EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Estamos en la cuenta atrás para…¡la visita de Varoufakis!

Les voy a decir una cosa.

Tic tac tic tac, como dice Iglesias. Estamos en la cuenta atrás para…¡la visita de Varoufakis! ¿De quién? ¡DeVaroufakis! El nuevo dios de los griegos.

ondacero.es

Madrid | 03.02.2015 20:13

El ministro de finanzas que ha logrado ya la proeza de eclipsar a Alexis Tsipras y reducir a su vicepresidente económico, jefe directo del ministro de Finanzas, a la condición de mera anécdota, ha prometido que incluirá Madrid entre los próximos destinos donde predicará su buenanueva. Aunque expresó su compromiso el domingo y aún no le ha puesto fecha, en Podemos e IU ya andan mirándose de reojo a ver quién cierra primero una cita con Terminator.

¿A quién quieres más, Varoufakis, a Garzón o a Iglesias? El tirón político, popular, mediático del nuevo ministro salta a la vista. Por su look, su lenguaje y su forma de dirigirse a la gente ha sido comparado lo mismo con Heisenberg (no el físico sino el de Breaking Bad —“dí mi nombre”—) que con Pepe Reina. De él han dicho que es un Lannister, como en Juego de Tronos, no porque el lema de esa casa sea Un Lannister siempre paga sus deudas, sino porque ése es el lema oficioso: el verdadero, como acabó entendiendo Ed Stark, es oye mi rugido. Óyelo porque serálo último que oigas.

Hoy el ministro García Margallo, en su asentado papel de comentarista de todo un poco, le ha respondido a Bruce Willis (digo a Varoufakis)que diga de una vez qué espera de sus socios europeos: diga quéquiere. No es que el gobierno griego se haya sentado a hablar todavía con el gobierno español —a Rajoy lo ha colocado muyal final de su lista de interlocutores—, pero el gobierno español, como el resto de los gobiernos europeos y como el resto de los acreedores a los que Grecia debe dinero, se da por aludido cuando Varoufakis reclama una revisión de la cuantía y los plazos de esa deuda. Diga quéquiere.

Bien, el ministro griego, que ya ha aclarado que no se trata de que él desprecie a la troika sino que prefiere hablar directamente con los prestamistas, los estados euro, ha pasado por París y Londres y ha dejado planteado medio pliego de peticiones (que Grecia, por supuesto, no las llama peticiones sino soluciones al problema). Algunas ya se conocían y otras van concretándose. Pagar, dice que están decididos a pagar, pero aligerando sus obligaciones. Por ejemplo, supeditando el pago de los intereses al crecimiento de la economía griega —si no crecemos, el acreedor se espera; cuando crezcamos, vamos pagando—; y por ejemplo, cambiando los bonos que hoy tienen los acreedores por bonos en otras condiciones, más en concreto, sin fecha de vencimiento, es decir, perpetuos —mientras el acreedor no reclame el pago, va cobrando el cupón y tan contento—.

El plan Varoufakis no le ha sonado mal al gobierno francés, no ha inquietado al gobierno italiano y no ha escandalizado al gobierno británico. Pero ni los unos ni los otros, sobre todo este otro, el británico, tienen la llave de lo que acabará pasando. La llave, lo sabemos, la tiene el Estado de mayor peso en Europa y el que más dinero puso para salvar la economía griega. Por supuesto, Alemania. Por eso la reunión que verdaderamente tiene morbo es la que van a mantener pasado mañana Heisenberg y Herr Schauble, el ministro alemán de finanzas.

A la espera de que la madre de todas las reuniones llegue -otro tic tac- todo lo que anticipa el gobierno germano es que el diálogo siempre es posible, pero el resultado del diálogo nunca puede ser que una parte se salga con la suya a costa de que la otra se rinda. Y si el gobierno griego presenta como indiscutible carta de legitimidad su éxito en las urnas, el gobierno alemán (formado por conservadores y socialdemócratas) presenta como legitimidad igualmente indiscutible exactamente la misma. A Merkel se lo recuerdan sus ciudadanos todos los días: el dinero del que usted dispone es el que hemos puesto nosotros; ante quien debe usted responder en última instancia es ante nosotros. Y Merkel, como Tsipras, también se presentó con un programa electoral, compromisos adquiridos con el pueblo al que representa en estas negociaciones.

