CARLOS ALSINA

Monólogo de Alsina: "Demasiado rápido para Europa"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo sobre las novedades en el conflicto en Ucrania, lo que dio de sí la reunión de este lunes en París y la disputa entre PSOE y Sumar por la tributación del SMI.

Carlos Alsina

Madrid |

Todo será que la cosa se acelere y salga hoy de Arabia Saudí algo concreto. Trump y Putin, Putin y Trump, no quieren que el asunto se enfríe. Ambos declaran lo urgente que es terminar con la guerra de Ucrania -perdón, operación especial de seguridad, que es como el ruso sigue llamando a hacer llover misiles e invadir con tanques a su vecino- y pretenden ofrecer resultados bien pronto. Han elegido Riad para estrenar hoy la negociación entre sus ministros de Exteriores y sin el gobierno de Ucrania, por supuesto. Y el anuncio se lo cedió la Casa Blanca al Kremlin, que fuera Putin quien informara al mundo de la feliz noticia de que la paz se acerca como si no fuera él, Putin, quien ha tenido en su mano hacer posible la paz todos estos años haciendo algo tan simple como retirar sus tanques y sus soldados y permitir que Ucrania siga su destino como nación soberana e independiente. Soberana, independiente y con los aliados que ella elija.

Todo será que de Riad salga hoy algún anuncio concreto, a diferencia de lo que sucedió ayer en París. Tanta expectación generó Macron con su convocatoria urgente que era probable que acabara habiendo más ruido que nueces. A la pregunta de qué han acordado los gobernantes europeos reunidos ayer la respuesta es nada. Nada concreto. Hablar, hablaron, de la fractura con Estados Unidos, de la necesidad de que Ucrania sea tenida en cuenta, de que no hay paz verdadera si la paz no es justa y de que Europa tiene que acelerar en su capacidad de defenderse sola. Es decir, todos los estribillos que vienen entonando los primeros ministros desde que Trump ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Si comentaron algo más, fue en privado y han preferido no hacerlo público. Dos de los asistentes, el anfitrión Macron y el invitado brexit, Keir Starmer, venían abogando por diseñar ya una eventual misión de paz europea para Ucrania, es decir, un cuerpo de paz militar integrado por soldados europeos. Dos primeros ministros socialistas, el de Alemania, Scholz -en el epílogo ya de su gobierno naufragado-, y el de España, Sánchez, no ven bien que se plantee esa posibilidad ahora. Oficialmente, porque no hay paz que mantener, Ucrania sigue en guerra. Pero también, por esto que dejó caer ayer el gobierno ruso: que los soldados europeos son soldados de la OTAN. Y plantear que haya soldados OTAN en suelo ucraniano digamos que en Moscú no gusta.

En lo que sí hay coincidencia de los jefes de gobierno europeos reunidos ayer es en que emanciparse del paraguas estadounidense en materia defensiva cuesta dinero. Un dineral. Y si ahora el objetivo es acelerar ese plan o se quita dinero de otro sitio para pagar el gasto o se consigue dinero nuevo a la manera en que lo hacen los Estados: pidiéndolo prestado.

Sánchez repite la fórmula que le salió bien -incluso muy bien- hace cinco años con la pandemia. Hacía falta una inversión extraordinaria porque los presupuestos nacionales se habían visto arrollados por la emergencia. Y la forma de asistir económicamente a los países más castigados -España, por ejemplo, con el turismo hundido- era emitir deuda mancomunada: todos a una pidiendo dinero prestado, y compartiendo el riesgo, para poder inyectar dinero en lo que hacía más falta. España disfrutó, con Italia, del papel de principal receptor de fondos de recuperación (y les sacó partido la economía española con un restablecimiento que hoy permite que crezcamos más que la zona euro). Ahora se trata de asumir también entre todos la captación de dinero para dedicarlo a rearmar Europa. Todos a una, que es una forma de diluir el puesto de cola en que se encuentra España en la inversión en Defensa. En lugar de cargar sobre el Presupuesto del Estado español una subida acelerada de esta partida, descargar sobre el conjunto de Europa la tarea de financiar -emitiendo deuda- el nuevo desafío defensivo común.

