EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: El debate sobre el estado de la Nación y su versión americana

Les voy a decir una cosa.

En contra de lo mucha gente cree, el debate sobre el estado de la nación que tenemos cada año en España no es una copia del que se hace en los Estados Unidos. De hecho, lo que hacen allí no es un debate sino un discurso.

ondacero.es

Madrid | 25.02.2015 20:12

Va el presidente al Congreso, se le anuncia con pompa y circunstancia, enchufan el telepromter y lee su esperadísimo discurso sobre el estado de la Unión. Punto. No habrán visto a Barack Obama fajándose en un duelo parlamentario con el Pedro Sánchez de los republicanos. El estado de la nación a la manera de Washington es el sueño con el que suspiran nuestros presidentes de aquí. Imagina que ayer todo se hubiera quedado en la sesión de la mañana: va Rajoy, suelta el discurso mientras Celia se hace un candy crush, le aplauden los suyos y para casa. No habría tenido que quedarse el presidente todo el día escuchando cómo los portavoces de los grupos le daban cera por no enterarse -dicen ellos- del país en el que vive y ponerse de los nervios cada vez que oye mentar a Bárcenas.

En la versión U.S.A., como la oposición no tiene derecho a réplica en la cámara y como allí sí existe un bipartidismo puro -el partido del presidente y el otro- lo que hace la oposición es ofrecer un discurso al margen de la sesión parlamentaria. Eligen a uno de sus dirigentes con más proyección y le encomiendan la tarea de dar la réplica al presidente, aunque sea sin tenerlo delante y sin tener siquiera público, porque consiste en que le ponen una cámara delante y hace un monólogo cortito.

Hay quien todavía recuerda lo que le pasó hace un par de años al senador Marco Rubio, que estaba el hombre soltando su speech con la boca seca, se apartó de la cámara para echar mano de la botellita del agua y los comentaristas se le echaron encima por aquella demostración dramática de impericia y bisoñez. Hay quien todavía lo recuerda y hay quien, como Marco Rubio, aún no ha podido superarlo. De lo que estaba diciendo, por cierto, se ha olvidado todo el mundo. El debate (español) sobre el estado de la Nación terminó a primera hora de la tarde en el Congreso.

Pero este año ha tenido epílogo, fuera ya de la de Cámara y con Pablo Iglesias en el papel de Marco Rubio, pero sin botellita de agua y en versión extendida (porque el suyo no ha sido un discurso corto). Podemos, como se sabe, carece de representación parlamentaria porque no concurrió a las últimas elecciones generales -aún no existía-, pero en puertas de cumplirse un año de su primera campaña electoral (las europeas) aparece en las encuestas de intención de voto como el partido que le disputará al PP la condición de grupo mayoritario en el nuevo Parlamento.

Es cierto que cuando las encuestas no les daban ni medio eurodiputado Podemos animaba a desconfiar (y con razón) de los sondeos, pero ahora que esas mismas empresas demoscópicas le atribuyen el veintitantos por ciento de lo voto lejos de animar a desconfiar agarra Iglesias los sondeos al vuelo para presentar como un hecho lo que no pasa de ser un futurible: que el primer partido de la oposición es el suyo.

“El líder de la oposición soy yo”. Como tal, o queriendo que se le vea como tal, Iglesias convocó a los suyos, y a la prensa, esta tarde en el Círculo de Bellas Artes para dar su réplica al señor Rajoy, con la ventaja para Iglesias -y la decepción de los espectadores- de que no hubo ni dúplica ni contrarréplica, es decir, que habló Iglesias y no estaban allí ni Rajoy, ni Garzón, ni Pedro Sánchez para entrar en un cuerpo a cuerpo.

Lo que darían los espectadores, seguro, por un cara a cara Iglesias Sánchez, o un cara a cara Rajoy Iglesias, acontecimientos políticos que, a día de hoy, permanecen inéditos. A ver qué debate electoral organiza en noviembre la academia de la televisión: un PPPSOE, como ha sido costumbre (en teoría sería un Sánchez Rajoy, aunque lo de Sánchez está aún verde) o uno de estos otros debates que desde el punto de vista del share tendría, nadie lo duda, mucho más tirón mediático.