Cuando el ministro Varoufakis despachó el viernes a la troika como mera intermediaria a la que nadie pone cara y a la que nadie ha votado estaba recordando —y está bien que lo recuerde— el fondo de todo este asunto: el rescate de Grecia (o los rescates) no ha sido otra cosa que préstamos blandos concedidos por los estados del euro para que su socio, el estado griego pueda seguir funcionando (blandos en comparación con las condiciones que el mercado, los inversores corrientes, le estaban exigiendo a Grecia). Estados que prestan y estado que recibe y se compromete a devolver lo prestado. Estados, es decir, los habitantes (o contribuyentes, como prefieran) de esos países.

¿Aceptamos entonces las nuevas condiciones? Éste es el viejo asunto de las dos partes que tienen firmado un acuerdo, o un contrato. Una de ellas quiere modificarlo, de acuerdo. Falta saber qué dice la otra. O expresado, como ahora se lleva, en términos de soberanía popular y votos en urnas, el pueblo griego ha expresado mayoritariamente que desea cambiar los términos del acuerdo que tiene firmado con los estados de la zona euro, perfecto. Nadie puede negarle el derecho a plantearlo. ¿Se le reconoce ahora el derecho a opinar a la otra parte, a los otros estados, el nuestro por ejemplo? Si el pueblo griego está en su derecho de reclamar condiciones nuevas, ¿está en su derecho el pueblo alemán a no compartir esas condiciones nuevas? Si el pueblo griego podrá pronunciarse, en urnas o a través del Parlamento, sobre la condiciones (si hay acuerdo) del nuevo programa, los pueblos de los otros estados obligados por esas nuevas condiciones habrán de pronunciarse ellos también. No parece que en España vaya a haber referéndum, ¿verdad?, pero sí tendrá que debatirse y votarse el nuevo plan en el Parlamento.

A cambio de esas nuevas condiciones (bonos perpetuos, pago supeditado al crecimiento económico) lo que le vamos a reclamar al gobierno griego (lo que le va a reclamar Alemania) son garantías de que ese crecimiento va a producirse. Este dinero del que ahora va a disponer, a costa de aplazar su devolución, para qué lo va a usar usted, qué política económica va a aplicar y aceptando, o no, que los países que usamos esta misma moneda tenemos algo que decir al respecto.

Es ahí donde Syriza puede encontrar problemas, si al final tiene que decirle a su electorado, o al pueblo griego, que va a aplicarle una quita no a la deuda sino a sus promesas de gobierno. Nada insólito, nada nuevo, porque en España fue Rajoy quien le metió una quita a su programa electoral y, tres años y pico después, se dice convencido de que volverá a ganarle las elecciones al PSOE y, esta vez, a Podemos. Y usando como baza principal (casi única) la recuperación económica y la creación de empleo. Hoy Pedro Sánchez, después de la foto de ayer con Rajoy en la Moncloa (paz y armonía), ha admitido abiertamente que la recuperación económica es una realidad objetiva.

Los datos así lo avalan, que hay recuperación, aunque siga habiendo también crisis. Como èl mismo dijo, no es frecuente que esto lo haga un líder de la oposición, que es tanto como decir que no es frecuente que en política se admita con naturalidad un hecho si éste pueda beneficiar al adversario. Lo que sí es frecuente es que la oposición recurra a un clásico -acusar al gobierno de triunfalismo onanista— y el gobierno recurra a otro -acusar a la oposición de verlo todo siempre negro—.

De Susana Díaz, víctima de una gripe que la tiene muda, no se ha escuchado una palabra ni sobre esto de hoy ni sobre el pacto contra el terrorismo firmado ayer en la Moncloa. Cabe pensar que, iniciando una campaña electoral, ver al PSOE de la mano del PP le incomoda. O cabe pensar que siendo un pacto de Estado, le habría gustado firmarlo a ella.