opinión

Monólogo de Alsina: "Ministros hartos de otros ministros"

Carlos Alsina analiza en su monólogo de Más de uno la relación entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Pablo Casado.

Carlos Alsina

Madrid |

A ocho días de la Nochebuena, ya va adueñándose del ambiente el espíritu navideño. Estas fechas obran milagros.

Hace diez días Pedro Sánchez y Pablo Casado no se saludaron en la carrera de San Jerónimo y España contuvo el aliento ante la gelidez en el trato (o destrato) de los dos líderes. Hace una semana le preguntó Piqueras al presidente por qué evitaba al aspirante a presidente y si alguna vez le llamaría. Y Sánchez se mostró dolido por las cosas que Casado dice de su persona.

Lo del teléfono siempre abierto para enviarme un whatsapp es tan cierto que la última vez que Casado le envió uno acabó en la primera página de El País, dicen en el PP que filtrado por el departamento de humedades de la Moncloa para hacerle a Casado la puñeta. Era el whatsapp aquel en el que se mostraba dispuesto a consumar el pasteleo de los sillones del Consejo General del Poder Judicial. La filtración que llevó al PP a anunciar, con la solemnidad escarlatoohárica que el asunto merece, que nunca más volvería Casado a guasapearle.

(Entre nosotros, el mensajeo por whatsapp siempre le sirvió a Casado para denunciar en público que Sánchez no le llamaba dando a entender que no hablaban. Y a Sánchez le servía para predicar en público lo mucho que le gusta dialogar –--a su persona--- mientras recriminaba a Casado porque es que a usted no hay quien le llame). Nada nuevo bajo el sol: le recuerdo que estos dos líderes llegaron una vez a romper relaciones, qué barbaridad, nada menos. La ruptura total, titulaba la prensa. Como si de verdad significara todo aquello algo.

Pero ha llegado la Navidad y Pedro llamó ayer por la tarde a Pablo. ¿Para qué? Para nada. Que cómo estás, que si entonces pactamos ya una fecha para anunciar la nueva presidenta del Supremo, que si hay que ver, que es que no lo ponen imposible estos de Podemos. En realidad no se sabe ni de qué hablaron ni lo que se dijeron. Sólo se sabe, como siempre, lo que las oficinas de propaganda respectivas difunden pensando en su conveniencia. La Moncloa sostiene que fueron tres cuartos de hora muy cordiales, que sí, que de verdad, pura cordialidad, ni se insultaron ni nada. Que Sánchez estuvo tan generoso como siempre, ofreciendo venga pactos por aquí, pactos por allá (acuerdos de país lo llama ahora) pero que el otro, pues ya se sabe cómo es, intolerante, cerrado en bando, contrario al bienestar de España. El departamento de persuasión de Génova 13 sostiene que la llamada de Sánchez, en fin, que ya era hora, que Casado lleva 55 días esperándole (qué suplicio, lleva la cuenta diaria), que por supuesto le dijo que nadie anhela más que el PP renovar el Consejo del Poder Judicial, pero claro, que esto de andar reformando la ley por las bravas como que no y que sentar vocales de Podemos pues aún menos, pero vamos, que no se diga que el PP no está queriendo pactar porque tiene una lista de pactos pendientes que si quieres te la recuerdo, Pedro, pero si no quieres lo dejamos, y decimos que no hay avances y a otra cosa, feliz Navidad y todo eso.

Pura cordialidad y pura nada. Como siempre, según la versión oficial (o las dos versiones oficiales). Hoy en el Hemiciclo comprobaremos qué queda del espíritu conciliador de la llamada. ¿Y entonces, qué? ¿Esto de ayer qué ha sido? Pues la forma de mantener viva la negociación para los sillones del Consejo. La forma en que Pedro Sánchez hace saber que esta negociación la lleva él y que es él quien decide el interlocutor y los plazos. La prisa de Podemos por dejar al PP fuera de la ecuación y repartirse el Consejo con Esquerra y Bildu encuentra en el cordial gesto del presidente un aviso de quién tiene la llave de esos sillones. Que no es Podemos. Aunque Podemos, naturalmente, pueda aspirar, aspire y vaya a recibir, un par de asientos cedidos por el primo de Zumosol, que esto es el PSOE.

