EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Ibrahim Abu intentaba olvidar

Les voy a decir una cosa.

Ibrahim Abu intentaba olvidar. Él y tres amigos habían quedado para tomar el té en el bar que está al lado del mercado. En Potiskum, una localidad pequeña de una región que se llama Yobe.

ondacero.es

Madrid | 12.01.2015 20:15

Lo cuenta Mónica Mark en la crónica que ha enviado, desde Lagos, para el Guardianbritánico. Ibrahim intentaba olvidar la espantosa semana que había sufrido su país, el norte de su país, estas regiones fronterizas con Níger y con el lago Chad. Olvidar los cientos de asesinados por Boko Haram en Baga, o el atentado -cuántos lleva ya- en el mercado de Maiduguri, esta vez cometido no por una mujer suicida, como en la ocasión anterior (no han pasado cinco semanas) sino por una niña,  diez años le calculan, la niña con el cinturón bomba enviada a matar matándose a sí misma.

Ibrahim intentaba olvidar el horror de una niña convertida en arma de destrucción de vidas. Cuando se vió arrojado contra el suelo en el bar donde había quedado con sus tres amigos. Empujado por la explosión que se produjo unos pocos metros más allá. “Al levantar la cabeza”, ha contado, “vi restos humanos por todas partes, el cuerpo de una niña pequeña cortado en dos, el cadáver de otro niño entre los escombros”. Cuenta la periodista que su voz tiembla cuando narra lo que vio, su propio cuerpo paralizado y su cabeza intentando entender lo que había sucedido.

Aún debe estar Ibrahim intentándolo, después de conocer que eso dos niños cuyos cuerpos vio destrozados eran los autores del atentado. Autores materiales de un atentado decidido por sus mayores. No ha sido una niña de diez años la terrorista suicida de Nigeria, han sido tres. Dos niñas, un niño. El primer atentado, el sábado, en Maiduguri, estado de Borno. El segundo, ayer, en Potiskum, estado de Yobe. El terror alcanza su primer objetivo cuando siembra el miedo, instala el miedo, entre la población. “Nos podía haber pasado a cualquiera de nosotros”, decían el miércoles pasado los parisienses, como lo dijimos los madrileños el 11-M o los londinenses el 7-J. “Los muertos podíamos haber sido nosotros”, esta convicción que durante años, y en España, nos transmitieron mejor que nadie los concejales no batasunos en Euskadi.   Saberse objetivo de una organización fanática.

“Convivimos con el miedo”, dice un reportero gráfico de Maiduguri de nombre Sani Mohamed, “el pánico se ha extendido por toda la ciudad porque sabemos que residir aquí es cada vez más inseguro”. Un millón seiscientas mil personas, cristianas y musulmanas, han abandonado sus hogares en estos cinco años de violencia creciente con la firma de Boko Haram. Cinco años. Sólo el último deja diez mil asesinados, musulmanes y cristianos.

Cuando Ibrahim Abu, superviviente del atentado cometido por dos niños, regresó el domingo a su casa aún tuvo tiempo de enterarse de que un coche bomba se había empotrado contra la comisaría de policía de Potiskum, dos atentados en el mismo día. ¿Viajan los yihadistas en avión? Salta a la vista que no todos. No han visto un avión en su vida, no han salido de la provincia en que nacieron la mayoría de los militantes que hoy matan para Boko Haram. O los de Al Shabab en Somalia-Kenia. O los de Abu Sayaf en Filipinas, país que esta semana visita el Papa. No es este yihadismo, o este frente de la lucha contra el yihadismo, en el que están pensando los gobiernos europeos cuando se proponen saber más sobre cada uno de los viajeros que utiliza el avión para detectar terroristas, este ir o venir de países donde consta que hay grupos armados ofreciendo conflictos reales, fuego real, para que islamistas con ganas de sangre se gradúen en materias diversas que van del secuestro de extranjeros al degollamiento de infieles pasando por el asalto y destrucción de localidades enteras.

El registro de pasajeros de líneas aéreas que estos días debate Europa pretende ser un mecanismo de alerta temprana que ponga el foco sobre aquellos viajeros que por los países visitados y el tiempo pasado en ellos reúna características suficientes como para poder ser uno de estos turistas del terror: poder ser, no significa obviamente que lo sea. Esa información inicial requiere de una labor policial anterior y posterior que confirme que el motivo de los desplazamientos es la militancia yihadista, y requiere que los propios yihadistas empleen el avión como forma de transporte. Tiene poco de remedio mágico pero sirve para transmitir la idea de que se pueden hacer más cosas para ganar en seguridad y que los gobiernos las hacen.