¿Qué ha dicho Iglesias? Pues nuevo, nuevo, como el resto de oradores ayer y hoy: nuevo, nuevo, realmente nada. Ha reiterado sus planteamientos contra la austeridad, la reivindicación de la soberanía nacional frente a lo que entiende él que es la imposición, por parte de Alemania, de políticas que el pueblo no quiere: lo de soberanía y patria frente a Merkel y la troika. El suyo ha sido un discurso similar al que hizo ayer Alberto Garzón pero con más tiempo y con más empuje. O con empuje a secas, porque a Garzón se le notó primerizo.

Para un año, por cierto, que en el debate de la nación el proceso soberanista de Cataluña no le había interesado ni a Durán i Lleida, llega el Constitucional y se pronuncia justamente hoy sobre un asunto que tenía pendiente desde septiembre del año pasado. Al rebufo de la diada de 2014 el Parlamento catalán aprobó la ley de consultas autonómica como barcaza sobre la que poder echar a navegar el referéndum sobre el estatus de Cataluña. En cuanto hubo ley ad hoc de consultas Artur Mas firmó el decreto de convocatoria de las urnas (el 9-N, ¿se acuerdan?) y el gobierno central acudió al Constitucional a recurrir ambas cosas: la consulta y la ley en que decía ampararse.

Como se daban los requisitos para dar por válido el recurso, el Tribunal suspendió la ley y el decreto y anunció que deliberaría sobre si esa ley autonómica era o no era constitucional, es decir, si como decía Artur Mas habían respetado escrupulosamente el marco legal pero interpretando que en ese marco cabe el derecho a decidir, o como decía Rajoy la norma desbordaba la carta magna. El tribunal no se pronunció entonces, aunque los promotores de la consulta reaccionaron como si lo hubiera hecho poniendo a los magistrados a caer de un burro y negándoles legitimidad para resolver este asunto. Pero, a la vez que hacía encendidos discursos, el gobierno autonómico perseveró en la batalla legal enviando al Constitucional los argumentos jurídicos que, en su opinión, le avalaban.

De entonces a hoy han pasado tantas cosas -la principal, que Artur Mas ha dejado de ser primera página a diario- que el desenlace carece de efecto práctico, pero en rigor no ha sido hasta esta mañana cuando se ha establecido que la ley de consultas catalana no está bien hecha, que hay dos preceptos de esa norma que no hay manera de hacer encajar en la Constitución que hoy tenemos. No ha trascendido de momento más que el sentido último de la resolución (falta conocer con precisión los argumentos) pero cabe decir que la batalla jurídica, por personalizarlo en los dos antagonistas, la gana Rajoy y la pierde Artur Mas. Y también que, al haberse tomado por unanimidad, no cabe atribuir anticatalanismo a los magistrados dado que la ley en cuestión no le parece constitucional ni a la magistrada propuesta por Convergencia i Unió, Encarnación Roca.

Si por admitir a trámite el recurso algunos de su universidad le promovieron un juicio sumarísimo, ahora que expresamente ha dicho que la ley no pasa la prueba del algodón constitucional habrá quien pretenda desterrarla. Artur Mas, que  ya dio por sentenciado el asunto allá por el mes de octubre, actúa hoy como si, en realidad, hubiera estado esperando a que se dictara sentencia. Para decir lo mismo que ya dijo entonces: que el Constitucional, tan cerrado en banda, ¿verdad?, no le deja otro camino que llamar a los catalanes a defender su derecho a decidir en las urnas. Sólo que ahora las urnas no son las del 9-N sino las del 27 de septiembre: las elecciones autonómicas para las que ya estaba haciendo campaña Artur Mas antes incluso de ponerles fecha.