opinión

Monólogo de Alsina: "Necesitamos historias con finales felices para acompañar a quienes no los han tenido"

Diario de la pandemia. Veintiuno de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

- Última hora del coronavirus en España y el mundo, hoy, martes.

- Todo lo que tienes que saber sobre la salida de los niños a la calle durante el confinamiento.

Carlos Alsina

Madrid | 21.04.2020 08:19

· No me parece que los números sean fríos. Los números reflejan cómo evolucionan las situaciones que nos afectan a todos. La epidemia y la crisis económica.

· Hay números que mejoran y hay números que asustan. Mejoran los que reflejan cómo se extiende el virus. Pierde velocidad la epidemia. La sigue perdiendo. Aún no llegamos a tener más altas hospitalarias que nuevos diagnosticados, pero en esa dirección caminamos. Ojalá este mediodía veamos que nos vamos acercando a ese punto más rápido de lo que esperaban. Los famosos expertos.

· Asustan los números de la depresión económica que viene. El 9 % de desplome del PIB que calcula el Banco de España, hasta un 13 % si el confinamiento se prolongara más allá de mayo y el sector de la hostelería y el turismo no recuperasen fuelle hasta final de año.

· Cada día contamos algo que nunca antes se había producido. Hoy es el hundimiento del precio de petróleo estadounidense. Nunca antes valió menos un barril de petróleo porque nunca antes hubo tan pocas cosas que lo necesitaran: los coches y los aviones están parados.

· Nunca, desde que empezó la epidemia en Italia, habían tenido menos casos activos un día que el día anterior. Leo el dato y, al principio, me parece ilusionante. Hasta que me recuerdo a mí mismo cómo se calcula esto de los casos activos. A los nuevos contagiados se les restan los enfermos que han dejado de serlo. Lo que ocurre es que ahí dos tipos que son la cara y la cruz: dejan de ser enfermos los curados y dejan de ser enfermos los fallecidos.

· En la cafetería del hospital de Lugo han hecho un erte, así que la comida en las guardias deja mucho que desear. Montse ha cenado una crema verde aguada, supone que eran acelgas, pero quién sabe. Se ha agenciado un kit kat que le va a salvar la noche. La noche está calmada, con los pacientes conectados a sus respiradores y las enfermeras pendientes de cualquier alarma. Enfermeros y auxiliares son los más expuestos porque son quienes más veces entran en los boxes. Si suena el busca de la médica de guardia, como ahora, hay que ponerse el EPI, las gafas ésas que se empañan y aprietan demasiado por las gomas gruesas que llevan. Montse admite que las manos le escuecen de tanta solución hidroalcohólica, pero también que en su trabajo se lleva satisfacciones. Ver a un hombretón que consigue salir adelante y que al llamar a su familia se rompe en lágrimas contagiando del lloro a todo el personal presente. O cuando un paciente pasa a planta, que se lo llevan entre aplausos porque estas altas, no sabe por qué, son

más emocionantes que ninguna otra que haya dado. A Montse le sale a veces ponerse a tararear el Facciamo, pero disimula no vayan a pensar sus compañeros que ha dejado de ser seria. Que lo es. Y tiene fama.

· Cristina, que tiene 27 años, me ha contado la historia de una abuela visionaria. Ahora que tanta gente dice que no se pudo prever, resulta que ella sí lo vio. 'Desde febrero', escribe la nieta, 'y viendo lo que estaba pasando en Italia, decidió que ninguno le diéramos besos y que fuéramos a visitarla lo menos posible. Y menos mal, porque cayó infectado mi padre y después mi madre y después, yo'. Cristina iba a casarse este año (o va a casarse, no sé). El 2020 era el año de los acontecimientos familiares: un bautizo y dos bodas. Le hacía ilusión a toda la familia que la abuela Catalina estuviera presente en todo. De cabeza y de memoria está mejor que sus nietos, pero ya casi no oye nada y apenas ve. 'Ahora he entendido', me dice Cristina, 'lo largos que se le deben hacer los días sin poder cocinar, ni ver televisión, ni casi nada de lo que hacemos los demás'. La abuela Catalina vive en el bloque de enfrente, así que cada tarde se asoma al balcón con la mujer que la cuida y lanza besos para que los vean desde el otro lado de la calle. O sea, que sigue bien. No sé, Cristina, cuándo celebraréis las bodas y el bautizo, pero seguro que estará allí la abuela. Para celebrar lo más importante, que es lo que ni se ve ni se oye.

