Monólogo de Alsina: "El objetivo de la mesa de gobiernos para ERC no es reencontrarse, sino pactar las condiciones de la separación"
Los modernos lo llaman naming. Consiste en ponerle nombre a un producto. Los menos modernos siguen diciendo bautizarlo. Acertar con el nombre que le pones es esencial para que el público te lo compre. Si a un coche, por ejemplo, lo llamas Pajero, pues empiezas mal. Por las bromas. Y porque nadie quiere tener que responder, cuando le preguntan qué coche tienes, ‘¿yo?, un pajero. Pero si le llamas Discovery ya es otra cosa, aunque tenga, como el otro, un volante y cuatro ruedas.
Madrid |
Si usted, por ejemplo, va a sacar al mercado un producto reciclado y quiere que parezca nuevo, le pone un nombre pintón y cruza los dedos a ver si cuela.
El departamento de naming de La Moncloa –bautizos Sánchez-- ha dado a luz una nueva marca: ‘El reencuentro’. O en su versión extendida, ‘la agenda para el reencuentro’. No me diga usted que no suena bonito. De los creadores de la agenda 2030 y la España tal como es llega ‘El reencuentro’. No me lo llame operación diálogo, ni política ibuprofeno, ni apaciguamiento, que todo eso ya caducó. Cámbiele el nombre para que parezca nuevo. Si le llamas ‘Pedralbes II’, o ‘El relator II’, entonces el público se acuerda de que no es estreno sino secuela, la continuación de la película que naufragó hace justo un año porque estuvo mal dirigida, y peor interpretada, por Carmen Calvo (encargada ahora de coordinar el coronavirus, la memoria democrática y el lenguaje inclusivo pero no lo de Cataluña).
Aquí se trata de que parezca que todo está empezando ahora. Que ha habido borrón y cuenta nueva. El reseteo. Y ojalá sirva para que todo, en efecto, vuelva a ir por el cauce que siempre estuvo abierto y que siempre fue el constitucional: la reforma política. Y ojalá algún día podamos mirar atrás y decir que tenía razón Sánchez al ponerse campanudo y proclamar que el de ayer fue un gran día.
Los momentos históricos se proclaman cuando una negociación ha llegado al final y ha dado un fruto positivo para todos. Ponerse campanudo nada más empezar sólo conduce a la melancolía. La dimensión, la trascendencia, la importancia histórica del mano a mano entre el gobierno de España y el autónomico independentista de Cataluña se verá cuando haya algo que valorar. A día de hoy, no es más que una hoja en blanco. O cuatro hojas llenas de epígrafes que hablan de financiación, de inversiones, de cooperación, de regeneración democrática y del Delta del Ebro. Pero que nada dicen de si lo que busca el gobierno es un nuevo estatuto de autonomía, una reforma de la Constitución o un referéndum camuflado. Es decir, qué hay más allá de la ley salvo la reforma democrática de la propia ley.
La ley no basta. Bendito sea el diálogo.
Miren, mientras no se esté sugiriendo el presidente Sánchez que la ley es un obstáculo para andar ese camino, nada que objetar. Gobernar es promover cambios y dialogar es encontrar la manera de hacerlo con el mayor acuerdo posible. El problema que tiene esta frase en boca del presidente es que es él quien ha ido haciendo suyo el lenguaje, y las frases hechas (y el naming) del independentismo. Desjudicializar, conflicto político, pasar pantallas. Y como sabe el presidente, si se produjo en 2017 la madre de todos los desencuentros fue porque para el independentismo la ley es el obstáculo. No es que la ley no les baste, es que la ley les estorba. Por eso decidieron ignorarla e incumplirla. El problema de esta frase en boca del presidente cambiante es que acabe sonando a aquello que dijo Torra en este programa hace ahora un año: la democracia por encima de la ley.
Fue un gobierno indepedentista quien provocó la judicialización proclamando que la ley iba en contra de la democracia. Y hará bien Sánchez en no perder de vista que sus interlocutores de ahora, el de Waterloo y el de Lledoners, siguen pensándolo. Esquerra ha aparcado, de facto, la vía unilateral (entiéndase, delictiva) pero sigue pensando que hay que encontrarle la fisura a la ley para poder llegar a la autodeterminación: ése, y no otro, es el objetivo de la mesa de gobiernos. Que no es para reencontrarse, sino para pactar las condiciones de la separación.
Sánchez, confiemos en ello, sabe con quién se juega los cuartos. Sus cuarenta y cuatro puntos de ayer se resumen en más dinero para financiar los servicios públicos catalanes, más dinero para trenes, para el aeropuerto, para los mossos, para la televisión autonómica y... diálogo indefinido sobre cómo se decide el estatus de Cataluña en España. Dices: con 44 puntos sobre la mesa no podrá decir Torra y sus palmeros que España no propone nada. Pues sí, claro que lo dice.
Éste es el interlocutor (condenado por un Tribunal Superior, por cierto) con el que Sánchez inaugurará la muy publicitada mesa este mismo mes para luego dejarla descansar un rato largo. Éste es el interlocutor: le entregas un documento que lleva dentro varios miles de millones de euros para Cataluña y él se queda con que dijiste que la autodeterminación es un camino.
Esto es lo que, con cierta torpeza, expresó Sánchez (caminemos para llegar a acuerdos) y esto es lo que ha querido interpretar Torra.
Sepa el presidente con quién se juega los cuartos porque va a ser así todo lo que dure la mesa de negociación. Interpretaciones interesadas de todo lo que allí se diga.
Sánchez dijo ayer que hay que cambiar el rumbo porque la última década deja un balance lamentable. Debe de entenderse como autocrítica, dado que él lleva gobernando un año y nueve meses. No sólo no ha empezado todo ahora, sino que hace justo un año estaba haciendo esto mismo de ahora: encontrarse con Torra, pactar un documento y abrir camino a un diálogo que iba a servir para dejar atrás el desencuentro. El desencuentro fue que no hubo Presupuestos y que llegaron dos campañas electorales en las que el mismo presidente que ahora se deja agasajar, y agasaja, al señor Torra cargó contra el independentismo por la misma razón por la que ahora cambia el paso: por cálculo.
Todo sería más creíble si el presidente no necesitara del oxígeno de un partido independentista para poder gobernar España. Todo despertaría menos recelo si el interés de ese partido independentista por tenerle a él, y no a cualquier otro, en la Moncloa no fuera conseguir el atajo que busca para la autodeterminación sino contribuir al progreso y la prosperidad de España. Pero ya sabemos lo que dijo la señora Bassa, la gobernabilidad de España me importa un comino, y lo que luego dijo el amable Junqueras: Montse tiene razón.
Ojalá esta vez sea la buena y Sánchez consiga lo que no consiguieron sus predecesores: que el independentismo renuncie a imponer su voluntad al resto del país prometiéndole más recursos económicos y un nuevo estatuto autonómico, otro. Pero no hay un sólo indicio sólido a la vista que haga pensar que eso va a suceder. Es la ley lo que garantiza la convivencia, no los nombres bonitos que se le pongan a las cosas.
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