Monólogo de Alsina: "Iceta le echó un borrón ayer a la campaña sanchista"
En un mes puede pasar de todo. Los estrategas de los partidos creen tener controlado por dónde va a ir el balón, pero el mundo está lleno de imprevistos. Lo mismo te sale el presidente de México obligando a los candidatos a opinar sobre Hernán Cortés que te sale Miquel Iceta en un periódico vasco y le hace un desgarrón, sin pretenderlo, a la colección de banderas de España con que llenó ayer su escenario Pedro Sánchez.
Diez banderas de España, diez de la Unión Europea. El aspirante a seguir siendo presidente dejó que la puesta en escena hablara por él. O hablara de lo que él evitó en la presentación de su programa electoral: Cataluña y el desafío de la independencia. Ni media palabra de Sánchez, ni media alusión en el rosario éste de medidas que desgranó ayer el candidato.
No es un secreto que la campaña del PSOE tiene un sólo objetivo: espolear al votante de izquierdas para que acuda a las urnas a frenar a la derecha. Y tiene una instrucción que han recibido todos los candidatos: esquivar los charcos. Evitar las situaciones de peligro y no meter la pata. Porque hay charcos que te ponen perdido para toda la campaña. Por eso los ministros dosifican sus entrevistas. Por eso Adriana Lastra, número dos del partido, rechaza cada día la invitación a ser entrevistada en este programa. Por eso el propio Sánchez rehuye las ruedas de prensa, las entrevistas (vamos a ver los debates) y prefiere los mítines, que son monólogos de riesgo cero porque está todo controlado.
Pero…los imprevistos existen. Las curvas están ahí. Y alguno, a veces, derrapa.
Miquel Iceta, ideólogo de la operación diálogo II (la uno fue la de Soraya) y profeta del ibuprofeno que tanto desinflama, le echó un borrón ayer a la campaña sanchista. Le preguntó en el periódico vasco Martxelo Otamendi qué pasaría si en lugar de haber un 48 % de independentistas en Cataluña hubiera un 65 %. Y responde Iceta: "Si el 65 % de los catalanes quisiera la independencia, la democracia tendrá que encontrar o habilitar mecanismos para encauzarlo". A los más viejos del lugar, y los más memoriosos, esto de encauzar la voluntad de ser nación de algunos territorios les evocaría una declaración de Sánchez cuando aún era Simplemente Pedro y no el presidente del gobierno. Aquel año 17 en que le preguntaban a todas horas cuántas naciones, según él, había en España. La nación de naciones y todo aquello.
Mecanismos para encauzar la voluntad de los ciudadanos. No es casual que el hoy presidente y su fan Iceta empleen expresiones casi calcadas porque Iceta es (o ha sido) el asesor áulico de Pedro para la operación ibuprofeno.
En rigor, lo que ayer dijo Iceta al Berría no habría generado el revuelo que ha tenido de no ser porque la prensa independentista catalana hizo una traducción libre y sostuvo que lo que había dicho es que si había un 65 %, el Estado tenía que autorizar la independencia. Claro, visto así: le estás diciendo al independentismo que consiga el 65 % del voto y lo tiene hecho.
Iceta no es independentista. No cree que la autodeterminación sea un derecho. Y no ignora que la Constitución blinda el estado autonómico. Lo blinda frente a quienes quieren la independencia y frente a quienes querrían que no hubiera autonomías. Tanto los unos como los otros necesitan que antes se cambien la Constitución para poder salirse con la suya. Pero Iceta, al entrar al trapo del porcentaje de catalanes que estén por una u otra cosa, genera confusión sobre lo esencial, que no es cuántos catalanes querrían independizarse, sino a quién corresponde esa decisión. Quiénes tienen el derecho a decidir, que son todos los ciudadanos españoles, incluidos en ellos los catalanes.
Pablo Iglesias tiene razón en lo de Villarejo. El comisario grabadora y sus colegas de la cloaca. Si hubo policías, mandos policiales, se llamaran brigada patriótica o se llamaran como les diera la gana, que abusaron de su posición y, utilizando recursos públicos, le espiaron a él, y a otros, buscando munición comprometedora para neutralizarles políticamente es un gigantesco escándalo. Y los indicios que maneja ya el juez García Castellón invitan a pensar que, en efecto, lo hicieron. Espiar, abusar y traficar con información obtenida ilegalmente.
Empezamos a contar ayer aquí la información de El Confidencial. En poder de Villarejo se encontró el móvil que en 2016 le robaron a quien había sido jefa de gabinete de Pablo Iglesias. Y era la información obtenida de ese móvil la que acabó saliendo a la luz a través, presuntamente, del comisario que ejercía de garganta profunda de diversos medios.
Villarejo y los demás investigados. García Castaño, Eugenio Pino. El triángulo sobre el que pivotó la policía patriótica. Y los otros implicados en aquello que se llamó la guerra de comisarios: Martín Blas, Fuentes Gago. Eugenio Pino fue nada menos que Director Adjunto Operativo de la policía nacional. La cúpula misma del cuerpo. Y desde allí, pre-suntamente, encargó trabajos de interés no policial sino político. La operación Kitchen: colocarle a Bárcenas un topo que le robara documentación perjudicial para dirigentes políticos. El informe Pisa: munición contra Podemos bajo la apariencia (falsa) de un in-forme policial para que le dieran eco los medios. La cuenta (también falsa) de Xavier Trías en Suiza.
Es un escándalo que exige no sólo de la investigación judicial que está abierta sino de esclarecimiento político hasta sus últimos extremos. Qué cargos políticos estaban al tanto de que se usaba a la policía (con Villarejo o si él) para torpedear a los adversarios políticos del gobierno de turno. Quiénes lo sabían, quiénes lo ordenaron, quiénes lo permitieron. El ministro era Jorge Fernández Díaz. Que ya va siendo hora de que hable claro sobre lo que hizo, supo o consintió hacer. Y que está a la espera de saber si conservará algún aforamiento cuando llegue el verano. Diputado en Cortes ya no va a ser (Casado lo ha dejado fuera de las listas) pero eurodiputado sí podría ser. En la candidatura europea aún busca hueco. Hueco y fuero.