· La familia de Sara hace a esta hora la ronda de temperaturas. Bueno, primero escuchan el Diario de la Pandemia, ella en su casa de Madrid, su hermano –también en Madrid-- en la suya, y los padres, en Tarazona. Cuando acaba cantan el Facciamo (los padres aún en la cama, y bajito, para no despertar al abuelo) y hacen la ronda en el grupo de whatsapp. Nunca han pasado de 36 grados ninguno. O sea, ni fiebre ni nada. Durante el confinamiento murió la abuela y Sara y su hermano no pudieron ir a despedirla. Ahora esperan poder ir pronto a abrazar al abuelo, 96 años, que lo que más desea es salir a tomar el vermú. Con empanadilla incluida en un bar del pueblo. El otro día dije que estar escuchando lo mismo a la misma hora es como tener tendido un hilo invisible, como los vasos de plástico con una cuerda que usábamos (antes de tener walkie talkie) los críos. Celebro que el hilo sirva para unir Madrid con Tarazona y tantos otros sitios con tantos otros sitios.

· Hay veces que tengo la impresión de haberme colado de verdad en la casa de alguno de vosotros. En el segundo piso de un bloque cualquiera de Alcalá de Henares. Es como si estuviera en casa de Pedro, 62 años, lleva trabajando desde los 13, 35 años en la misma empresa. Su mujer regresa ahora de la calle. Ha ido a comprar el pan y ha pasado por el piso de abajo, donde vive su hija con el marido y el nieto. Veo que la mujer sube triste porque no puede besar ni abrazar al enano, Javier, que ya tiene tres años. Le han explicado que hay un virus muy malo y que las personas no deben acercarse unas a otras. Sigo en casa de Pedro y ahora veo que es él quien sale. Baja al piso de abajo y golpea con los nudillos la puerta. Es una forna rara de llamar, yo diría que es una contraseña. Javier, que lo oye, va corriendo a abrir la puerta. Dice 'abuelo, abuelo', porque ha reconocido la contraseña. Espera a que su madre abra, hace amago de ir a abrazar al abuelo, se frena en seco, le mira y le lanza un beso. Y hablan un rato y cuando el abuelo dice que se vuelve arriba Javier sale corriendo y se abraza a sus piernas. No les da tiempo a pararlo. A ver qué madre, o qué abuelo, es más rápido que un niño de tres años. Y ahora veo a Pedro que sube a casa él también triste y medio llorando, maldiciendo al virus éste y diciéndose que en sus sesenta y dos años de vida ha pasado por muchas situaciones difíciles, pero como ésta, ninguna.

· Quieren llamarle comisión de la reconstrucción. A lo que han pactado Casado y Sánchez. De momento han pactado el vehículo para intentar un acuerdo amplio. Ahora está por ver si ese acuerdo se alcanza. Lo quienes llamar reconstrucción pero, en rigor, lo que se busca es impedir que este tsunami nos destruya. O que destruya lo menos posible. Empleos, sobre todo. Yo preferiría que lo llamaran comisión de la reinvención. Para que saliera de ahí no un país remendado, parcheado, o subdiado, sino un país distinto. En el que los que mandan y los que aspiran a mandar dejaran de perder el tiempo satanizándose unos a otros y nos ahorraran el postureo y la propaganda. En el que importaran más los hechos y menos los relatos. Más la realidad y menos los sermones. Y en el que dejáramos de dilapidar el tiempo, el esfuerzo y la política en discutir qué somos y como nos territorializamos. Que si somos nación, o varias naciones, o plurinación o pluri-lo-que-sea. Hoy está a la vista lo que somos. Una sociedad igualada en el dolor y la incertidumbre.