Es notable cómo el presidente Sánchez proclama, con solemnidad, que mantiene su compromiso de elevar hasta el 2% del PIB nuestra inversión para 2029. Primero, porque es precisamente eso, un compromiso firmado por su gobierno en la cumbre de la OTAN de la que fue anfitrión, y con gran lucimiento -qué menos que cumplir los compromisos que uno adquiere, por más que el presidente haya hecho de lo contrario su santo y seña-. Y segundo, porque llegar al 2% dentro de cuatro años puede parecernos una tarea hercúlea visto desde España pero para otros países que ya pasaron por ello antes que nosotros es corregir un desequilibrio, y un retraso, difícilmente justificable: se trata, nos insisten, en aportar a la causa común en función de la riqueza de cada uno. Es decir, equilibrando porcentajes de PIB, no cantidades absolutas, que es en lo que viene refugiándose Sánchez para sostener que contribuimos como el que más. Si el presidente tiene a bien compartir con sus ministros esta mañana las impresiones que se ha traído de París, igual da opción a que Yolanda Díaz, Bustinduy, Mónica García, Sira Rego, le digan lo que piensan sobre el gasto militar disparatado.

Hay Consejo de Ministros esta mañana. Que igual es ahí donde hacen falta cascos azules. La expectación es máxima por si se animara el gobierno a ofrecer la segunda parte del pique Díaz-Alegría a cuenta del salario mínimo o lo de lo que sea. O aún mejor, por si se animara el Gobierno, en aras de la transparencia en el debate público, a programar para hoy una comparecencia conjunta de María Jesús Montero y Yolanda Díaz en la pudieran departir sobre neoliberalismo, populismo, sentido común y satanización de los impuestos. He dicho una comparecencia conjunta pero, en realidad, sería un careo. Impagable desde el punto de vista mediático. La vicepresidenta dos diciéndole a la uno: ‘tú muy de izquierdas igual no eres’. La vicepresidenta uno diciéndole a la dos: ‘ya salió la populista’. Y la dos a la uno: ‘Escucha al pueblo, mujer, que tenéis perdida la calle’. Y la uno a la dos: ‘Te ha comido el personaje, compañera, cuando estaba aquí Pablo eras más llevadera’. Y así, una o dos horas de intercambio de impresiones ante la prensa. Dirá usted: sería insólito. Sí, claro, pero al menos se dirían las cosas a la cara y teniéndose delante. Llevan dos semanas diciéndoselas a través de los medios.

El PSOE está en esta posición tan curiosa de predicar la bondad de que los perceptores de un salario de mil doscientos euros al mes contribuyan al sostenimiento de los servicios públicos y, a la vez, celebrar que casi ninguno de ellos vaya a tributar nada. Dígalo usted, señora Peña.

Que la inmensa mayoría no tributará, hombre. ‘Es sano contribuir’, dice el PSOE, ‘educa fiscalmente, es la prueba de que el salario ya no es de subsistencia’. Ah, pero sólo una pequeña minoría hará ese ejercicio tan sano, el resto no porque tampoco estamos a favor de que se tribute. Es un sí pero no, tributación sí pero con deducciones y bonificaciones para que sea casi no. Porque el asunto no es si tributa el salario mínimo, el asunto es si se eleva este año el mínimo exento de declarar y se da carta blanca para que dejen de tributar quienes hasta el año pasado, con idénticos ingresos, sí tributaban. Sin que a Sumar o al PP les pareciera mal que asalariados con mil doscientos euros al mes tuvieran obligación de presentar declaración.

Una vergüenza, dice el PP, que rentas de 16.500 euros al año tengan que declarar IRPF. Es verdad que con Rajoy en el Gobierno tenían que hacerlo quienes ingresaban más de 14.000 -el mínimo exento era bastante más mínimo-, pero hay que entender que los tiempos cambian y que en aquel tiempo tan lejano (2017) el PP no lo llamaba impuesto a la pobreza. Si acaso, en aquel tiempo lo llamaría así el PSOE. Ya saben cómo funciona esto. Feijoo y Yolanda Díaz forman esta insólita pareja sorpresa del invierno: unidos por el mínimo exento, viva el amor. Hasta el punto de que la vicepresidenta dos ya cita al PP como fuente de autoridad para defender que lo suyo es puro sentido común.

Ahí lo tiene: Yolanda Díaz ensalzando el sentido común de Feijóo y recriminándole la falta de sentido común a Sánchez. El presidente tiene el enemigo en casa. Claro que ya se sabe que el sentido común es eso que uno (o una) invoca para darse la razón a sí mismo (o misma). Díselo a Trump, que cualquier pregunta la despacha diciendo que es de sentido común defender lo que él defiende.