Quince días lleva en la Casa Blanca, sólo quince. Y el mundo ya ha encajado -el mundo financiero, al menos, y el mundo del comercio- unos cuantos temblores que no han llegado a terremoto pero casi. Con Trump no cabe decir que apunta maneras. Éstas son sus maneras y ésta es la forma en que entiende la palabra negociar. El arancel como arma de persuasión masiva. Es natural que le haya cogido gusto porque tiene comprobado lo eficaz que a él le resulta.
El primero fue Colombia. Gustavo Petro rechazó dos aviones con emigrantes deportados, Trump aprobó un arancel del 25% a los productos colombianos, avisó de que la semana siguiente sería del cincuenta por ciento, y ese mismo día reculó Petro, se ofreció a poner él los aviones y se alcanzó un acuerdo. Acuerdo express. Que consistió en que Colombia aceptaba lo que Estados Unidos exigía -deportaciones inmediatas- y Trump congelaba el mazo arancelario. Dijo el gobierno colombiano, muy diplomáticamente: ‘Hemos superado el impasse’. Que significa: Petro traga, qué remedio, y Trump, generoso, esconde la maza.
Ayer fue México. La presidenta Sheinbaum, emulando a Petro, también superó el impasse. Trump había anunciado aranceles del veinticinco por ciento a los productos mexicanos, conversaron por teléfono un rato largo y bingo, el gobierno mexicano aceptó desplegar miles de policías en la frontera para combatir la emigración irregular. ¡Y el fentanilo! El tráfico de fentanilo. Otro acuerdo express. Vamos viendo ya en qué consiste esto de los acuerdos, qué significado ligeramente distinto al tradicional, hay que empezar a darle a esta palabra. ‘Acuerdo’ significa: te exijo que hagas lo que yo digo que has de hacer, si veo que remoloneas te planto un sobreprecio a tus productos que los deje tiritando y, en caso de que te rindas, aflojo y lo dejo para más adelante’. Porque el mazo queda en suspenso, no se entierra.
Hasta ahora sólo un gobernante había plantado cara a los aranceles de Trump. Dices: ¡Sánchez, nuestro príncipe valiente! No, Justin Trudeau, el de Canadá, gobernante que está de salida y que amagaba con replicar el arancel poniendo él uno equivalente a los productos estadounidenses. Anoche le aguantó un pulso telefónico al estadounidense. Trump dijo que la cosa que no había ido muy bien. Pero al final el resultado ha sido el mismo que en México. Compromiso de desplegar diez mil policías en frontera para combatir la inmigración.
Falta ver qué pasa con China. Falta ver qué nos pasa a nosotros.
Los gobernantes de la Unión Europea confían, también ellos, en llegar a un acuerdo. Para evitar lo que Donald Tusk, primer ministro polaco, ha llamado -en sintonía con el Wall Street Journal- la guerra comercial más tonta de la historia. De momento, se ofrecen a comprarle a los estadounidenses más material militar y más energía. Y se ofrecen a revisar la inversión en Defensa que hace cada nación europea, con España a la cola en porcentaje de PIB dedicado a este asunto. Aunque Sánchez ensayara la semana pasada con el estribillo verde.
Los gobernantes europeos, en lo que están, es en el ‘deal, baby, deal’, negociar, negociar y negociar para evitar el gran choque comercial. No porque Europa fuera a perderlo, que ahí, como dice Albares, tenemos instrumentos para dar respuesta ---como bloque económico naturalmente que la Unión Europea pesa--- sino porque en las guerras siempre hay caídos y para ellos no hay camino de vuelta. Detalle que igual tiene algún significado: de todos los gobernantes europeos, el que más beligerante fue con el regreso de Trump fue el nuestro, Sánchez. De todos los gobernantes europeos, el que ayer se abstuvo de hacer declaración alguna a la prensa fue el nuestro, Sánchez. En los mítines predica el presidente contra la oligarquía, el algoritmo y la internacional ultraderechista, pero por alguna razón el apellido Trump ha desaparecido de sus soflamas.
Cuando se entere Trump de que Carlos Cuerpo mejora sus previsiones de crecimiento para el año que viene, a ver lo que tarda en decirnos que ya que crecemos tanto, pongamos más dinero para el sostenimiento de la OTAN.
El ministro de Economía, perdido el pulso con Yolanda Díaz por la reducción de jornada, presenta hoy el nuevo cuadro macroeconómico, la estimación de los principales indicadores económicos que, a diferencia de los Presupuestos, sí se actualiza cuando toca, siempre en plazo. 2024 terminó mejor de lo que el propio gobierno esperaba ---por encima del 3%--- y este 2025, que en comparación con el año anterior flaquea, se presenta mejor de lo que hasta ahora preveía el gobierno.
Al Consejo de Ministros llega hoy el proyecto para reducir por ley la jornada laboral. Las treinta y siete horas y media que ya están recogidas en algunos convenios pero que el gobierno de coalición se comprometió a extender, como obligación, a todas las empresas y sectores. Como a todos los proyectos del gobierno le falta una pata: una pata de siete votos, la pata de Puigdemont o pata puigdemoníaca, por el infierno que vive el gobierno cada vez que tiene que entregarle una libra de carne a este voraz compadre. Nos contó ayer Pepe Álvarez, UGT, que en su peregrinación a Waterloo para ganarse el favor del expatriado tuvo el mismo éxito que con la manifestación de este domingo en Madrid, ninguno. Y que Puigdemont es más receptivo a lo que le dice la patronal catalana que a lo que le pueda decir un sindicato. O un gobierno.
El gobierno presume de seguir negociando con Junts en busca de más y más acuerdos. Deal, baby, deal. El sentido que Puigdemont le da a la palabra acuerdo es un poco el de Trump: haces lo que yo te diga, tragas con una propuesta de cuestión de confianza, por ejemplo.
Y luego decimos que hemos alcanzado un acuerdo. Esta mañana, la Mesa del Congreso de los Diputados llegará al acuerdo de que es perfectamente lícito que el pleno debata y vote si se insta al presidente Sánchez a pasar el examen de una cuestión de confianza (perdón, si se le invita a considerar la oportunidad de pasarlo, que ya nos han explicado los publicistas gubernativos lo suavizado que ha quedado y lo meramente testimonial que resulta el texto acordado). El acuerdo en la Mesa (ya ve usted que todo se acuerda, se acuerda muchísimo) se producirá porque Sánchez, desde la cima de su poder ejecutivo, hizo saber que sus delegados en las Cortes -formalmente, la presidenta Armengol y el vicepresidente De Celis- ejecutarían hoy la decisión que había tomado él (con Armengol no necesita acordar nada, ella es receptiva) para superar el portazo que le había dado Puigdemont y salvar del naufragio veintinueve medidas de las ochenta que incluía su decreto difunto. El presidente había llegado, él también, a un acuerdo (sigamos acordando) con el expatriado en Waterloo que consiste en que se hace lo que éste decía y, a cambio, presta de nuevo sus famosos siete votos pero sólo para la mitad de las medidas. Sin comprometer su respaldo no ya a los Presupuestos no natos -la emboscada, que escribía ayer Iván Redondo- sino a la reducción de jornada que hoy aprueba, sólo como proyecto y fruto de otro acuerdo -venga acuerdos- el sufrido Consejo de Ministros.