Les voy a decir una cosa que les va a sorprender: Pablo Iglesias tiene razón. En esto tiene razón. No es normal. No es normal que los dos partidos que gobiernan Cataluña tengan como líderes a un ciudadano condenado por sedición y a otro ciudadano huido de la justicia.
Bueno, Iglesias lo dice de esta otra manera. El uno en la cárcel y el otro en Bruselas. No, no es normal que dos partidos con responsabilidades de gobierno (o dos partidos en general) mantengan como líderes a un señor que delinquió y a un prófugo. Pero... es perfectamente democrático. Los partidos tienen como líderes a quien les da la gana. Nadie entendería que Pablo Casado siguiera liderando el PP si se demostrara que tuvo algo que ver con Bárcenas, por ejemplo. Nadie entendería que Pedro Sánchez siguiera liderando el PSOE si lo condenaran por malversación. Pero en el independentismo, como en la izquierda abertzale, haber cometido delitos graves no sólo no te descalifica como líder sino que te afianza. Igual a eso sí podemos llamarle anormalidad democrática, señor vicepresidente segundo del gobierno de España.
Miren, hubo un tiempo en que Pedro Sánchez presumía de la labor encomiable que su gobierno estaba realizando para combatir la propaganda tóxica que el independentismo soltaba por ahí fuera. Eligió como ministro de Exteriores a un dirigente curtido ya en esa tarea, la de desmontar mentiras y distorsiones: José Borrell. Así se presentó su nombramiento: el antídoto de la campaña puigdemoníaca en Europa. Puso al frente de la anterior Marca España, rebautizada como España Global, a Irene Lozano con la encomienda ---así se dijo--- de refutar los eslóganes falsos.
Hoy Sánchez ya no presume de combatir la intoxicación indepe fuera de España porque la intoxicación la tiene dentro, en su gabinete y sin que conste que al presidente le incomode. Hoy los lugares comunes del victimismo independentista (el pobrecito exiliado Puigdemont, el recluso Junqueras-Mandela, el Tribunal represor que impone cárcel sólo por colocar unas urnas, la baja calidad democrática del Estado español), todo el repertorio y toda la monserga los tiene el presidente del gobierno de España sentaditos a su vera en el Consejo de Ministros que se reúne cada martes, como este martes de hoy, en el Palacio de la Moncloa.
Una cosa es que dentro del gobierno de un país se discuta sobre qué cuánto hay que intervenir el mercado del alquiler, o cuánta manga ancha –o estrecha— hay que tener con los okupas; una cosa es que se discuta qué debe decir la ley de la transexualidad, y otra que la discusión verse sobre cómo de verdadera y plena es la democracia del que el gobierno gobierna. Es decir, si el gobierno de España hace causa común con el gobierno de Vladimir Putin cuando éste cuestiona la calidad de la democracia española. Putin. O Lavrov, su ministro de Exteriores, que el viernes le hizo la envolvente a Borrell para llamar en su cara a Junqueras preso político y a Puigdemont, exiliado. En perfecta sintonía con el movimiento nacional independentista y con Podemos.
Ver a Pablo Iglesias alineándose con el ruso sólo habrá sorprendido a los recién llegados. Putin apadrina a Puigdemont en su afán por socavar el crédito del Estado español porque a Putin todo lo que sea avivar las grietas de la Unión Europea le interesa. Iglesias es aliado de Puigdemont en ese mismo afán, el de retratar su huida de la justicia como el exilio de un hombre que no puede defender aquí sus ideas.
Iglesias, mimetizado con la retórica y la distorsión indepe, hace un ejercicio de deslealtad encomiable (otro) a la ministra de Exteriores, Laya, que intenta --con su vicepresidente a la contra-- rebatir al ruso para que no parezca que es el gobierno español en pleno el que admite que nuestra democracia es una filfa. El serial se titula 'El gallinero gubernamental', y tiene como agitador principal al macho alfa.
Es enternecedor ver a la vicepresidenta primero sosteniendo lo contrario que el vicepresidente segundo sobre una cuestión esencial para la reputación del país.
Y es enternecedor ver al ministro Ábalos jugando a ser equilibrista y metiéndose en un jardín por ser más papista que el papa.
Que la normalidad democrática es que haya elementos de anormalidad. A ver, ministro, aterrice: su vicepresidente se refiere a lo que se refiere: anormal para él es que Junqueras cumpla condena por delinquir o que a Puigdemont lo siga esperando aquí el Tribunal Supremo para juzgarlo. Anormal para él es que no se despachara la asonada contra la soberanía nacional de 2017 con un cachete cariñoso a sus promotores y un tímido reproche para que no volvieran a hacerlo. Hombre. Que esta vez os habéis pasado y que no se vuelva a repetir. Pelillos a la mar, que esto es lo normal en democracia.
Y como el gobierno es el único animal que tropieza dos veces en la misma mascarilla, pues habemus nueva polémica en torno a cuál de ellas protege más.
El ministro de Consumo, Garzón, afirma que no hay evidencia científica de que las ffp2 protejan más que las higiénicas. Los gobiernos que han impuesto estas mascarillas, como el alemán o el austriaco, a saber en qué se basan.
Queda claro que para el ministro de Consumo no es una fuente suficientemente rigurosa el asesor áulico, y único, del gobierno, Fernando Simón. Que fue quien dijo en junio que la ffp2 protege mejor que las otras a quien la lleva.
Quien tenga que protegerse mucho, ffp2. Igual por eso es la mascarilla que lleva siempre el presidente Sánchez, o la vicepresidenta Calvo, o la ministra de Sanidad, o la de Igualdad, o el nuevo, Iceta. Todos ellos eligen ésta que Simón llama la mascarilla egoista.
El gobierno es el único animal que tropieza dos veces en la misma mascarilla. Acuérdese cuando en febrero de 2020 el gobierno sostuvo que sólo las personas con síntomas debían usar mascarilla. Por el resto, ya me contarás tú para qué.
La epidemia en España sigue en escenario de riesgo extremo pero con los principales indicadores a la baja. Ya quedan lejos los novecientos casos por cien mil que llegamos a rozar en enero: estamos bastante por debajo ya de setecientos (hasta que no alcancemos los ciento cincuenta, se lo recuerdo, no podremos hablar de estabilización). Ninguna comunidad autónoma supera ya la barrera de los mil casos por cien mil, otro reflejo de la bajada es sólida y en todo el país. Desciende con mayor lentitud la ocupación de camas de UCI, todavía por encima del 43 %, y empieza a percibirse la bajada en el número de defunciones, que con todo sigue de media diaria por encima de las trescientas.