¿Qué es hoy más sólido en España que hace tres meses? ¿En qué estamos mejor que antes del coronavirus?
Veintiocho mil fallecidos después, doscientos cuarenta mil enfermos, seiscientos mil parados, tres millones y medio de personas con su empleo suspendido, miles de ellos que aún están esperando a cobrar su salario, médicos y enfermeros exhaustos, centros de atención primaria con más trabajo que nunca y los mismos recursos de siempre, el clima político agriado, el gobierno proyectando desconcierto, la inquietante debilidad parlamentaria que le lleva a ver en Bildu un socio apreciable. Fuerza progresista, los llamó Sánchez el miércoles.
Salimos más fuertes, ¿en qué?
¿Es más fuerte hoy nuestro sistema nacional de salud, del que tanto han presumido siempre los gobernantes de todo signo? Éramos la mejor sanidad del mundo, pero llegó el coronavirus y la nuestra fue la historia de un parche tras otro parche y tras otro parche.
¿Es más fuerte nuestro sistema de alertas sanitarias? Ni siquiera se ha examinado todavía si este departamento del ministerio de Sanidad que ahora se ha revelado tan necesario cumplió con su tarea de alertar.
¿Funcionó bien o se quedaron cortas las advertencias que hizo? Es una pregunta imprescindible que al gobierno parece que le molesta. El mero hecho de sugerir que el doctor Simón ha podido pecar de tibieza o de inconcrección le convierte a uno poco menos que en un hereje: de inmediato sale el gobierno a sentenciar que es inaceptable que se ataque a los epidemiólogos y a los científicos. ¿Nuestros epidemiólogos y nuestros científicos salen también más fuertes, presidente? ¿En qué lo nota?
Uno entiende que hay que emitir mensajes alentadores, de confianza y de autoestima, pero la mesura siempre es aconsejable. No vaya a parecer que hasta nos ha venido bien una epidemia que ha dejado, además de muertes, secuelas de todo tipo. Este discurso que intenta convencernos a la vez de que sufrimos la mayor crisis de todos los tiempos pero no hay de qué preocuparse porque el Estado ya se ocupa de nosotros, nadie se queda atrás, nadie desamparado, ayudas y subvenciones para todos, cerrojazo a los despidos para que no puedan despedirnos, rejonazo a los ricos para que su dinero nos alimente a todos, Europa enchufando el grifo de la ayuda desinteresada (y no reembolsable), una tasa a los de Google, y los de Apple, turistas que vendrán ahora en avalancha porque somos un país seguro, es la mayor crisis de todos los tiempos pero no nos vamos a enterar, qué pedazo de escudo social y qué estupendo todo. Si fuera cierto.
El presidente tiene la mejor opinión de su gabinete. Que, en realidad, significa que tiene la mejor opinión sobre sí mismo. Llama ‘distintas sensibilidades’ a que él, y Pablo Iglesias, no vean mayor inconveniente en firmarle a Otegi un papel que dice que la reforma laboral será demolida mientras la vicepresidenta económica considera ese pacto ‘absurdo y contraproducente’. Total, sólo estamos hablando de cuestionar la legislación laboral que rige en una emergencia con tres millones y medio de trabajadores en ERTEs y, total, sólo estamos hablando de Bildu. Cinco abstenciones a cambio de ser ascendido a la condición de fuerza democrática progresista.
No se le vio a Sánchez el miércoles tan incómodo por tener que cortejar a Bildu como ahora pretende que se le vea. Esta revisión de la historia que atribuye al PP la culpa de que él tuviera que abrirse a negociar casi cualquier cosa.
A Sánchez, inventor del ‘no es no’ como programa político, siempre le vale la misma explicación. La culpa, de los demás por no votar lo que él diga.
Quien votaba no a su investidura estaba bloqueando el país y poniendo en riesgo la economía. Por eso él tuvo que pactar con Esquerra Republicana. Quien vota no al estado de alarma pone en riesgo la desescalada y desprecia la vida. Por eso él ha tenido que pactar con EH Bildu. Quien vote no a los presupuestos del año 21 estará poniendo en peligro la reconstrucción y el bienestar de los españoles. Por eso le obligará a pactar con Esquerra, con Bildu, con Puigemont y con quien haga falta. Porque Sánchez a sus pactos llega siempre obligado, empujado por el PP que es quien tiene la culpa de que en su día hubiera reforma laboral y de que ahora haya que quitarla.
Al principio de la epidemia hubo cierre de filas, toda la oposición parlamentaria secundado al gobierno en la adopción de medidas excepcionales, todo el país a una, se decía. Llegaron a plantearse unos nuevos pactos de la Moncloa, nada menos. Sánchez iba a ser el presidente de la concertación nacional. Dos meses después va trampeando cada nueva votación firmándole lo que sea a quien sea.
¿Son más fuertes hoy nuestras instituciones? ¿Es más sólido nuestro país? ¿En qué?
Uno escucha la descripción que hace el gobierno de la España de final de mayo, y tiene que preguntarse por qué repite incansable que hay que reconstruirla si, según él, estamos como nunca.
Hablemos claro.
Al virus no lo hemos doblegado. Nos hemos encerrado en casa para no contagiarnos. Nunca fue una guerra y por eso no hay victoria. La mayoría de nosotros hemos esquivado el contagio. Quienes se infectaron, en el mejor de los casos, han sobrevivido. Con el esfuerzo de médicos y enfermeras que hoy están desfondados. A esto se reduce la historia de la pandemia en España. De la que sale un país dolorido y deteriorado, un país empobrecido. La historia de la recesión es la que empieza ahora.
Seguro que te interesa...
Coronavirus en España y en el mundo, en directo: noticias del 25 de mayo y datos actualizados