Podemos naturalmente que quiere su cuota de sillones. Dices: pero si eso es la vieja política, los partidos tradicionales repartiéndose el poder, la casta. Sí, lo que tú quieras. Todo eso estaba muy bien cuando ibas de revolucionario, los de abajo contra los de arriba, el 'miedo ha cambiado de bando' y 'no nos representan, no nos representan'. Pero ahora... Ya te digo si Podemos se siente representado en el pasteleo de siempre. Tan a gustito que están poniéndole nombre a las sillas que les tocan. ¡Dos o tres juristas de los nuestros! Si ahora somos el poder, que se note. Como pasó con Radio Televisión Española en el verano de 2018. Cuando Iglesias llamaba a periodistas que él considera de su cuerda para ofrecer trabajo: que si te apetece presidir Televisión Española, que he quedado con Pedro en que los telediarios me los quedo. Más tradicional no se puede ser en política: vocales del Poder Judicial y directores de informativos en Televisión Española. Las dos ambiciones de los gobiernos de siempre.

Hay otras discrepancias en el gobierno bicéfalo. Lo raro va siendo encontrar algo en lo que estén de acuerdo: eutanasia, Presupuestos y dejar de hablar de Marruecos.

El PSOE, por ejemplo, no quiere comisión de investigación sobre el rey Juan Carlos. Podemos, sí.

El PSOE no quiere que Villarejo comparezca en la comisión de investigación de la Kitchen. Podemos, sí.

El PSOE no quiere que Podemos siga exhibiéndose como el partido preocupado por las penurias de los humildes frente a un PSOE estirado y rendido a los tecnócratas de Bruselas.

Y así llegamos al salario mínimo interprofesional. Que en Podemos dicen que se va a subir, que los sindicatos dicen que no se va a congelar y que el PSOE dice que aún no sabe, no contesta.

El gobierno bicéfalo, que subió el salario a 950 euros el pasado enero, nunca se decide a explicar en qué se fija para decidir cuánto debe subirse. Cuál es el criterio. Si la unidad de medida es cuánto cuesta la letra de un piso, o un alquiler, o los gastos de una familia, lo que debería explicarse no es por qué se subió a 950 euros, sino por qué no se fija en dos mil euros, por lo menos. Y si poner un salario mínimo de dos mil, o de mil quinientos, no es posible... en-tonces lo que tiene que explicar un gobierno es por qué no lo es. Por qué hasta 950 sí se puede subir, pero por encima de mil ya no. De nuevo: ¿cuál es el motivo? ¿En qué se fija un gobierno para establecer la subida? ¿Cuál es la contraindicación de un salario mínimo más alto?

En esta materia, pedagógica ---como se dice ahora--- el gobierno y sus portavoces parlamentarios naufragan. La ministra Montero, que ayer hizo este llamamiento a la prudencia, bien podría haber seguido.

Hay una crisis económica, claro que la hay. Una recesión, para más señas. El llamamiento a la prudencia se entiende que iba dirigido a sus compañeros morados del consejo de ministros (ya es sabido que Montero es portavoz de un trozo del gobierno; del otro se ocupa Iglesias con sus tuits y con sus vídeos). Pudo haber añadido la ministra, por aquello de explicar, que el salario de un trabajador no lo paga el Estado, lo paga quien le emplea. Y que obligar al empleador a subirle el sueldo al empleado que cobra lo mínimo puede tener la consecuencia no deseada de que el empleador, en lugar de subirle el sueldo, le rescinda el contrato. El debate del salario mínimo siempre es éste: a ver si por mejorar los ingresos de un trabajador precario conseguimos que deje de tener trabajo. Y hay dos doctrinas: la que sostiene que el salario mínimo no afecta a la creación de empleo (esto de despedir para no pagar más, o por no poder pagar más, no pasa) y la que dice que sí afecta, y que hay que medir mucho dónde se pone el umbral para no hacer un pan como unas tortas. A ambas partes lo que hay que pedirles es expongan claramente sus razones: por qué la parte morada no pide una subida más abultada (ya que no afecta) y por qué la otra parte preferiría que se congelara (en cuánto calcula que sí afecta).

Entretanto, habrá que conformarse con la brocha gorda. Que es ésta que consiste en que los ministros morados son los que de verdad sienten y padecen las penurias del pueblo y los ministros de la órbita Calviño son bloques de hielo que sólo se conmueven con la tenocracia de Bruselas. Esta caricatura que tanto irrita a algunos ministros socialistas y que plasmó, como nadie, Iglesias el día que se declaró emocionado por haber descubierto que Margarita Robles se preocupaba por los sin techo. Emocionado y agradecido, como Lina Morgan.