· Creo que ayuda mucho al pacto que Adriana Lastra no tuitee.

· Me decepcionó que el general Santiago fingiera ayer que el domingo no había dicho nada sobre el control de las redes para mininizar el clima contrario a la gestión del gobierno. Desde el aprecio a la institución, y al general, lo digo. No entendí su actuación de ayer.

Hace bien el general en recordar que las personas están por encima de la ideologías, y nadie duda (yo, desde luego, no lo hago) de su brillante hoja de servicios. Pero nada tienen que ver ni su currículum ni las ideologías con pedir explicación a una frase que él pronunció, con entera libertad, ante la opinión pública en rueda de prensa.

· Me extraño que ninguno de los periodistas que envían preguntas al secretario de Estado se interesara por la frase del general el domingo. Luego he sabido que sí que lo hicieron, pero que el secretario de Estado ignoró todas las preguntas. No sé si cabe llamar a eso censura.

· Con todo el aprecio al doctor Simón, lo de ayer no tuvo un pase. Esto de confundir el ataque con la crítica y la crítica, con la falta de decencia.

Nada tiene de indecente preguntar a un alto cargo elegido por el gobierno por una frase que él mismo pronunció en público. No es un ataque preguntar y no es un ataque cuestionar la competencia informativa de quienes comparecen cada día a informarnos. Salvo que el gobierno vaya a arrogarse ahora el derecho a decretar qué es decente y qué no lo es.

· Fernando Simón opina que hubo un ataque indecente al comité técnico. Es la prueba de que los expertos tienen opiniones. Y que bajo la apariencia de verdades incuestionables se esconden a menudo opiniones perfectamente cuestionables.

· La portavoz del gobierno catalán opina que si Cataluña hubiera sido independiente no habría habido tantos fallecidos.

Naturalmente no aporta un solo dato que justifique su opinión. Fabula con la historia que nunca existió, ésa en la que Torra, el último día de febrero, exige a Sánchez que decrete ya el confinamiento y el cierre de fronteras.

· En la historia real, Torra cruzaba encantado ese día la frontera para adentrarse en la marea humana que acudió a escuchar al profeta Puigdemont en Perpigñán. Al profeta y a sus viceprofetas Comín y Ponsatí, a los que Torra aplaudía entusiasmado, desconfinado y sin haber pedido una sola medida de aislamiento. Los colegios de Igualada se cerraron después de haberse anunciado el cierre de colegios en Madrid. Menos inventarse películas y más pedir perdón por el desastre de las residencias. El desastre en Cataluña y en Madrid.

· Hay días en que las historias que contáis los oyentes se entrelazan. Los padres de Manuel, abogado y autónomo, viven en Vista Alegre, Santiago de Compostela. Pasado mañana es el cumpleaños del padre, así que Manuel llamó a la asociación de vecinos a ver si podían ir a felicitarle el día. Le dieron el número de teléfono de quien se ocupa de las felicitaciones. Y cuando llamó, le salió un señor con acento aragonés: Luis de Zaragoza, que le empezó a contar lo del número equivocado hasta que él le paró para decirle que no se molestara, que ya conocía su historia de haberla oído por la radio. Han quedado en que los hijos de Luis le enviarán una felicitación por whatsapp. Al teléfono de la madre, porque el padre no sabe usarlo.

