El Monólogo de Alsina

El Monólogo de Alsina: El hundimiento del Partido Socialista francés

Les voy a decir una cosa.

Al presidente no le gusta hacer cambios de ministros. Le producen alergia las crisis de gobierno.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 31.03.2014 20:10

Si de él dependiera, tiraría con lo que tiene hasta el juicio final. Pero, aunque le incomode al presidente, existen los parciales, estos exámenes a mitad de curso, metas volantes. Dos años después de empezar a gobernar, un pésimo resultado en el parcial de esta primavera anima al presidente a tocar algunos palos para dar, cuando menos, la impresión de que aún tiene cartuchos para darle la vuelta al desafecto ciudadano y oxígeno para airear y darle impulso a la labor gubernamental, seriamente cuestionada. Por eso el presidente, que se llama François Hollande y es francés, ha cambiado de primer ministro y se ha echado en brazos de Manuel Valls, el “Sarkozy” de la izquierda francesa.

Hollande, presidente de la República Francesa a punto de cumplir dos años de mandato (y aún le quedan tres) va a anunciar a esta hora la destitución (dimisión) del hasta hoy primer ministro (el gris Ayrault que pasó sin pena ni gloria) y su sustitución por el señor Valls, nacido en Barcelona hace 51 años de padre español y madre suiza, ministro del Interior desde 2012 y único dirigente socialista que sale airoso del trago de las encuestas. El motivo: que gusta a quienes no son socialistas, los votantes del centroderecha. Le ven como un socialista con ideas no socialistas. Y no es un secreto para nadie que su aspiración última no es ser primer ministro, sino ser Hollande pero con éxito: trabajarse desde la jefatura del gobierno la jefatura del Estado.

El hundimiento del Partido Socialista en las municipales de ayer ha dejado al presidente francés en un tablón en medio del mar, un tablón pequeñito en un mar donde hay tiburones que militan en su mismo partido. La arrolladora victoria de la derecha francesa (sólo dos años después de la caída de Sarkozy), unida a estos dos elementos inquietantes, la abstención récord y el avance del Frente Nacional lepenista, reflejan que la confianza en el presidente socialista ha ido menguando y menguado hasta quedarse en las raspas. De aquel entusiasmo con que la mayoría de los franceses) y la izquierda europea) acogieron su victoria, el famoso efecto Hollande que iba a cambiar el curso de Francia y de la Unión Europea (que se prepare Angela que llega François) no queda más que la añoranza. El efecto se quedó en fiasco. Con el paro acercándose al 11 % de la población activa y la economía gala estancada (en 2013 sólo creció dos décimas), cabe pensar que lo que está reprochándole la sociedad votante al presidente que tantas expectativas generó es que las haya defraudado, que no se vean los resultados. Los análisis de los comentaristas políticos franceses (en la prensa de izquierda, sobre todo) atribuyen, sin embargo, el desinflamiento de Hollande a su cambio de política, al giro aquel que anunció en la misma rueda de prensa en que se negó a comentar su cambio de pareja (“los asuntos privados se tratan en privado”). En España, extasiados como estábamos ante la sorprendente historia del presidente picaflor, casi ni nos percatamos de que Hollande había admitido en público, modificándola, que su política no estaba funcionando. Anunció bajada de las cotizaciones empresariales y recorte del gasto público. Hay que abaratar el empleo, dijo, y la izquierda, sintiéndose traicionada, se acordó de su madre y le llamó “converso”, y “neoliberal”, y cosas peores. Una tesis muy extendida dice que esto es lo que ayer pagó en las urnas Hollande: su cambio de política (a la manera en que se diagnosticó, también así, la derrota socialista en España, por la “traición” de Zapatero a su electorado). La explicación tiene sentido, pero pasa por alto un hecho que resulta clave: si Hollande modificó su política fue porque ésta no estaba funcionando. El paro por encima del 10 % y el y el PIB interanual en el 0,2, qué gobierno puede resistir eso sin arriesgarse a pegársela en las urnas. Sí, es verdad que en España tenemos paro del 25 % y PIB de menos 1,2 %, pero España, como se sabe, es diferente. Spain is different y todavía lo llevamos a gala.

La primera reacción de la portavoz del gobierno francés, anoche, fue prometer que bajarán los impuestos a la clase media. Como dijo Zapatero, bajar impuestos también es de izquierdas (esto lo dijo antes de que Rajoy le diera la vuelta al argumento para decir que subirlos es de derechas). La segunda reacción ha sido esto de hoy, convocar al primer ministro, Ayrault, en el Elíseo para comunicarle lo que él ya intuía: “Alguien tiene que pagar por la debacle electoral, tú ya sabes, mon ami, y no voy a hacerlo, que soy el presidente. Merci por los servicios prestados y hasta la vista, te-ha-tocado”. Ha tenido Hollande a los aspirantes y a los periodistas esperando a saber quién era el elefante blanco (sólo el jefe del Estado lo sabía): Valls no era su primera opción, pero sí ha resultado ser la única con posibilidades de éxito. Está por ver cómo encaja eso el ala izquierda del Partido Socialista francés.

Un nuevo jefe de gobierno, nuevos ministros, sirve para transmitir a la sociedad la idea de que se ha entendido el mensaje (como para no entenderlo, oiga), pero lo relevante, ahora, no es tanto quién presida el gobierno como qué política aplique. La oposición de derecha, que es la clara vencedora clara del examen de ayer, lo que reclama la oposición conservadora es un giro precisamente en esa dirección, revisando la política fiscal y educativa del gobierno socialista para hacerla menos de izquierdas. O aún menos de izquierdas. Paréntesis: la ganadora de las elecciones municipales es la derecha tradicional que ahora dirige un señor que se llama Copé (como Cope pero con acento en la é) y que ha afianzado su liderazgo frente al fantasma del regreso de Sarko; Marine Le Pen ha obtenido su mejor resultado pero, cuidado, su porcentaje de voto es del 7 % frente al 45 de la derecha y el 40 % de la izquierda.

Hollande, como Rajoy, lleva toda la vida en política. Debutó en unas elecciones en 1981, mismo año en que Rajoy concurrió por primera vez a las gallegas. Desde entonces, hace 33 años, han estado en la oposición o en distintos cargos de la administración pública. Que Hollande acabara siendo escogido por su partido como candidato en 2012 fue casi tan sorprendente como que Rajoy fuera el escogido por Aznar en 2004. Y aunque uno es de izquierdas y el otro de derechas, han desarrollado en este tiempo tal afinidad que el francés es, hoy, el mejor amigo del nuestro en Europa, el gran valedor de nuestras tesis sobre la unión bancaria. Al presidente no le gusta hacer cambios, ni de ministros ni de políticas. Pero cuando se encaja un fracaso electoral notable en las elecciones de mitad de curso, el manual dice que el césar hace rodar cabezas. Y en esto, España no es different.