opinión

Monólogo de Alsina: "La democracia real es la democracia parlamentaria"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo de Más de uno sobre el cambio de opinión de Donald Trump sobre el asalto al Capitolio de Estados Unidos,

Carlos Alsina

Madrid | 08.01.2021 08:24

Otro día gélido. De temperaturas en las raspas, de nieve –-otra vez-- donde ya cayó ayer (pero más copiosa, dice Brasero) y de viento y sensación térmica muy poco agradable.

En doce días, miércoles de dentro de dos semanas, Joe Biden se instalará en la Casa Blanca culminando, así, el traspaso del poder más escabroso que ha habido en la historia reciente de los Estados Unidos. 'Escabroso' por decisión del presidente saliente Trump, que hasta misma madrugada no ha asumido que los estadounidenses no le quieren más tiempo en la Casa Blanca. Sólo hoy, ocho de enero; sólo cuando su propio vicepresidente, ejerciendo de presidente del Senado, ha certificado que el ganador de las elecciones fue Biden; sólo cuando ha fracasado el asalto al Capitolio, Donald Trump les ha dicho a los americanos que hay que cerrar heridas y restaurar la calma.

Llama a cerrar heridas y a recuperar la calma quien con menos calma y alimentando más heridas se ha conducido desde la noche electoral. Dirá usted: es poco creíble este nuevo Trump, este Trump póstumo (políticamente) que hace 48 horas aún estaba manifestando su admiración y su amor por los exaltados que interrumpieron la sesión parlamentaria de certificación de los resultados. Pues sí, es poco creíble. Sobre todo sabiendo que es entre los propios ministros del gobierno federal donde se ha estado debatiendo si convenía poner en marcha el proceso de destitución y sobre todo sospechando que los abogados del señor Trump le habrán hecho ver que aparecer como líder de una insurrección violenta contra el Capitolio puede complicarle su futuro de ex presidente (ex presidente procesado por atentar contra la democracia). Así que Trump pasa de la admiración y el amor a los tipos éstos de la cornamenta, las pancartas y los berridos a la condena expresa.

¿Está el inminente ex presidente cubriéndose las espaldas por lo que pueda venir en el terreno judicial? Pues es legítimo pensarlo, claro. Trump tuvo toda la tarde del miércoles para decir estas mismas cosas, y para pedir calma y respeto al proceso parlamentario e lugar de incitar a los suyos para impedir que ese proceso se completara.

El nuevo presidente de los Estados Unidos, presidente inminente Biden, definició ayer lo que pasó anteanoche en el Capitolio. Tiene un nombre que no es ni protesta ni manifestación.

'Sí que se veía venir', porque esta traca final del trumpismo de la distorsión y la mentira es consecuencia de la siembra que desde hace meses ---probablemente desde antes del comienzo de su presidencia hace cuatro años--- viene haciendo el menos presidencial de los presidentes que ha tenido aquel país. Y a quien muchos de los congresistas y senadores preferirían no ver el día 20 en la escalinata del Capitolio mientras Biden jura su cargo. No parece probable que prospere, pero el llamamiento al vicepresidente Pence para que invoque la potestad de destituir al presidente por dejación de funciones ya está formulada. Por la presidenta de la Cámara de Representantes.

Hoy ya sabe también Biden que uno de cada dos votantes del Partido Republicano justifica el asalto al Capitolio, es decir, que incluso una agresión tan nítida como ésta al Parlamento del país es amparada por una parte de la población sólo porque preferiría que las elecciones las hubiera ganado el suyo. Un fenómeno que tampoco puede sorprendernos en España porque algo sabemos de polarización y de dobles varas de medir.

España es un país curioso en el que incluso un asunto en el que todos los partidos parecen estar de acuerdo consigue convertirse en motivo de disputa. ¿Algún partido aplaude el asalto al Capitolio de Washington? Ninguno lo ha hecho. Se entiende que todos condenan que un Parlamento sea asaltado. Pero... han sido capaces de montar una encendida gresca verbal sobre a quién se parecen más los exaltados éstos que invadieron el Capitolio: si a los CDR que intentaron sitiar el Parlament, a los partidos de izquierda que convocaron manifestaciones contra la investidura de Rajoy, o de Juanma Moreno, o a los partidarios de Vox (por su cercanía a los postulados de Trump). Y si hacer paralelismos entre el Capitolio y Rodea-El-Congreso es hacerle el juego al fascismo.

Hay comparaciones que no se sostienen y hay comparaciones que sí.

No es comparable una manifestación cerca de un Parlamento con el asalto de ese mismo Parlamento. Lo primero se considera en España libertad de opinión y de movilización. Naturalmente que uno puede manifestarse cerca de un Parlamento, siempre que no altere el normal funcionamiento de una cámara que no está al albur de lo que piensen de ella unos manifestantes. Concentrarse, llevar pancartas, protestar es legítimo. Incluso cuando algunos de los manifestantes aspiran a estar lo más cerca posible del Parlamento para poder increpar, insultar o denigrar a los parlamentarios que entran o salen y que no son de su cuerda. Esta forma poco sutil de coacción que es el acoso y el escrache. Cuando aspiras sólo a manifestarte para que se conozca y se escuche tu opinión no necesitas rodear ningún edificio. Rodear se parece mucho a cercar, a establecer un cordón en torno a ese edificio para que nadie pueda entrar ni salir sin sufrir la ira de quienes le niegan su condición de representante de la sociedad. Por eso un cerco al Congreso no está permitido.

En lo que sí se parecen los indignados fanáticos de Trump y otros muchos indignados que se han manifestado en países europeos (incluido el nuestro) es en la impugnación que hacen de la legitimidad de los Parlamentos... cuando éstos no toman las decisiones que ellos quieren o no tienen las mayorías que ellos querrían. Esta idea de que el manifestante es la sociedad real y el Congreso no se sabe a quién representa.

En la España de 2011, donde nadie intentó asaltar un Parlamento, sí se escuchó mucho aquello de que el Congreso no representaba a los españoles, no encarnaba la voluntad popular y no había por tanto, en España, democracia real.

Los manifestantes son sólo eso, manifestantes. Y los asaltantes ni siquiera son manifestantes, son atacantes, enemigos de la libertad, insurrectos envueltos en el tumulto que intentaron una sedición y fracasaron. La democracia real es la democracia parlamentaria.