· Guille debe de estar ahora mismo camino del primer abuelo que hoy recibirá su comida en casa. Tiene 22 años. Trabaja en el comedor escolar que lleva su familia en Manacor, y estos días están llevando la comida a los ancianos de un centro de día que está, como casi todo, cerrado. Guille escucha este rato del programa desde que empezó el confinamiento y lo comparte con su madre, que está escuchando lo mismo pero a quinientos kilómetros de distancia y con un mar de por medio. Me cuenta que la semana que viene él ya no tendrá trabajo, que al vivir en la misma casa que su jefe, que es su padre, figura como autónomo colaborador y que no tiene derecho ni a finiquito ni a paro. Ni a nada. A la madre le envía un beso a través de la radio y yo, a través de la radio, se lo entrego.

· La vida de Elena es mucho mejor desde que tiene a sus pacientes. Es enfermera de oncología de un hospital de Madrid y le gustaría que hoy me acordara yo de ellos. Enfermos de cáncer en los que percibe el miedo a contagiarse cada vez que van al hospital (por si el cáncer no fuera suficiente, temen que les toque también el covid--, y el miedo a que se infecten sus médicos y enfermeras. 'Son ellos los que se preocupan por nosotros, nos dicen que por favor nos cuidemos o nos traen bombones para endulzarnos la jornada'.

· Álvaro cumple hoy años, 48. Y va a ser padre en cuarentena. Al bebé lo espera –-bueno, lo espera Noemí, que es quien lo gesta— para finales de mayo. Aún no sabe si podrá pasar al paritorio o estar en la habitación. Claro que tampoco sabe dónde trabajará este verano porque su empleo depende del turismo. Siguen naciendo niños, como comprobamos cada mañana.

· Ah, me escribió Toña, para contarme que la nuera dio negativo y ya puede tener con tranquilidad a su bebé en brazos y abrazarse con su hijo. Con sus hijos, el de Toña, que es el marido, y el bebé, que es el hijo de ambos. Toña, que es psicóloga (y abuela) dice que necesitamos historias con finales felices para poder acompañar a quienes no los han tenido.

· Hay un Guillermo en Albacete que está feliz porque a su hija de dos años le ha dado un ataque. ¡Un ataque de papitis! Aguda. Es el primero. Ataques de mamitis ha tenido siempre, pero de papitis no. Y el padre está inflado como un globo. Eva tiene dos años y exigió que fuera papá, y no mamá, quien le contara un cuento para dormir. Y al terminar él dijo: buenas noches, te quiero. Y una Eva medio frita murmuró 'buenas noches, yo también te quiero'. Cómo no va estar ese hombre levitando. Es que Guillermo tuvo que estar aislado quince días, por lo del virus, y ahora se lo está pasando pipa en su nuevo trabajo, que es estar entretenido con Eva todo el día: colorea, hace plastilina, juega al fútbol y toma el té con Minnie. ¿Es o no es la vida ideal de cualquier hombre de Albacete?

· Helia ha pintado para el colegio una escena de su familia: todos juntos en la cocina cantando el Facciamo. Y como sabe que me cuesta entender las cosas, me lo ha explicado depacito.

Así se hace, para que yo lo entienda. Gracias, Helia.

Mua para ti también.

· Me gusta mucho esta versión que envía Sara. Porque demuestra que no hace falta saber italiano para cantar Facciamo. Ni siquiera saber la letra.

· A continuación presentamos un caso claro de sabotaje fraternal. Obsérvese cómo Martín canta (muy bien) el Facciamo mientras Irene le torpedea.

Se percibe una tensión creciente en los hogares. Están los críos en toriles escarbando el suelo a cuatro patas delante de la puerta. Aún quedan seis días, criaturas. Y hoy todos pendientes del Consejo de Ministros, que va a aprobar quiénes y cómo podréis salir el lunes a airearos un poco. Visto el interés infantil por el Consejo de hoy, igual la rueda de prensa en lugar de la ministra Montero debería darla Peppa Pig.

Y el lunes, a demostrar en la calle lo que habéis aprendido estas semanas. Nada más salir de casa, a cantar todos a coros con vuestros padres lazarillos este himno que dice que el cielo es siempre azzurro. Facciamo. Finta. Che.

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