El navegador de la Moncloa está recalculando la ruta. No será porque no lo vengamos avisando. Está al caer una comparecencia de la ministra de Hacienda para explicarnos que bajar impuestos no siempre es malo. Que el IRPF no es intocable. Que se puede aliviar la carga a los contribuyentes que están en los tramos bajos sin que se desmorene el estado del bienestar, se resquebrajen los hospitales y haya que cerrar los colegios. Está al caer una comparecencia de la ministra en la que alabe las bondades de las rebajas fiscales sin confesarse ella misma víctima del populismo fiscal, y el efecto dominó, de los Juanmas y las Ayusos.
Recalculando la ruta y rehaciendo el argumentario. Ya lo comentamos ayer: no es que Ximo le haya roto el servicio a Sánchez, es que le ha pisado el discurso.
Hay que actuar. Aliviando el IRPF a quienes declaran menos de sesenta mil euros anuales, que es lo que ha hecho el gobierno de la Comunidad Valenciana. Yendo más allá que Feijóo, que aboga por aliviar sólo a quienes estén por debajo de cuarenta.
Lo más difícil de entender es la torpeza con que se ha manejado el gobierno central
En esta historia de las rebajas fiscales, lo más difícil de entender es la torpeza con que se ha manejado el gobierno central. Entregando al adversario político la bandera del alivio fiscal y consiguiendo que cale en la opinión pública la idea de que el gobierno es enemigo de las bajadas de impuestos. De cualquier impuesto. Y lo pague quien lo pague. Es una torpeza notable teniendo en cuenta que el primero que bajó los impuestos de la electricidad fue este mismo gobierno, en junio de 2021, catorce meses ya nos contemplan. Ha ido llegando a las rebajas del IVA arrastrando los pies, es verdad, el de las mascarillas, el de la luz, el del gas. Pero llegar, ha llegado. Y el calentón que le entró la semana pasada al saber que Juanma Moreno suprimía el impuesto de patrimonio le ha llevado a hacer estas proclamas tan chuscas, y tan poco matizadas, que hoy lastran su capacidad para volver a poner el debate en su sitio. 'Bajar impuestos es sabotear los servicios públicos', 'estamos en contra de las competiciones a la baja', 'todos los organismos internacionales son contrarios a las bajadas'. Pues hombre, dependerá de qué se baje y a quién. Y de cómo se garantice que los ingresos totales no se resientan. Cuando ahora le toque a la ministra anunciar rebajas fiscales, ya veremos si en el IRPF o en qué, pasarán dos cosas: que el PP reclamará, otra vez, la paternidad de la idea y que al gobierno se le reprochará que pase, otra vez, de defender una cosa a su contraria.
El argumentario rehecho del Ejecutivo podemos adivinar por dónde va a ir: yo alivio la carga fiscal a los de abajo, sí, pero compenso apretando más a los de arriba. No como el PP, que elimina el impuesto de patrimonio y lo fía todo a que aumente la actividad económica. No es mal argumentario. Desde luego es mejor que erigirse en enemigo a muerte de la deflactación del IRPF. Sabiendo, además, que en España ocurre algo intrigante. Y es que funciona mejor, como banderín electoral, o político, anunciar rebajas de impuestos, por mínimas que sean (incluso si sólo es una deflactación de la tarifa) que aprobar descuentos en las gasolineras, bonos para los jóvenes, ayudas a los alquileres o tren de cercanías gratuito. De los famosos paquetes de medidas que aprobó hace meses el gobierno ya no se acuerda nadie, y eso que siguen en vigor. De las deflactaciones que aún ni siquiera se perciben en las retenciones de las nóminas está hablando todo el mundo. En lo primero llevó el gobierno la iniciativa. En lo segundo, va al rebufo.
El gobierno de Cataluña está roto desde hace meses. Eso no es un gobierno, es una guerra civil
Decir que el gobierno de Cataluña estuvo ayer a punto de romperse es poco riguroso. En rigor, el gobierno de Cataluña está roto desde hace meses. Eso no es un gobierno de coalición, es una guerra civil entre dos partidos que sólo tienen en común un anhelo. Dirá usted: la independencia. No, no, el poder. El poder bajo la coartada de emplearlo para alcanzar alguna vez la independencia. A estas alturas no hay un solo dirigente independentista que se atreva a defender ni plazos ni calendarios. A estas alturas ---cinco años se cumplen del naufragio--- es un hecho que la secesión no se va a producir. No, desde luego, en un horizonte cercano.
Pere Aragonés ha destituido al número dos de su gobierno, Puigneró, que es de Junts. Esta mañana los de Junts deciden si escogen otro nombre para relevarle o cogen la puerta y envían a Esquerra a tomar viento.
La excitación de enfrentarse al Estado, que en otros tiempos cohesionó tanto a estas gentes tan poco cohesionadas, ha dejado de funcionar como argamasa. Y lo que queda es la caricatura de un gobierno de dos partidos que no es que funcione como dos gobiernos, es que no funciona. Difícilmente puede funcionar una pareja cuando uno de los miembros emplaza al otro a someterse a una cuestión de confianza en el Parlamento. Sí, es una cosa de locos, pero así es la política catalana. Los puigdemones, a los que ahora llaman posconvergentes porque de alguna forma hay que llamarlos, exigen a Pere Aragonés que se someta a una cuestión de confianza en el Parlamento. Dicen que se ha apartado del programa conjunto que pactaron. Bueno, en privado lo que dicen es que ha puesto a dormir el proceso indepedentista y está abducido por Pedro Sánchez.
El espectáculo de la tarde de ayer, con los consejeros entrando y saliendo del Palau de la Generalitat, los de Esquerra por un lado, los de Junts por otro,
Aragonés preguntándoles los de Junts si estaban al tanto de que su portavoz iba a salir con lo de la moción de censura, recriminándoles la deslealtad, convocando después a Turull, que es uno de los indultados del procés y hombre fuerte de Junts, pero sin convocar a Laura Borrás, que es la número uno del partido y a la que Aragonés no puede ver ni en pintura, el espectáculo fue el propio de una descomposición acelerada. Que es en lo que está el gobierno independentista, en descomponerse. Anoche algún diario describía los posibles escenarios: que rompan del todo ya, que rompan dentro de unos días, que rompan en 2023, que finjan que no rompen aunque ya lo tengan todo roto. Salvador Illa, el PSC, se frota las manos y confía en recibir en herencia los restos de este nuevo naufragio.
Dieciséis meses lleva de presidente Pere Aragonés. Más o menos como un primer ministro italiano.