El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Haciendo historia. En la Audiencia Nacional, en el Parlamento catalán y en Escocia

Les voy a decir una cosa. 
Haciendo historia. Comienza la semana en que sucederán unas cuantas cosas que nunca antes habían sucedido. Guau.

ondacero.es

Madrid | 15.09.2014 20:10

Escocia, a votar en referéndum. “¿Queremos seguir siendo Reino Unido o nos hacemos estado independiente?” Desenlace, el jueves. Para el viernes, ley de consultas catalana y convocatoria de referéndum, la última meta votante antes de saber si Artur Mas se apunta a la desobediencia civil o anticipa las autonómicas. Antes de eso, y haciendo también historia, un Jordi Pujol interrogado por el juez por el presunto delito de blanqueo de capitales: “¿De dónde dice usted que sacó los 32 millones de euros que ha estado moviendo por distintos bancos?” “De negocios honrados, señoría, tacita a tacita y teniendo buen ojo”. El primogénito de Pujol y de Marta Ferrusola obligado a justificar el origen de su enriquecimiento súbito. Otra fortuna sospechosa de otro de los afortunados hijos de Pujol. Antes la gente, para distinguir a los miembros del clan, preguntaba: “¿Jordi es el más alto o el que está un poco calvo?” Ahora lo que se dice es “¿Jordi es el de las bolsas de Andorra o el que compró mil locales comerciales por dos mil millones?” No, el de los locales es Oleguer (cómo comprarte mil oficinas bancarias dos mil millones de euros con una empresa hueca y dando el domicilio del padre -esta familia era la caña-). “Pero entonces, ¿y el de las ITV quién es?” Ése es Oriol, uno que iba para sucesor de Artur Mas. “Ah, es que son tantos”.

Haciendo historia. En la Audiencia Nacional, en el Parlamento catalán y en Escocia. Semana colmada de acontecimientos relevantes. Con permiso de todos ellos, y en todo caso, trataremos de no olvidar a otras personas que también tratan de marcar el rumbo de la historia -quién sabe si de la historia de todos nosotros-, de manera modesta y sin darse importancia. Personas que constituyen la infantería de una guerra que se está librando, con guantes de látex, bidones de cloro y microscopios electrónicos, contra un virus. El ébola, protagonista de tantas películas apocalípticas y protagonista, letal, de la muerte de veinte mil personas en varios países, vecinos, del oeste de África. Seguramente también es un acontecimiento histórico, ¿verdad?, que un país declare la cuarentena de toda su población durante tres días. Eso es lo que va a ocurrir este viernes en Sierra Leona. Mientras aquí estemos dándole vueltas, ese día, a la ley de consultas catalana, los seis millones de habitantes de Sierra Leona estarán iniciando tres días de permanencia obligatoria en casa: un toque de queda sanitario. Nunca antes se ha intentado una medida así para frenar el contagio de un virus y nunca antes había alcanzado la expansión del ébola niveles tan inquietantes. De “enfermedad muy rara”, como dijo el viernes uno de los descubridores del virus, a “problema de salud pública”, bien es verdad que en países que nos siguen resultado muy lejanos. Con quinientos fallecidos y tres mil enfermos bajo observación, el Parlamento de Sierra Leona país aprobó este plan excepcional que consiste en que todo el mundo se quede en casa mientras veinte mil voluntarios visitan casa por casa para detectar (o descartar) posibles contagios. Mientras organizaciones que está liderando la atención a los enfermos en el África occidental, como Médicos sin Fronteras, cuestiona la eficacia de una iniciativa como ésta -con las personas encerradas en casa el contacto humano es aún más probable-, el gobierno alega que es la forma más rápida de aflorar todos los contagios y frenar la epidemia. Detener la expansión, en esta carrera contra el reloj, es el objetivo de los médicos e investigadores de los países afectados -Guinea, Liberia, Sierra Leona- y de los doscientos profesionales que la Organización Mundial de la Salud tiene trabajando hoy en este asunto. Entre los primeros, los médicos locales, ha habido que lamentar ya muchas bajas por contagio del ébola. Sheik Humarr Khan era uno de los discretos comandantes de esta guerra hasta que cayó víctima del virus enemigo el pasado julio. Su nombre no le dice nada a casi el cien por cien de la población mundial, pero en el “casi” están sus compatriotas de Sierra Leona, que le tenían por un héroe nacional, un héroe de esta guerra, cuya desaparición sumió el país en la consternación y el miedo. Si el principal investigador muere, qué puede esperar el resto de la población. Sucedió lo mismo en Liberia, cuando murió Samuel Mutoro, virólogo de origen ugandés que estaba allí peleando contra el virus, tratando de frenar a un enemigo que nos está comiendo el terreno. “Necesitamos más doctores y más enfermeras”, ha dicho la directora de la Organización Mundial de la Salud, “pero sobre todo necesitamos que los profesionales locales vuelvan al trabajo, hay que ayudarles a superar su miedo”. ¿Cómo? Dotándoles de medios para impedir el contagio. Protegiéndoles primero a ellos para que ellos puedan protegernos a nosotros. En el mejor de los casos, la epidemia en estos países durará seis o nueve meses más. Eso, si se logra parar la expansión y en la confianza de que la aptitud de los virus para adaptarse a nuevas circunstancias no permita al ébola “aprender” a contagiarse sin necesidad de contacto físico. El relevo de Khan y de Mutoro lo han tomado otros médicos. De nacionalidades diversas y cuyos nombres tampoco son populares, salvo en ámbitos muy especializados. Uno de ellos, buen amigo del doctor Khan, es el norteamericano Joseph Fair, un cazador de virus -como se llama a sí mismo- que no se cansa de repetir que el mundo tiene que entender la gravedad de un brote como éste y que lleva desde primeros de julio en Kenema, la población por la que han pasado estos últimos meses profesionales de Cruz Roja Española -anónimos todos- que además de prestar asistencia en el hospital de la ciudad han trabajado a toda prisa -el tiempo es crucial- para poner en pie el centro de tratamiento de enfermos, una mezcla de hospital y laboratorio hecho de tiendas de campaña y con capacidad para atender a cien pacientes. Kenema está junto a la frontera con Guinea, a trescientos kilómetros de Conakry, donde está el hospital Donka, lugar de trabajo de Médicos sin Fronteras. Ellos, en esta semana con tanto acontecimiento que nunca antes había ocurrido, ellos están también haciendo historia. Tratando de impedir que la historia añada entre sus próximas páginas la de una pandemia que acabe con la vida de cientos de miles, o millones, de seres humanos. Profesionales de la medicina y la ciencia, cooperantes locales y extranjeros, que han tenido que sobreponerse, para empezar, al mal de los funerales, la frecuencia de tener que asistir al entierro de colegas que se infectaron y murieron. Enrolados todos en esta infantería anónima que nos está defendiendo del asesino invisible.