Sin esperar al registro de viajeros, y en cuanto se pudo poner nombre a los asesinos del Charlie Hebdo, el ministerio del Interior francés informó de que ambos eran viejos conocidos, que uno tenía antecedentes por colaboración con el salafismo y que el otro probablemente había estado en Yemen con la Al Qaeda de allí. Estaban en el radar (paréntesis: como tantos otros), pero faltó la información decisiva que activa una intervención policial, ese dato que convierte a un islamista potencialmente violento en un terrorista inminente al que hay que parar antes de que actúe. Cómo y cuándo obtuvieron estos tipos las armas, por ejemplo, quién se las consiguió y si fue, como parece, dentro de Francia. No es distinto el trabajo que hacen policía y servicios de inteligencia en Francia de lo que hacen en España, en Alemania, en el Reino Unido.

El Washington Post publicó hace un mes un gráfico que comentamos en el programa: la procedencia de los militantes de estado islámico. 412 de Francia, quinientos del Reino Unido, 95 de España. 300 belgas, 240 alemanes. Nacionales de nuestros países que van, se gradúan como asesinos en serie, y regresan. A nuestros países. Es ésta vertiente del yihadismo, la amenaza en casa, la que buscan, con estas nuevas medidas que debaten, combatir los gobiernos de aquí.

Combatir el yihadismo en su conjunto, allí donde se han hecho fuertes los grupos islamistas que a la vez que controlan territorios inundan la red de proselitismo y reclutan criminales nuevos en medio mundo, resulta aún más complejo. Todo es siempre más complejo cuando entran en juego los muy diversos intereses de los muy diversos gobiernos que hay en los países de África y Oriente Medio. Y de Eurasia, porque Turquía, la Turquía que aspira a integrarse en la Unión Europea, la laica Turquía que lidera el cofundador de la Alianza de Civilizaciones Erdogan, es, hoy, uno de los países más laxos en el control de extranjeros que entran a su vecino del sur,  Siria, desde territorio turco y para integrarse en estado islámico. La más porosa de las fronteras sirias es la turca.

A Estambul ha volado la novia de Coulibaly con idea de alcanzar la región que controlan los de Bagdadi. El gobierno turco niega que esté facilitando las cosas a estado islámico, pero el hecho de que esta organización tenga como enemigos a Bashar el Asad y a los kurdos ha colocado a Erdogan bajo sospecha: más interesado en cultivar su papel de protector del islam sunita que de sumarse a la lucha internacional contra los fanáticos que, proviniendo de ese islam, han convertido la religión en coartada para ganar poder político al precio que sea. El combate en primera línea contra estado islámico lo libran hoy los kurdos, el ejército iraquí y Hezbolá, la organización armada musulmana y chiita que, apadrinada por Irán, dirige Hasan Nasralá.

El viernes, lo comentamos entonces, lanzó una vehemente proclama contra los extremistas violentos que se amparan en el islam: es la pugna chiita contra el salafismo suní. A menudo nos fijamos en los intereses de Estados Unidos para tomar partido por uno u otro bando en los conflictos, pero todos los países, sus gobiernos, tienen intereses y obran en función de ellos. Derribar a Bashar el Asad parecía un objetivo deseable hasta que estado islámico se apropió de la revolución siria y convirtió al dictador en algo menos malo que ellos mismos. Bien lo sabe Obama, que acabó reculando y admitiendo que había minusvalorado lo que esta organización suponía. Él y todos. Desde Arabia Saudí, cómo no, salió dinero y propaganda en favor del grupo de Bagdadi cuando empezó a despuntar como oposición al régimen sirio.

Sólo cuando el éxito brutal de ese grupo se convirtió en amenaza para el propio régimen saudí cambiaron las tornas y se enviaron aviones a bombardear sus campamentos de la mano de los americanos. El general Al Sisi era un dictador que expulsó del poder al presidente elegido por las urnas, Mursi, hasta que el avance yihadista hizo revisar con mejores ojos el dique de contención que un gobierno como el suyo representa. Joe Kelin escribe esta semana en Timeesto que le sucedió cenando con un grupo de personalidades egipcias en El Cairo. Un banquero le preguntó: “¿Es cierto que exite una alianza secreta de Obama con los Hermanos Musulmanes para desestabilizar todos los gobiernos sunitas de la región?” El periodista cuenta que él se echó a reír, pero que en la mesa nadie más lo consideró una broma.

Todo es complejo. Bastante más complejo de lo que pueda parecer escuchando, viendo, los programas y las tertulias de actualidad. Tan complejo que ha convertido temporalmente a Irán y Estados Unidos en aliados.

Hoy, por cierto, reabrió la escuela de Peshawar donde los talibanes pakistaníes cometieron antes de nochebuena su atentado más mortífero. Reabrió la escuela de Peshawar con ciento treinta escolares menos.