El Blog de Alsina

El monólogo de Alsina: A la infanta Cristina en lugar del gordo le ha caído gorda

Les voy a decir una cosa.

Ándese con ojo Santa Claus, que hay competencia y viene empujando. En España, es verdad, este vejete ha acabado colándose por la chimenea incluso de aquellas casas que no la tienen.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 22.12.2014 20:11

Aunque sea como telonero de los Reyes Magos, Papá Noel se ha afianzado y se ha quedado a vivir entre nosotros. Pero que no se duerma en los laureles porque en Baviera, la Alemania que marca el paso de Europa, gana protagonismo su contrafigura: el duende demoníaco que aparece una vez al año para recordarles a los niños todas las veces que se han portado mal. Un rencoroso. Si Santa Claus trae regalos a los niños que se han portado bien, el krampus se lleva a los niños que se han portado mal. En su saco. (Ríete tú del carbón que nos echan los reyes cuando no hemos cumplido lo que esperaban de nosotros). Frente a ese aspecto bonachón de Papá Noel, el panzudo de la barba blanca, el krampus tiene un aspecto verdaderamente demoniaco, con sus cuernos, sus greñas grises y su cara roja. Es como el fauno de Guillermo del Toro pero en malencarado. Mete miedo, ya te digo si mete miedo, eso es lo que más disfruta. Y encima viene pronto. La noche del seis de diciembre hace sonar sus cencerros para que todo el mundo sepa que ya llega y le empiecen a temblar, también a todo el mundo, las piernas. Llega a primeros de mes y se queda hasta finales, siempre agazapado para pegarte un susto. Dices: ¿quién puede tener ganas de darle bola a un tipo así? Pues los alemanes de Baviera, que le organizan hasta desfiles por las calles de Munich porque dicen que hay que recuperar las viejas tradiciones y que el krampus es mucho más antiguo que el famoso San Nicolás. Eso, y que no todo el mundo se merece que, al terminar el año, le obsequien con regalos amables. Hay quien merece lo contrario: que venga a visitarle el fauno del saco.

En este día de apertura oficial de las navidades de 2014, cuando la inmensa mayoría de los españoles hemos vuelto a recordar lo altamente improbable que es que te toque el gordo (es una pésima inversión la lotería de Navidad, lo sabemos, pero preferirnos no fijarnos mucho) ha sido lugar común mencionar que a la infanta Cristina en lugar de gordo le ha caído gorda. Para esto están también las navidades, oiga, para caer sin pudor en todos los tópicos. “¡Le ha tocado a la infanta, le ha tocado a la infanta!”, proclamaba esta mañana la acusación popular. Le ha tocado a la infanta porque ella era, en realidad, la única duda que quedaba en la lista de procesados por el montaje Noos, aquella máquina de obtener contratos inflados de las administraciones públicas que crearon Urdangarín y Torres aprovechando que el primero, defenestrado Marichalar, era el único yerno activo que le quedaba al anterior monarca. Escuchado el criterio de la Audiencia Provincial de Palma, que mantuvo la imputación de Cristina de Borbón por presunto delito fiscal, faltaba saber qué hacía el juez instructor, si daba el último paso, procesarla, o se acogía a la doctrina Botín para no llevarla a juicio al no haber acusación de la parte afectada. Es una forma de hablar lo de que “faltaba saber qué hacía”, porque teniendo presente el proceder que ha tenido el juez Castro había poca duda de que acabaría procesándola. El instructor actúa en coherencia con lo que él venía explicando --que ve indicios sólidos de un delito que debe ser juzgado-- y en coherencia con el camino que, de nuevo, le allanó la Audiencia Provincial: fueron los tres jueces de la sala que resolvió el recurso contra la imputación quienes mencionaron, siete de noviembre, que la conocida doctrina Botín era de aplicación discutible en este caso. ¿Por qué? Porque siendo cierto que la fiscalía no acusa del delito fiscal a la infanta (y es el Estado, Hacienda, la parte afectada por el fraude) lo es también que la fiscalía sí acusa por ese delito (ese daño al Estado) a Urdangarín y Torres, es decir, que sí está personada la parte perjudicada y sí acusa, sólo que circunscribe la responsabilidad al marido, el yernísimo, y deja fuera a la esposa. No es por tanto, decía la Audiencia, un caso típico de doctrina Botín, aquel en que el perjudicado no se ha personado en la causa. Tal como el fiscal Horrach fue coherente con su tesis de siempre al exonerar del delito a la infanta, el juez Castro ha sido coherente al imputárselo y procesarla. Y ha cumplido con las fechas que se marcó: dijo que cerraría la instrucción antes de que acabara el año y así ha sido; dijo que para nochebuena se sabría si la infanta iba a juicio y antes de nochebuena ha sido, en la víspera de la víspera, cuarenta y ocho horas antes del discurso del rey, Felipe VI, su primer discurso de nochebuena con hermana procesada y sin haber renunciado a sus derechos sucesorios.

