Monólogo de Alsina: "El espectáculo de los ministros anunciando sus resultados es un nuevo episodio de incoherencia entre lo que predican y lo que hacen"
Desde las doce de la noche los habitantes de Igualada y otros tres municipios catalanes no pueden abandonarlos. Son los cuatro primeros pueblos de nuestro país en los que se decreta el confinamiento de la población. Es decir, la medida que se aplicó en los primeros municipios de Normandía el 24 de febrero.
¿Qué tiene Igualada que lo haga distinto? Pues lo empezamos a contar ayer: allí se ha detectado un foco de contagio que afecta a sesenta personas, la mayoría de ellas profesionales del hospital de la ciudad. El hospital es el foco y doscientos sanitarios han tenido que empezar a respetar el aislamiento. El número de afectados y la concentración en un mismo foco llevó al gobierno catalán a cerrar los colegios ya ayer y ha llevado a decretar ahora el cierre del municipio y de tres pueblos vecinos.
La alcaldesa de Vilanova del Camí explicó anoche en La Brújula que la medida busca impedir que el contagio se extienda y que los vecinos tendrán asegurado el abastecimiento de alimentos y productos de higiene.
Sesenta y cinco mil personas habitan estos cuatro municipios. En Cataluña son 260 los contagiados. En el conjunto de España hemos superado ya los tres mil. Dato oficial. Y como todos los datos, desfasados.
Cuál es el número real de enfermos que hoy tenemos (aquí y en otros países) es una incógnita. No porque se oculte nada, sino porque las confirmaciones de diagnósticos llegan días después de los contagios (salvo si eres ministro) y porque hay un número indeterminado de casos no diagnosticados (personas contagiadas que no aprecian un malestar suficiente para hacérselo mirar). Ayer contamos que Mateo Renzi, ex primer ministro italiano, aconsejó a los gobiernos ser transparentes con los datos reales. Así lo dijo él: los números reales. Miren lo que está pasando en el Reino Unido: el número de contagios es de seiscientos, dato oficial, pero el propio gobierno ha filtrado que la estimación real es de 10.000, a día de hoy. Boris Johnson se dirigió ayer a la población británica.
Si en el Reino Unido, país menos afectado que el nuestro, con 600 infectados, se calcula que pueden ser diez mil, es razonable pensar que en España nos esté pasando lo mismo. Y que los tres mil contagiados sean bastantes más. Como perciben los profesionales sanitarios que están en primera línea, por ejemplo, en los hospitales de Madrid.
Pedro Sánchez también se dirigió ayer a la población para exponer las medidas que componen su esperado plan de choque. Aplazamiento del pago de impuestos para empresas y créditos blandos (de momento con cuantía escasa) para el sector turístico. No anunció nuevas medidas que afecten a restricciones de transportes o de actividad, pero sí dinero para que las familias que desde el lunes ya no tendrán colegio en ninguna región puedan conciliar sin perder ingresos y puedan seguir recibiendo, aquellas que ya lo hacían, las becas de comedor aunque los colegios estén cerrados.
El palacio de la Zarzuela ha anunciado que los Reyes se han hecho el test del coronavirus. El gobierno ha anunciado que se les ha practicado el test a todos los ministros. Lo que ni la Zarzuela ni la Moncloa han explicado es por qué se les han hecho los análisis. ¿Acaso tienen los síntomas del coronavirus? Si es así, eso no se ha dicho. Y si no tienen síntoma alguno, a cuento de qué se les practica un test que personas que sí tienen síntomas, y que están en sus casas aisladas y espe-rando a que les confirmen si están contagiadas, no se les está haciendo. Hay médicos sintomáticos y en su casa a los que todavía nadie les ha hecho aún la prueba. Y el respetado portavoz del gobierno para la crisis, Fernando Simón, explicó que hacerle el test a un asintomático carece de sentido.
El espectáculo éste de los ministros anunciando sus resultados como si fuera la quiniela (Irene, positivo, Calvo, negativo, Iglesias, equis) es un nuevo episodio de incoherencia entre lo que predican y lo que hacen cuando les afecta a ellos.
Como estamos en fase de corregir el tiro y desdecirse de casi todo lo dicho, no descarten que se acabemos viendo a nuestras autoridades defender la conveniencia de hacerle la prueba a todo el que lo pida. A la manera surcoerana, donde se pide cita con una aplicación de móvil, vas a un sitio apartado y, sin bajarte del coche, un par de señores con mono y guantes te toman una prueba de salida y analizan al momento. El sistema, que es como un control de alcoholemia pero en virus, lo ha copiado Alemania y ha empezado ya a hacerlo.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, presentó síntomas el miércoles y el jueves por la mañana ya tenía el resultado. Si los síntomas empezaron el miércoles, es altamente probable que el contagio se produjera el fin de semana pasado. Y podría ser que se hubiera producido antes o durante la manifestación multitudinaria. Nadie está a salvo, al cien por cien, de contagiarse, claro que no. Todo lo que podemos hacer es tomar precauciones, ya las conoce usted: no darnos la mano, mantener un metro de distancia, no besarnos. Las conoce usted porque no son nuevas, llevamos repitiéndolas desde hace dos semanas. Es más, las viene exponiendo el respetado doctor Simón desde el primer día.
Mucho antes de la manifestación del domingo, el ministerio de Sanidad recomendaba no tocarse, mantener la distancia, no besarse. Es decir, todas las recomendaciones que la vicepresidenta designada para coordinar la crisis del coronavirus no siguió cuando el domingo agarró la pancarta.
Este es el problema de predicar una cosa y hacer otra, que luego empiezan a aumentar los casos, la crisis se dispara, y eres tú, que presumías de tocar, de besar y de apretujarse con los demás tras una pancarta, quien tiene que salir a reclamar disciplina social. Este concepto que ha elegido la fábrica de mensajes de la Moncloa para instarnos a todos, cinco días después de las manifestaciones, atender a esas recomendaciones.
Al gobierno de los relatos y las piruetas audaces le ha atropellado un camión llamado coronavirus. La foto de las ministras y ministros en medio de un aluvión de gente.
Al presidente se le preguntó ayer si fue un error alentar a esa manifestación. Y recurrió al burladero de siempre: el criterio de la ciencia.
No consta que la ciencia aconsejara ni mantener la manifestación ni juntarse, tocarse y besarse durante la misma. Esa no fue una decisión científica. Fue política.
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