El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: "El marcapasos de Artur Mas son los sondeos de intención de voto de Escocia"

Les voy a decir una cosa.

Tal como el marcapasos del Zapatero otoñal fue la prima de riesgo, érase un presidente pendiente del diferencial con el bono alemán, el marcapasos de Artur Mas (este Artur Mas menguante que encanija en cada encuesta que se publica sobre las próximas autonómicas, él se desinfla mientras Junqueras se desata), el marcapasos del ArturMas otoñal son los sondeos de intención de voto en Escocia.

ondacero.es

Madrid | 08.09.2014 20:12

A falta de alegrías propias con que endulzar esta sacrificada vida de profeta que el president se ha impuesto a sí mismo, bien vale un par de puntos de subida del independentismo a la escocesa como acicate o estímulo en la semana grande de la exaltación soberanista. El president cambió el pijama por el kilt y se puso, como melodía del despertador, el “Scotland the brave” interpretado por la banda de gaiteros de Stirling. Amanece con la falda puesta y se lanza a ojear la prensa escocesa en busca de nuevos sondeos que pronostiquen la victoria del sí (o del “aye”), el hito que daría gasolina (o petróleo) a los partidarios de la independencia catalana. El referéndum del día 18 como pastilla azul, la viagra de un president en horas bajas. Ayer vio el sondeo del Times y guau, creció un palmo. “Te veo más alto”, le dijo su señora. “Es que me he puesto los zapatos de Salmond”, dijo él, en alusión a su admirado ministro principal de Escocia (para entendernos, el presidente autonómico de la nación escocesa).

 

Este sondeo que ha generado movimientos sísmicos en la política británica (con calladas réplicas en Bruselas y Madrid) es el primero, como seguramente saben, que atribuye al “yes” (la separación de Escocia del Reino Unido) ventaja sobre el “nae” (seguir unidos). Aunque la diferencia es mínima (51 a 49), aunque no se computa a los indecisos y aunque teniendo presente el margen de error la conclusión es que pueden ganar lo mismo los unos que los otros, hay dos elementos que han puesto de los nervios no sólo a Cameron, primer ministro conservador, sino también a Miliband, su adversario laborista que ve cómo la mitad de su electorado escocés discrepa de su postura y desea ahora independencia. Dos elementos: uno, que la empresa que hace esta encuesta es la que menos respaldo a la independencia ha reflejado en sus sondeos anteriores, no es sospechosa de inflar los resultados a favor del ; dos, que lo sustancial no es tanto que el independentismo se ponga en cabeza como la tendencia que se viene reflejando en los tres últimos meses: lo que en primavera era un 60-40 a favor del “no”, en vísperas del referéndum es un 51-49 en favor del “sí”. De nuevo, y como única conclusión cierta: que el día 18 puede pasar cualquier cosa. De aquí a entonces aún pueden pasar cosas (a Cameron le están reclamando sus críticos que borre todos los compromisos que tenga en su agenda y se vuelque en mantener unido el Reino Unido) y podría incluso suceder que un sondeo como éste tenga, sobre el votante contrario a la independencia, el efecto movilizador que no ha tenido la floja campaña unionista. Pero el vértigo que supone un eventual triunfo del “sí”, aunque sea por la mínima, con casi la mitad de la población en contra y con incertidumbre total sobre el efecto que la secesión tendría para la política y la economía británica, ha llevado al gobierno Cameron a improvisar una zanahoria de inspiración canadiense. Si el gobierno de aquel país prometió más autonomía para Quebec en vísperas del referéndum del 95, el gobierno británico ha prometido más autonomía en la gestión de los impuestos sin entrar, en realidad, en más detalles. “Es como que te ofrezcan una subida de sueldo cuando ya has encontrado otro empleo”, escribía hoy un comentarista. “No han conseguido asustar a la gente y ahora quieren comprarla”, ha dicho Alex Salmond, entusiasmado con las tendencias demoscópicas porque, pase lo que pase el 18, él ya está ganando. En términos de estricto cálculo político, o electoral, es el líder independentista (y ministro principal) quien más provecho ha obtenido de todo este proceso, consolidado su partido como referente del nacionalismo escocés y consolidado él mismo como dirigente político. A diferencia, podría decirse, de lo que ha ocurrido con Convergencia Democrática en Cataluña y de lo que le ha pasado a Artur Mas, cuya incorporación, sobrevenida y oportunista, a la ola independentista ha debilitado electoralmente a Convergencia y ha hecho grande a su rival nacionalista, la Esquerra Republicana del señor Junqueras.

Hay otra diferencia aún más acusada entre el movimiento independentista en Escocia y su homólogo en Cataluña: los argumentos que emplean unos y otros para ganar partidarios, en qué ponen el acento en sus campañas. Mientras aquí, en Cataluña, iniciamos una nueva semana de evocación (más o menos distorsionada) de lo que sucedió en Barcelona hace trescientos años, en Escocia el independentismo ha huido premeditadamente de cualquier nostalgia. Aquí se inundan los discursos oficiales de 1714 y de exaltación de Rafael Casanova, reconvertido en icono popular sólo en estos últimos años (aún hay comentaristas catalanes muy veteranos que no tienen muy claro si el apellido es en plural o lleva un “de” por delante, Rafael de Casanova, Rafael Casanovas). En Escocia la campaña del “sí” ha pasado olímpicamente de Mel Gibson (perdón, de Braveheart): William Wallace era un señor de otro tiempo que vete tú a saber qué diría ahora (”no somos románticos trasnochados”, han dicho los estrategas de la campaña independentista, hablamos de hoy y de cómo puede ser el mañana). En Escocia es el discurso económico el que más fortaleza ha dado a la campaña de Alex Salmond. “El petróleo del mar del norte, para los escoceses”, es un poco la idea, “viva el petróleo siempre que su riqueza repercuta en nosotros” (a lo Paulino Rivero, digamos, que sólo se volvió ecologista cuando le negaron las competencias para hacer él las perforaciones). Gracias al petróleo, les ha dicho Salmond a los escoceses que aún no eran independentistas, podremos ser otra Noruega. “Porque a la hora de triunfar como nación, el tamaño, amigos, no importa”. Aquí, en Cataluña, sin embargo,  naufragó el empeño nacionalista en convencer al personal de que siendo nación independiente sobraría dinero para garantizar a todo el mundo una vida próspera, dentro de la UE, con el euro como moneda y nada más que ventajas para las empresas catalanas. Frustrado el discurso del paraíso económico y fiscal, el refugio ha acabado siendo la exaltación de la historia. El mito del 14 y la entronización de los victus.

Si Salmond tuviera que darle algún consejo a Artur Mas probablemente sería éste: “Menos ofrendas florales, Artur, y más petróleo”.