El Congreso votará esta semana la última prórroga y el día 21 se acabará este periodo excepcional que empezó el 15 de marzo y que nadie pensó entonces que fuera a prolongarse más de dos meses.
Los números de la epidemia siguen reduciéndose, la apertura de los comercios, de los restaurantes, de los centros comerciales en las provincias que llevan ya una semana en fase dos, no se ha traducido ni en repuntes ni en rebrotes. Desde que empezó esto que llaman la desescalada apenas ha habido algunos casos que preocupaban, en Totana o en Lleida, y que según las autoridades están controlados. Y esta situación permite seguir abriendo la mano de las prohibiciones camino de la recuperación plena de nuestras libertades.
Tantas veces escuchamos, en los peores días de la epidemia, que nada volvería a ser igual, que el coronavirus y el confinamiento nos cambiaría para siempre, que habrá quien se sienta un poco decepcionado al comprobar que la realidad que viene tampoco se diferencia tanto de la que dejamos parada en marzo.
Por ejemplo, que vuelve Cataluña como tema de los debates políticos y las tertulias.
Porque la normalidad, para el aliado mutante del gobierno, que es Esquerra Republicana, consiste en negociar cómo sacar de prisión a los condenados del procés y en apuntarse el mérito de que la mesa de partidos se reúna cuanto antes. 'Cuanto antes' significa antes de que el señor Torra les convoque unas elecciones anticipadas y se vuelva a quedar todo congelado.
Esta semana asistiremos al curioso episodio en el que el presidente del gobierno catalán predica contra la prórroga del estado de alarma mientras su vicepresidente hace posible, precisamente, que se prorrogue. Esta vez las trece abstenciones de Esquerra las ha negociado personalmente Pedro Sánchez, de tú a tú con Pere Aragonés. (La pareja que forman Rufián y Lastra ha salido muy devaluada de esta epidemia). Y eso explica que la homilía de Sánchez de este fin de semana, que fue dominical en lugar de sabatina, tuviera spoiler. Todo lo que tenían que anunciar el presidente se lo había pisado antes Pere Aragonés.
Lo que Sánchez presentó ayer como una novedad, que los gobiernos autonómicos lo gestionen ya todo en los territorios de fase tres... estaba ya en el pacto con Esquerra del sábado. Estaba esto –reclamado por Esquerra— y estaba el compromiso del gobierno de reformar la ley de salud pública para que, si en otoño vuelve la epidemia, se gestione sin declarar el estado de alarma. Lo que Feijóo planteaba hace un mes, cuando Sánchez estaba en el 'no hay plan B', ahora lo asume como baza Pere Aragonés.
En su entrevista de buena mañana en Rac1 se ocupó ayer el vicepresidente catalán de contarlo todo antes de que asomara en las pantallas el presidente. Incluyendo ---quinto punto del pacto--- que al surtidor de dinero que va a poner en pie la Unión Europea (este fondo al que Sánchez ya se encomienda para financiar un plan de reactivación del turismo y otro de reconversión del sector automovilístico) también le saque partido la Generalitat de Cataluña.
Y además, el punto invisible del acuerdo. No aparece en el documento pero también está. La reactivación de la mesa de partidos sobre Cataluña. En julio quiere Junqueras tener la foto de la mesa funcionando y en julio la tendrá.
No forma parte del acuerdo pero sí forma. Lo que pasa es que no lo han plasmado en el papel para no repetir el bochorno del pacto con Bildu. Aquello que contó la señora Montero de que sólo se podían acordar cuestiones relativas a la crisis sanitaria tampoco era verdad. Se trataba de que ningún papel lo reflejara, no de que no se acordara.
Esquerra tiene lo que quería --volver a sentirse decisiva en puertas de una campaña electoral— y Sánchez tiene lo que buscaba: garantía de que gana la votación de esta semana sin necesidad de Ciudadanos. A la manera de antes, con los nacionalistas vascos y los independentistas catalanes. Como pasó en la investidura de enero y como pasó en la moción de censura.
Mañana cumple dos años en el cargo Pedro Sánchez.
Un primero de junio de 2018 disfrutaba del éxito de una audaz operación política por la que nadie daba un duro una semana antes (ni por la operación ni por él, que aún andaba recomponiendo su partido), y perfilaba un primer gabinete que cosecharía amplio respaldo inicial, por el currículum de muchos de los elegidos y por la incorporación de nombres no identificados con el PSOE, como el juez Fernando Grande Marlaska.
Ayer le preguntó la periodista Ketty Garalt por la destitución del coronel Pérez de los Cobos y la crisis que se ha producido en la cúpula de la Guardia Civil. Le preguntó si el presidente está en condiciones de afirmar que no se le exigió al coronel que informara al gobierno de la investigación judicial sobre el 8M.
El presidente, fiel a su estilo escapista, fingió responder a las preguntas sin hacerlo, de hecho.
La equiparación salarial. La utilizó el gobierno el martes como maniobra de distracción y la volvió a utilizar ayer el presidente. Este gobierno ha hecho cosas que hacía mucho tiempo que no se hacían, como la equiparación salarial. Hombre, tampoco tanto tiempo. El acuerdo para la equiparación salarial de las fuerzas de seguridad se firmó en marzo de 2018. Marzo de 2018 significa que quien gobernaba no era Sánchez, sino Rajoy. El acuerdo lo firmó el ministro Zoido. Equiparación en tres tramos, uno por año. El primero ya se presupuestó en las cuentas de Montoro de aquel año. El segundo, y a falta de presupuestos nuevos, lo resolvió el gobierno Sánchez con un decreto. Y con el tercero ha hecho lo mismo. Pero la equiparación fue una decisión del gobierno anterior. Como la subida de los funcionarios, que la firmó Montoro aquella misma primavera de 2018. Cuando Rajoy pensaba que tenía legislatura para dos años más y con el viento de la recuperación económica soplando a su favor.
Apuntarse como históricos los acuerdos que firmó otro, y presumir de que hacía mucho tiempo que nadie se acordaba de las fuerzas de seguridad, es ---aparte de un caso de apropiación política indebida--- una prueba de lo cicatero que sigue siendo el presidente de ahora con quienes le precedieron.
No pasa nada por reconocer que algún aspecto positivo, alguno, tiene la herencia recibida.
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