A cuatro horas de que termine la campaña electoral en el País Vasco y a cuarenta y ocho de que cierren este domingo las urnas, de entre todos los aspirantes que concurren aquel cuyo futuro inmediato es más fácil prever es el actual lendakari, Patxi López, el hombre que se prepara para recoger el despacho, despedirse del chófer y agradecer a sus consejeros y colaboradores los servicios prestados. Las encuestas, naturalmente, son encuestas y nadie puede afirmar hoy cuántos diputados obtendrá el PNV, cuántos Bildu, cuántos el PSE, el PP o Unión Progreso y Democracia.
Pero la convicción que hoy todo el mundo tiene en Euskadi es que Patxi López no seguirá de lendakari, que el domingo se acaba esta etapa antes inédita en la historia del País Vasco que ha tenido al frente del gobierno autonómico a un político no nacionalista.
Tampoco nadie se atreve a aventurar cuántos años habrán de pasar para que esa circunstancia se produzca, o -siquiera- si volverá a producirse. Hace tres años y medio, en la noche electoral de 2009, Patxi López hizo historia al asegurarse la presidencia del gobierno vasco gracias al soporte parlamentario que se comprometió a prestarle Antonio Basagoiti, el nuevo candidato que presentaba el PP vasco tras la retirada de María San Gil. Durante la campaña muchos comentaristas habían dado por hecho que López pactaría con el PNV, y otros cuantos sostuvieron que era impensable que el PP vasco respaldara a un socialista partidario del proceso de paz que tomaba café con Arnaldo Otegi.
Una vez que cerraron las urnas y que Basagoiti mostró su disposición a elegir un lendakari socialista la pregunta que más se escuchó fue qué exigirá el líder popular a cambio, qué consejerías, qué concesiones. Reclamará la Diputación de Álava, se decía. Y cuando Basagoiti dijo que no habría negociación de cargos ni intercambio de cromos casi nadie se lo creyó. También se dijo que Zapatero jamás permitiría que Patxi López pactara con los populares, que prefería cuatro años más de oposición a una alianza insólita con su adversario de la derecha. Pero se firmó el pacto y aguantó mucho más de lo que sus detractores preveían.
Pasó lo que nunca antes había pasado: un lendakari no nacionalista con el respaldo parlamentario de socialistas y populares. Y aunque esté medio olvidado porque la historia se escribe deprisa, la prioridad que declararon los dos firmantes de aquel pacto fue desterrar el terrorismo de la vida cotidiana del País Vasco y, por extensión, de España, terminar de arrinconar a ETA y alumbrar -con la participación del PNV- un nuevo contexto político en el que no sonaran las armas ni llegaran a los buzones las cartas de extorsión. Mañana se cumple un año del día en que ETA renunció a seguir matando. La banda está abocada a su disolución, sea ésta formal y publicitada o callada y no declarada -es posible que ETA un día deje de existir sin haber emitido nunca su certificado de extinción-.
La ucronía está reñida con la Historia: nunca será posible saber si habríamos llegado hasta aquí, si habríamos cumplido ya un año sin actividad terrorista, si ETA habría sido por primera vez un asunto secundario en una campaña electoral vasca, de no haber existido esta alianza entre Basagoiti y Patxi López tras las elecciones de 2009. No es posible saber qué habría pasado en condiciones distintas, pero sí lo que ha sucedido: que fue gobernando López gracias al soporte de Basagoiti cuando en el País Vasco la llamada izquierda abertzale hubo de marcar definitivamente distancias con la actividad terrorista resignándose a aceptar que las bombas y la extorsión son el pasado. Lo han aceptado a rastras y han tardado, pero no cabe negar que el panorama político en el País Vasco ha cambiado.
Ahora corresponden a los votantes escoger entre las distintas opciones -opciones de país y opciones de gestión- que se les presentan. Escoger entre el nacionalismo con autodeterminación que reclama Urkullu, la secesión que encarna Mintegi, el federalismo por el que aboga López, la autonomía que defiende Basagoiti o el reforzamiento de la administración central que abandera Unión Progreso y Democracia. Las sumas de diputados, las alianzas que puedan surgir tras las elecciones, las dejamos ya para la noche del domingo. Cuando Patxi López añada a su cargo de lendakari la coletilla en funciones e Iñigo Urkullu empiece a prepararse para el traspaso de poderes.
Lo de Galicia, en ese sentido, está menos claro. Las encuestas se decantan por la continuidad de Feijoo como presidente autonómico, pero Fraga también contaba con seguir en 2005 y hubo de cederle el despacho a Pérez Touriño. La zona de sombra que esta vez padecen los sondeos no es tanto la indecisión o el voto oculto como la apatía de una parte de los votantes, la abstención que se estima en más del cuarenta por ciento y que puede hacer variar notablemente el reparto de escaños que hoy anticipan los sondeos. Podremos analizar también el domingo en qué medida se constata, o no, en las urnas el desafecto que los sondeos vienen señalando hacia los dos partidos mayoritarios. En Galicia está más abierto el partido que en el País Vasco, o eso deben pensar Rajoy y Rubalcaba porque ambos están a esta hora lanzando las últimas redes para pescar votos en los mítines que cierran la campaña.
Recién llegado el presidente del gobierno de la cumbre europea en la que no se ha avanzado nada -más bien al revés, se retrasa lo de la unión bancaria- y teniendo ya confirmada su segunda huelga general en el cargo. Mendez y Toxo, líderes de la oposición, recuperan el argumentario de las últimas dos huelgas generales, éste que dice que es el gobierno quien no les deja otra opción que convocar el paro y que, si éste no tiene éxito, será porque los trabajadores tienen miedo a perder su empleo o no están en condiciones de permitirse renunciar a un día de salario. No se plantean, ni siquiera como hipótesis, los líderes sindicales que los pinchazos de las dos últimas huelgas generales -ésta aún es una incógnita— pudieran haberse debido a que la mayoría de la población no comparta ni los diagnósticos que ellos hacen ni las recetas que prescriben. Sorprender, en todo caso, no ha sorprendido ni la huelga ni la fecha elegida, 14 de noviembre. Estaba todo más cantado que el Clavelitos