Y ahora voy a hablar de Vicente Vallés. Y él me lo va a reprochar, porque preferiría que no lo hiciera.
Vallés es un profesional riguroso, solvente, independiente y respetado. Vallés ya era periodista cuando Pablo Iglesias aun no tenía coleta y lo seguirá siendo cuando a este gobierno le haya sucedido el siguiente y al siguiente el siguiente, y al siguiente el siguiente. Vallés ha visto pasar ya tantos ministros, tantos vicepresidentes y tantos líderes de la oposición que sabe que los políticos pasan; los periodistas íntegros permanecen.
Abandone, por tanto, la jauría la esperanza de silenciar a Vallés. Lleva en esto tiempo suficiente para saber cómo funcionan estas campañitas.
Ni Echenique ni ninguno de los integrantes del séquito morado ha podido desmentirle a Vallés una sola palabra de lo que dijo el viernes sobre el caso Dina. Ni el viernes, ni todos los días anteriores. Pregunta para el portavoz parlamentario del gobierno, portavoz tuitero: ¿Dijo acaso Vicente algo que no sea cierto? Si todo lo que contó es lo que tiene dicho el juez en sus autos y lo que el propio vicepresidente segundo declaró a Radio Nacional el viernes. Es Iglesias quien ha contado que recibió fotos íntimas que no eran suyas y decidió quedárselas en lugar de devolvérselas a su propietaria.
Dado que fue Iglesias quien subrayó la condición de mujer joven de Dina Bousseham para explicar por qué se sintió con derecho a decidir él si le entregaba una tarjeta que era de ella no debería escocerle tanto que se cuente precisamente así: Iglesias se sintió con derecho a ocultar a una mujer que le habían entregado fotos íntimas suyas. 'Y mayor de edad', claro que sí, como expuso Vallés aportando un dato esencial para entender por qué es ella, y sólo ella, quien tenía derecho a guardar esas fotos. Ser mujer y ser joven no le confiere ni a tu jefe, ni a tu presunto amigo, el poder de disponer de tu privacidad.
El problema que tiene Iglesias en esta causa judicial es que el juez se ha sentido engañado. Porque la denunciante cambia de versión sobre el estado en que recibió la tarjeta de memoria de manos de su jefe. Y porque no entiende que, teniendo denunciado el robo de su teléfono móvil, no informe al juzgado el día que recupera la tarjeta de memoria y se entera de que se la habían entregado a su jefe.
Todo lo que se está publicando estos días no procede de cloaca alguna. Todo está en los autos del juez, en las declaraciones judiciales de Dina Bousselham y conversaciones de telegram entre los abogados del partido en 2016 que han trascendido porque alguno de los participantes lo ha creído oportuno.
En contra de lo que predica Iglesias en los mítines, nadie ha dicho que Villarejo sea una creación suya ni que nunca existieron las cloacas. Villarejo tiene causas judiciales pendientes para aburrir y es este mismo juez el que investiga tandem, la kitchen, o lo del BBVA. Lo que se ha contado estos días es que, en esta causa judicial, la de Dina, Iglesias ha dejado de ser perjudicado y el juez sopesa investigarle. O sea, lo que hay.
A Iglesias --y su ruidoso séquito-- lo que le irrita es que los medios nos ocupemos de esta causa judicial ahora. No le incomodó que lo hiciéramos el día que él declaró como perjudicado, marzo de 2019. No le incomodó que se dedicaran entonces minutos y horas de radio y televisión a informar de cómo el juez García Castellón extendía la investigación al informe Pisa que se fabricó para perjudicar a
Podemos. No le importó que se descataran, de sus mítines, justo las frases que arremetían contra Villarejo y las cloacas basándose en esta causa judicial. Le irrita que se informe de ella ahora que se le ha complicado a él.
La brigada morada gusta de distorsionarlo todo para acabar siempre en lo mismo: cualquier cosa que les incomode es la prueba de que hay una operación en marcha contra ellos. En 2016 la operación era para que no gobernaran nunca, en 2020 la operación tiene que ser para que salgan del gobierno.
Vicente Vallés no está en ninguna operación. Su ejercicio honrado del periodismo consiste, precisamente, en que no busca beneficiar a unos y perjudicar a otros. No tiene la calculadora de consecuencias políticas en la cabeza para decidir de qué habla porque nunca ha pretendido ni poner gobiernos ni quitarlos.
Al séquito lo que le pasa es que no les cabe en la cabeza que alguien informe y analice lo que sucede sin más intención que la de hacer su trabajo. Para ellos siempre tiene que haber una razón bastarda, una obsesión, una animadversón, una conjura. ¿Por qué? Porque así es como funcionan ellos. Ellos no dan nunca una información, dan propaganda. No opinan basándose en los datos, opinan basándose en sus intereses, sus cálculos y sus campañas (campañitas) de denigración de quien les incomoda.
En la cabeza de un fanático sólo hay dos tipos de periodistas: los que le resultan útiles y los que estorban.
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