Una infanta procesada y al banquillo. ¿Dónde están hoy aquellos que hace dos año, como quien predica la verdad revelada, pronosticaron que esto de hoy nunca jamás sucedería, que el sistema se encarga de salvar a los poderosos y encarcelar a los robagallinas, que en qué cabeza iba a caber que la hija del rey pudiera ser imputada, procesada y juzgada (salvo en la cabeza de los ingenuos o los ignorantes), que no hay justicia y el duque y su señora quedarían impunes --todo aquello que se dijo y que, en algunos casos, está firmado y publicado--, ¿dónde están hoy aquellos? Claro que el fiscal Horrach, poder judicial, se opuso al procesamiento de la infanta, como el juez instructor y la Audiencia Provincial, poder judicial, lo apoyaron. Es interesante comprobar cómo algunos que acusaron a la fiscalía de estar actuando, en este caso, al servicio del gobierno y la Zarzuela, se deshacían en elogios el jueves al fiscal general Torres Dulce por haber defendido con integridad su autonomía: actuar con independencia le ha costado la cabeza, decían, olvidando que es este mismo fiscal quien, como jefe, ha hecho suyo el criterio de Horrach contra la imputación de doña Cristina. ¿Era siempre independiente o sólo cuando pedía prisión para Luis Bárcenas? ¿Lo era cuando se querelló contra Artur Mas?

Si a la infanta la orilló, este año, Santa Claus para que fuera el krampus quien se ocupara, de Artur Mas cabe decir algo parecido. Su argumento de que la querella era un fraude jurídico, una operación política camuflada de iniciativa legal y orquestada por los juristas de Madrid, se ha estrellado contra las togas del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Los jueces del máximo tribunal catalán, Gimeno, Alegret, Enric Anglada, Joan Manel Abril, Francisco Valls, residentes en Cataluña todos ellos, han admitido la querella de Torres Dulce e investigarán si el presidente Mas pudo incurrir en un delito de desobediencia al Constitucional al mantener y celebrar la consulta del 9-N. Aprecian que esa investigación es pertinente en lo que afecta a Artur Mas, su vicepresidenta Ortega y su consejera Rigau. Ninguno de ellos ha sido aún citado a declarar, no es por tanto “imputado”, pero acabarán siéndolo si de las investigaciones iniciales se deduce que hay base para seguir adelante. En caso de haber sido rechazada la querella ---si estos mismos jueces la hubieran tirado al cesto--- Artur Mas habría sacado pecho por el revés que encajaba la fiscalía y que venía a probar su tesis de que todo esto es únicamente política de acoso a su proceso soberanista. Dado que ha sucedido lo contrario, lo coherente sería asumir que el revés, hoy, lo ha encajado él y que había materia jurídica para imputarle un posible delito. Lejos de hacer semejante cosa, lo que ha dicho Mas es que respeta las decisiones judiciales. Que es lo que dicen los dirigentes políticos cuando una decisión judicial les escuece.