apuros haciendo trampas. Oriol Junqueras, de Ezquerra, elige “Ser o no ser”, Albert Rivera, Ciudadanos, menciona, con mucha más carga crítica, “La ola” -la película alemana que cuenta cómo se extiende el pensamiento único en una escuela-, y López Tena, de Solidaridad Catalana, se decanta, con buen criterio, por “El día de la marmota”. Y tanto oiga, otra vez elecciones, otra vez pegada de carteles, otra vez pantanada de propaganda. A Unión, Progreso y Democracia no le han preguntado pero ya sabemos lo que habría escogido, “La vida de Brian”, [[LINK:INTERNO||||||el sketch del Frente Popular de Judea.]]
Comienza en cuatro horas una nueva campaña electoral en Cataluña dedicada, salvo sorpresa, al monocultivo. El gobierno saliente ha batido el récord de brevedad de una legislatura -sólo en Asturias se anticipan más las elecciones-, habiéndose visto incapaz de revertir la penosa crisis económica y de cumplir aquella promesa de 2010: frenar el paro, crear empleo. El argumento que, al final, ha abrazado el presidente autonómico es éste que dice que la llave para mejorar el bienestar de los catalanes es el concierto económico -una financiación a la vasca- y que dado que el gobierno central le ha dicho que verdes las han segado no le queda más remedio que convocar a las urnas para obtener un mandato claro hacia la independencia.
Ésta era, al menos, la idea que Mas aireaba cuando regresó a su Palau procedente de la Moncloa, en aquella tarde de gloria en que fue recibido por un grupo de fans que le jaleaban por valiente, por bravo. Lo que pasa es que, dado que pacto fiscal no va a haber y que incluso obteniendo un mandato popular por la independencia el proceso para alcanzarla sería largo (esto lo reconoce el propio Mas, pasarían años), tal vez lo que el candidato debería explicar al respetable -él y todos los demás- es cómo va a gestionar la situación de su comunidad autónoma en el marco financiero que existe ahora, puesto que es el único marco que va a tener cuando en diciembre asuma de nuevo el cargo.
Si con este marco CiU no ha sido capaz de equilibrar las cuentas públicas catalanas (en contra de lo que prometió y pese a las medidas de ajuste que ha aplicado, incluidas las subidas de impuestos y el euro por receta) y si en este marco no ha podido darla la vuelta a la tendencia preocupante que lleva el paro en Cataluña, ¿qué se supone que va a hacer el uno de enero, cuáles van a ser sus presupuestos para 2013?, porque en los presupuestos no puedes poner un asterisco que diga: todas estas cuentas serán posibles si Cataluña es un estado independiente que no tiene que aportar dinero al fondo común de España.
Dado que esa situación, pase lo que pase el 25, no va a producirse -ni Cataluña amanecerá independiente de un día para otro ni quedarse fuera de la Unión Europea le parece a casi nadie hoy un buen negocio-, qué políticas va a aplicar el señor Mas, o el señor Navarro, o la señora Sánchez Camacho en caso de que gobiernen con la financiación que hoy existe y que, ahora mismo, es la única que cuenta. Ésta es, en teoría, la respuesta que debe plasmarse en los programas electorales, más allá de posiciones o promesas sobre referendos y encajes futuros.
Es evidente que los votos que reciba Artur Mas, al que nadie puede negar su condición de partido con más peso en la sociedad catalana, habrán de ser interpretados como votos a favor de que se convoque un referéndum sobre la permanencia, o no, de Cataluña en España. Pero también habrá que interpretar cada voto que reciba Mas como un respaldo a su política en el aspecto económico y en el ámbito social. Y ése es el juego al que vamos a asistir en esta campaña: el presidente que lo es desde hace dos años tratando de focalizarlo todo sobre el asunto del referéndum, como si el voto del día 25 fuera también un referéndum, a favor o en contra de la consulta popular.
Los demás partidos tratarán, por su parte, de romper ese juego. No sólo los que están en contra de la independencia, sino también aquellos que, estando por la independencia y por el referéndum, como ERC, defienden políticas de izquierdas que poco tienen que ver con lo que practica Convergencia. Artur Mas ha tenido la habilidad, indiscutible, de cambiar el guión de lo que estaba siendo su presidencia -el señor de los recortes, la depresión económica, el rescate financiero- para inventarse un guión nuevo. Era protagonista de un documental preocupante y cambió el texto para protagonizar un drama épico en el que los oprimidos se rebelan contra los opresores diciendo cosas como nunca podrán quitarnos la libertad.
Un guión adaptado, con frases copiadas de Braveheart. Porque en esto sí hay un punto en común entre la creación de Mas y la peli de Gibson: lo importante que resulta para ambos la puesta en escena. Para que el espectador, cautivado por la historia y por el verbo encendido, no repare en que está viendo una película. El dramatismo de la secuencia en que le están cortando la cabeza a la señora Wallace se derrumba si de pronto reparas en que al fondo de la escena se ve una Ford Transit de color blanco. El entusiasmo que te produce la batalla decae si de repente se nota que las armas son de goma. En el cine llaman gazapos a estos fallos que dejan al descubierto la trampa. En la política se les llama impostura.
Contaremos esta noche el comienzo de la campaña, al cabo de este día que ha sido de lluvia y de frío en casi toda España. Día de carajillo.
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