La última vez que pude entrevistar a Pedro Sánchez, octubre de 2019 (campaña electoral de las generales) le pregunté si para él cambiaría algo en caso de que el independentismo llegara a tener alguna vez más del cincuenta por ciento de los votos en Cataluña.
Las elecciones autonómicas de ayer las ganó Salvador Illa, el PSC. Pero las ganó más el independentismo. Como en 2017, repetición de la jugada, un partido no independentista obtiene la victoria (entonces fue Ciudadanos) pero la suma de las marcas independentistas suma mayoría absoluta. Más mayoría absoluta que antes (de 70 escaños a 74) por el subidón de la CUP y el mantenimiento de Esquerra y Junts per Cataluña. Hay más diputados independentistas que antes y hay mayor porcentaje de voto independentista que antes: por primera vez, es un hecho, supera el 50 %. Por los pelos, pero lo supera.
La operación Cataluña de Pedro Sánchez ha sido un éxito inapelable del presidente en lo que hace a la resurrección del PSC. Sánchez ha resucitado el partido y lo ha llevado a la victoria. El PSC le debe su resurreción a la jugada inteligente de Sánchez. No puede predicarse lo mismo, el éxito inapelable, en lo que se refiere a evitar que el independentismo avanzara electoralmente. La mesa de partidos, la agenda del reencuentro, la alianza en Madrid con Esquerra, la zanahoria de los indultos no han traído consigo que el independentismo pierda pie. Al contrario, la mayoría absoluta se refuerza y Junqueras predica que la meta no ha cambiado.
Las dos preguntas que deberíamos despejar esta mañana son: quién va a gobernar Cataluña y cómo le va a afectar eso al resto de España.
El único candidato con posibilidades de ser investido es el pupilo de Junqueras, Pere Aragonés. Hay quien confía en que el cambio de orden de los factores ---Esquerra por delante de Junts per Cataluña, Junqueras por delante de Puigdemont--- anime a Aragonés a deshacerse de los puigdemones y buscar otras alianzas para formar gobierno. Este matrimonio a palos que desde hace cinco años forman Puigdemont y Junqueras ya demostró su incompatibilidad de caracteres al no ser capaz de investir a un sustituto de Joaquim Torra. Y es posible que acabe siendo incapaz también de formar gobierno y haya que llamar de nuevo a las urnas (es Cataluña). Pero las prioridades que anoche estableció el aspirante pasan por armar de nuevo un gobierno independentista, con Junts en posición subalterna, e incorporar a la mayoría gubernamental a un tercer socio (o cuarto, si se cuenta la CUP): el partido Podemos, tan cercano a Esquerra, tan bien relacionado con Puigdemont, y tan partidario como ellos de la autodeterminación y la amnistía.
La meta no ha cambiado: es la separación de España. Lo que cambia es la meta volante: en lugar de una nueva proclamación por las bravas, conseguir que el gobierno central trague con un referéndum que haga pasar por constitucional lo que no lo es: la autodeterminación. La intención no es nueva. Lo nuevo es que el gobierno central lo forman un partido que comparte esa hoja de ruta, Podemos, y otro que no compartiéndola ha elegido a Esquerra como socio preferente en el Parlamento: el PSOE.
Salvador Illa se presentará a la investidura, aun sabiéndola perdida. Él mismo admite que necesitará tiempo para que el cambio, que dice que ya ha empezado, se plasme en el gobierno autonómico.
El PSC alcanza los 33 escaños, que son 16 diputados más que en 2017 aunque sean tres menos que los que obtuvo Ciudadanos. (No es novedad la victoria de un partido no independentista). Novedad es que ese partido sea el PSC.
Han sido unas elecciones con una participación excepcionalmente baja, es verdad. Apenas acudió a votar el 54 % del electorado. Eso explica que el PSC, con los mismos seiscientos y pico mil votos que obtuvo en 2017 pase de ser la cuarta fuerza parlamentaria, con apenas 17 escaños, a ganarlas con 33.
Ciudadanos, hundido electoralmente, achaca a la pasividad de los votantes constitucionalistas su pésimo resultado.
Se hunde C’s, se desfonda el PP (cuya dirección, cuestionada internamente, culpa al caso Bárcenas)... y la derecha en Cataluña se radicaliza: es VOX quien lidera. Once diputados, 215.000 votos.
Vox empezó a ser alguien en la política nacional a raíz de las elecciones andaluzas, las primeras que hubo tras la sedición de octubre del año 17 en Cataluña. Vox es una consecuencia del procés y de la forma en que Rajoy gestionó todo aquello. Consecuencia creciente. Para Pablo Casado vienen curvas tan cerradas que igual se acaba despeñando. Perdón, lo acaban despeñando.