EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: “Lo que de verdad importa”

Les voy a decir una cosa.

Nicholas Fortsmann, 54 años, casado y con tres hijos, no llegó a ver el espanto que para el mundo supuso el atentado de las Torres Gemelas en 2001. Siete meses antes de aquel brutal acontecimiento, Nicholas Fortsmann falleció en su domicilio de Manhattan víctima de un cáncer de pulmón que le había sido diagnosticado un año antes.

ondacero.es

Madrid | 11.10.2013 20:12

El obituario que publicó el New York Times aquel mes de febrero se extendía en explicar los éxitos que había alcanzado el señor Fortsmannal frente de la compañía de inversiones financieras que había fundado con su hermano Ted (ambos hicieron una fortuna) y contaba también, aunque en menor medida, la contribución que el difunto había prestado a organizaciones caritativas relacionadas con la educación y los inmigrantes. No mencionaba ese obituario, porque entonces aún no se conocía, la última obra que había ido construyendo el financiero en el tramo final de su existencia, cuando fue haciéndose a la idea de que no alcanzaría a vivir mucho tiempo más.

Esa última obra, íntima, fue un diario: las reflexiones de un hombre que, sabiéndose al final del camino, se pregunta (y se responde) sobre el valor que le damos a los distintos aspectos de nuestra vida, sobre aquello que más aprecias aunque tal vez ni siquiera seas consciente de ello, sobre las prioridades y los valores con que nos movemos. El libro era, en el fondo, una carta a sus tres hijos pequeños para que no esperaran a tener muchos años, o a tener pocos años por delante -que no esperaran a sufrir una desgracia- para aclararse las ideas sobre lo verdaderamente importante y lo accesorio. A su viuda le pareció que aquel diario -que no iba de finanzas sino de emociones- podía ser inspirador para otras personas. Decidió publicarlo. Y eligió como título “Lo que de verdad importa”, un anticipo del contenido y del sentido de las páginas que venían detrás.

María de Villota se encontraba hoy en Sevilla porque en Sevilla se iba a celebrar un congreso que desde hace seis años visita distintas ciudades españolas y que se llama “Lo que de verdad importa”. La Fundación que lo organiza le copió el nombre al libro póstumo de Nicholas Forstmann porque fue la lectura de ese libro lo que llevó a María Franco, su presidenta, a poner en marcha esta iniciativa: reunir a jóvenes que tienen toda la vida por delante e invitar a personas (no necesariamente conocidas pero siempre interesantes de conocer) a contarles de viva voz sus experiencias. Experiencias que contribuyan a que se hagan preguntas, se replanteen su forma de ver el mundo (y la vida) y les sirvan también para comprobar que sufrir un revés, por duro y demoledor que éste sea, no significa que no se pueda volver a levantar la cabeza.

Nombres como Albert Espinosa, cuya infancia inspira su guión “Pulseras rojas”, como María Belón, cuya historia recoge la película “Lo imposible”, como Irene Villa, superviviente de un atentado de ETA, son habituales entre los ponentes de estos congresos. Habiendo sufrido un accidente tan grave (tan mortal aunque ella lo sobreviviera) como el del año pasado, y estando, como ella misma contaba, tan agradecida por estar viva, María de Villota era la persona idónea para transmitir a los demás esta filosofía que desprende “Lo que de verdad importa” y que es la misma filosofía que Nicholas Fortsman, el financiero, dejó plasmada en ese diario pequeño que, al final, puede que sea su legado más fructífero.

Ella también deja escrito un libro que se presentará la próxima semana, “La vida es un regalo”. En él escribe esta mujer que tanta velocidad alcanzó en las pistas de la Fórmula 1 que haríamos bien en ir todos un poco más despacio, no en el coche sino en la vida, para disfrutarla. Anoche se fue a dormir, después de ensayar su intervención en el congreso, y hoy ya no está.

Experiencias que inspiren a los demás. Personas capaces de cambiarnos la perspectiva que tenemos de las cosas. Tal vez debiéramos, también nosotros, en los medios, dedicarle más tiempo a ellas y algo menos a los mangantes, cuentistas, jetas y vividores de los que están las noticias de cada día llenas.

El atentado del maratón de Boston el pasado abril permitió que muchos conociéramos la historia del equipo Hoyt, que en realidad lo forman sólo dos deportistas, Hoyt padre (Dick) y Hoyt hijo (Rick). Llevan desde el año 77 participando en eventos deportivos y han corrido más de 70 maratones. Al padre, lo de correr no le había interesado nunca, pero su hijo, cuando tenía once años, le persuadió. Le persuadió muy eficazmente. Digamos que el padre era bastante receptivo a los deseos de su hijo porque la vida de ambos no había sido fácil. Rick nació con el cordón umbilical enrollado al cuello e impidiendo que le llegara al cerebro todo el oxígeno, de tal maneta que los médicos, poniéndose en lo peor, les dijeron a los padres que era imposible que ese bebé llegara a tener actividad mental.

Con cuatro años, y parálisis cerebral diagnosticada, unos ingenieros compañeros del padre le dijeron a éste, medio en broma medio en broma, “¿has probado a contarle un chiste?” Creételo: se lo contaron y el niño sonrió. Peor, se partió de risa. “¿Quién te ha dicho que no puede comunicarse?”, preguntaron al padre. “Unos médicos”. “Cambia de médicos”. Le hicieron un ordenador personalizado para que pudiera escribir moviendo la cabeza. Lo primero que escribió fue “¡Vamos, Bruins!”, su equipo favorito de hockey. Resulta que al chaval le gustaban cada vez más los deportes. Y le gustaba que empujaran muy deprisa su silla para coger velocidad. Y un día le dijo al padre “¡corramos un maratón!”, a lo que el padre contestó, “sí, claro, estoy yo como para correr y empujando además tu silla de ruedas, anda anda”. Pero entonces el pequeño Rick pronunció la frase mágica: “Papá”, le dijo, “cuando corremos me siento como si no tuviera minusvalías”. Y si tu hijo Rick te dice eso, qué vas a hace, sino ponerte a entrenar. Hoy Dick, el padre, tiene setenta y tres años; Rick, el hijo, ha cumplido cincuenta. El equipo (de dos) sigue en activo y sin intención de retirarse.

Isidre Esteve, que está a un paso de ganar el campeonato de España de rallyes todo terreno, también cree –-como creía María—que pecamos de exceso de velocidad al vivir la vida. Son cuatro días y dos ya han pasado. Él también sonríe, como sonreía María, y él también publicó un libro después de aquel accidente en el que se rompió dos vértebras : la editorial lo tituló “La suerte de mi destino”, pero él quería haberlo llamado “Un tío con suerte”. Y no es una ironía. Se considera afortunado, agraciado con una segunda oportunidad para vivir más lento y fijándose más en lo que de verdad importa.