José Ramón Ónega fue gobernador civil de Vizcaya cuando aún existían los gobernadores civiles y cuando el mayor y más persistente enemigo que ha tenido la actual democracia española, o sea, ETA, tenía en el punto de mira a los guardias civiles, los policías, los militares y los cargos públicos que representaban al Estado.
José Ramón Ónega, hermano de nuestro Fernando Ónega, servidor público, escritor, colaborador de prensa, aficionado a la Historia y gallego ejerciente al frente de la Casa de Galicia en Madrid, ha fallecido este fin de semana por culpa del coronavirus que desde hace un año tiene el mundo patas arriba. "Nadie se cuidó más que él", me contó Fernando el jueves, "nadie puso más empeño en cumplir con las medidas de protección, en evitar riesgos, en abstenerse de hacer vida social". Y a pesar de ello, el virus le cazó.
Y como en este programa somos todos, al final, familia yo se lo cuento a ustedes a esta hora para que sepan que hoy la familia está (estamos) guardando duelo. Y lamentando que no llegara a tiempo para poder agarrarse a esta tabla de salvación que llamamos la vacuna. El único remedio que tenemos a la vista para acabar con esta pandemia y que todavía está en su fase inicial de aplicación.
Setecientas mil personas han recibido ya en nuestro país las dos dosis de las vacunas de Pfizer y Moderna. Hoy empieza a distribuirse en España la de AstraZéneca, sólo para menores de 55 años porque en los mayores no está probada su eficacia. Ojalá el ritmo de producción y distribución se acelere tanto como esperan algunos gobiernos autonómicos que ya piensan en habilitar grandes espacios para poder vacunar masivamente sin depender de los centros de salud: a la americana, donde usan aparcamientos o recintos deportivos para despachar vacunados a toda velocidad.
Hubo quien planteó vacunar a los integrantes de las mesas electorales del domingo en Cataluña, pero la idea no prosperó. Como mucho, y al que quiera, se le hará el test de antígenos. Y el domingo la administración le entregará cuatro mascarillas para irlas usando durante la jornada electoral. Habrá elecciones siempre que antes de las diez de la mañana estén constituidas las mesas. Y el gobierno catalán ya va dejando caer que si hay muchas mesas que no lleguen a formarse, no habrá escrutinio en la noche electoral.
Dos momentos de este fin de semana de campaña:
• Uno, los actos de Vox que intentaron boicotear por la fuerza individuos e individuas que se hacen llamar antifascistas. Y que se consideran ellos por encima de las leyes y de la Junta Electoral. Vox se presenta a las elecciones y Vox puede hacer campaña en las mismas condiciones que los demás.No son los encapuchados tira-piedras quienes deciden quién puede dar un mítin en Cataluña y quién no.
• Dos, el autocar del PSC con el rostro de Salvador Illa y el lema 'Hagámoslo' remolcado por una grúa (debió de quedarse tirado). Sus críticos quieren pensar que la avería del autocar es la antesala de la avería de la candidatura. El efecto Illa, que hasta ahora ha conseguido buenas encuestas y notoriedad. El domingo veremos si consigue todo lo demás: escaños y opciones para gobernar.
Las últimas encuestas que hoy pueden publicar los medios reflejan que las tres marcas independentistas que obtienen escaños suman, entre las tres, mayoría absoluta. Con holgura. Gracias a la notable subida de la CUP. Con ese resultado, lo más que podrá hacer Salvador Illa es evitar la reedición del rodillo indepe ofreciéndose a investir un presidente de Esquerra que gobierne en minoría palamentaria.
En la Audiencia Nacional, hoy, la peor pesadilla del PP: su contabilidad paralela. O sea, Bárcenas.
Don Luis, como le llama si abogado,Gustavo Catalán, niega que esté anunciando más madera (o más tralla) en la causa penal porque aspire a que le cambien de régimen penitenciario. Está en esto que se llama colaborar con la justicia, que consiste en confesar lo que uno hizo y señalar, e intentar probar, lo que hicieron otros.
Como la Gürtel dio tanto de sí en términos judiciales, hay varios juicios pendientes que tienen ahí su origen. Uno de ellos, éste que arranca hoy: tirando del hilo de la reforma de la sede central del partido, años 2007 y 2008, se llega al dinero negro con que se pagó una parte de la obra y a la forma en que la tesorería llevaba la cuenta del dinero de que disponía realmente y el dinero que se hacía constar en el libro oficial. La diferencia entre lo uno y lo otro es lo que Bárcenas llamó contabilidad extracontable. La llamó así en el juicio de la Gürtel de 2017, cuando aún andaba negociando con el PP gobernante para intentar salvar de la cárcel a su esposa Rosalía, según el testimonio que él mismo ha puesto por escrito. Es posible que en este juicio de ahora se anime a llamar a la contabilidad extracontable 'doble contabilidad' o caja B.
Dirá usted: ¿pero todo esto no se juzgó ya? No exactamente. Se juzgó a los Correa, los Ortega, los Crespo... los Bárcenas, y se sentenció que participaron todos en un sistema de corrupción organizada para hacer dinero, en forma de comisiones que pagaban empresarios. Y en aquella sentencia (2018) se aludió a la financiación irregular del PP y la caja B, aquel párrafo en el que sustentó Sánchez la moción de censura y que luego el Supremo corrigió porque entendió que la Audiencia había dado por hecho algo que era objeto de otra causa. De ésta que hoy se empieza a juzgar. El Supremo no dijo que no hubiera caja B, dijo que será este juicio el que lo establezca.
Bárcenas contó este fin de semana en un intercambio de preguntas y respuestas con el diario El Mundo que él negoció lo suyo con dos personas del PP, una de las cuales pertenece a la Junta Directiva. Ocurre que la Junta Directiva son más de trescientas personas y que la cúpula de Casado y García Egea niega tener conocimiento de negociación alguna.
El asunto Bárcenas, como el resto de la Gürtel, de la caja B, de la Kitchen, de los servicios que Villarejo le prestó a Cospedal, incomoda a la dirección actual en la medida en que ocupa espacio en los medios e identifica de nuevo al PP con la corrupción. Y sobre todo, porque no sabe cómo actuar para repudiar episodios pasados sin repudiar a quienes dirigían el partido cuando esos episodios se produjeron. Es decir, Rajoy, Cospedal, Aznar y otra vez Rajoy, que antes de ser presidente fue secretario general.