Ahora sí, se declara la crisis de salud pública internacional. Que significa que la OMS asume como prioridad asistir a los países que no tienen recursos para hacer lo que ya está haciendo China y lo que ya estamos haciendo en España, o en Francia, o en los Estados Unidos: controlar a los pacientes con síntomas de neumonía, intentar aislarlos para evitar nuevos contagios y suspender temporalmente medios de transporte entre países.
¿Por qué ahora sí se declara esta alerta y la semana pasada no? ¿Qué ha cambiado en los últimos siete días?
En realidad, los números. El virus sigue siendo el mismo, de él se sabe lo mismo, provoca neumonía, se contagia de animales a seres humanos y también entre estos, empezó en Wuhan (o ahí se detectó el primer enfermo humano), hay contagiados ya en varios países y el número de afectados en China, según el gobierno de ese país, ronda las diez mil personas.
Si hasta ayer se resistió la OMS a declarar la alerta fue por la presión china: no quería el presidente Xi que su país volviera a estar en el centro de una alerta sanitaria internacional. Por eso en la declaración de anoche le faltó tiempo a la OMS para decir que este paso de ahora no se debe a lo que está pasando en China...
...sino a lo que está pasando en otros países. Es decir, a la llegada del virus a países con sistemas de salud, o con administración sanitaria, endeble.
Y ahora que ya estamos en alerta, ¿qué cambia? Pues en España, nada. Cada vez que un enfermo presenta síntomas compatibles con la neumonía de éste coronavirus y ha tenido contacto con alguien que ha podido estar en Wuhan, se le aísla, se le hacen las pruebas pertinentes y se aclara si lo que tiene es este virus (aún no ha aparecido un caso en España) o si tiene otro. Por ejemplo, el de la gripe, cuyo número de enfermos y de bajas sigue siendo más alto que el del coronavirus éste nuevo.
Vienen ya camino de Madrid los veinte españoles evacuados de Wuhan y en cuanto tomen tierra en Barajas se ocupará de ellos el personal de Sanidad para llevarlos al hospital Gómez Ulla en la confianza de comprobar allí, en cuanto pasen los días de cuarenta, que ninguno se ha traído el coronavirus consigo.
En coherencia con su permanente incoherencia, el departamento de enredar de la Moncloa anunció en el mismo día que no habría mesa de gobiernos hasta después de las elecciones catalanas y que sí la habría.
· Que no tiene sentido que la haya porque el gobierno catalán tiene fecha de caducidad pero que sí lo tiene porque, total, por qué no iba a tenerlo.
· Que la reunión con Torra de la próxima semana no estaba claro que se celebrara pero que sí lo estaba, que cómo no iba a estarlo.
· Que con Torra hay que hablar de la mesa de negociación pero que casi mejor hablamos del destrozo que ha hecho la borrasca Gloria en el Delta del Ebro.
· Que sí pero que no, que no pero que sí, que en fin, usted ya sabe, las circunstancias cambian no de un día para otro, sino de un rato al siguiente. Hoy gobernar en España es fijar posición para un rato.
No es por quitarle importancia a Gabriel Rufián, que él no me lo perdonaría (y su compañera de fatigas Lastra tampoco) pero tiene poco mérito hacer cambiar de criterio al presidente Sánchez. Lo verdaderamente meritorio habría sido lo contrario: conseguir que mantuviera por la tarde lo que había anunciado por la mañana.
Por la mañana anunció la Moncloa que la mesa ésa que debería estar funcionando desde hace una semana ya no empezaría a funcionar hasta septiembre por lo menos. Se enfadó mucho Esquerra, o eso dijeron, como sorprendiéndose de que Sánchez incumpla lo pactado (qué gran sorpresa), y el gobierno reculó. Le preguntaron los periodistas a Adriana Lastra si el reculando había sido por Esquerra. Y dio una respuesta para enmarcarla.
Rectificó el gobierno por convencimiento político y porque no puede permitir que se dude de su voluntad de diálogo. Duda que había generado el propio gobierno del que Lastra, por cierto, no forma parte. Que se sepa.
Rufián tampoco, pero ya va ejerciendo como vicepresidente sexto. Porque el primero es Redondo (lo siento, Carmen Calvo) y la quinta es la señora Ribera, de Ecología, Reto Demográfico y por Venezuela-no-me-pregunten.
La vicepresidenta Ribera, protagonista de uno de los puñalitos de las últimas horas. El viaje que le dio a Jordi Sevilla, ex ministro socialista y asesor sanchista de rimera hora, presidente hasta esta semana de Red Eléctrica de España.
Como diría Trapero: pues molt be, pues adiós. ‘Un señor al que conocemos todos’. Qué sutileza. Ésta es la evolución del ‘esa persona de la que usted me habla’. Ahora llega el ‘ya le conocemos’, que es la manera de decir ‘ya sabemos que ha ido a contarle historias a sus amigos de la prensa’, que si yo me injiero.
Capítulo de puñalitos.
Muy sonados los de Alfonso Guerra, en este programa. Sobre Torra, sobre Sánchez, sobre Susana, sobre Ábalos.
Torra: él no iría a verle a Barcelona.
Sánchez: sus cambios de criterio.
Ábalos: el episodio del avión venezolano.
Susana Díaz: esto que dijo de que Pedro acertó y ella se equivocó.
Y Pepe Álvarez, el líder de UGT que atribuyó la protesta agraria de Extremadura a los terratenientes derechosos.
Este país se ha vuelto loco. Las manifestaciones de las organizaciones agrarias y ganaderas han ganado en visibilidad esta semana gracias al debate sobre el salario mínimo, a las porras que sacó la policía en Don Benito para impedir que algunos manifestantes se saltaran el cordón de seguridad y a Pepe Álvarez, que en ocasiones ve terratenientes.
Al cabo de la semana de protestas, que no serán las últimas, el gobierno lanza mensajes de conciliación al sector agroalimentario y admite (lo hizo la ministra de Trabajo ayer) que esto es un drama.
Que significa que lo de las ayudas, el almacenaje, la regulación lo lleva el ministerio de Agricultura y el de Trabajo sólo se ocupa de defender la bondad de haber subido el salario mínimo.
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