Se vienen para casa. Los españoles de El Líbano. La mitad de los que residen allí. Se vienen a casa es una forma de hablar porque su casa, en realidad, la tienen ahora en El Líbano. Echarán la llave, se llegarán hasta el aeropuerto, embarcarán en los aviones que envía el gobierno y se vendrán para España confiados en poder regresar cuanto antes al país que han elegido para hacer su vida y para desempeñar sus trabajos. Que no es éste sino aquél. País de nuevo en estado de guerra y con un gobierno que está desaparecido en las crónicas de estos días. Apenas se menciona el nombre de su primer ministro, y apenas para hacerse eco de sus cálculos sobre el número de libaneses desplazados como consecuencia de la guerra. La guerra de Israel con Irán, Irán con Israel, con El Líbano de por medio, gentileza de Hezbolá, y con Gaza de por medio y con Yemen de por medio.
El ministro Albares nos contaba ayer que en caso de que la situación empeora el gobierno activaría un plan de evacuación para nuestros nacionales. Y que no era oportuno facilitar más detalles por razones de seguridad. Dos minutos después, la ministra de Defensa estaba dando ella los detalles del plan, número de españoles evacuados incluido. Algo pasa entre estos dos ministerios que no terminan de emitir en la misma onda.
Hace dos semanas, crisis con Venezuela, Albares decía que no corresponde a un ministro calificar al gobierno venezolano y Robles lo calificaba sin medias tintas de dictadura. Cuando volvieron a preguntarle por el asunto a la ministra ya no lo repitió. Algo pasa ahí. Si hay sintonía, no se percibe.
Lo relevante, en todo caso, es lo que sigue pasando en Israel y en El Líbano. La población israelí pendiente de las sirenas que avisan de ataques aéreos, en el norte es el pan de cada día, la población libanesa pendiente de las hostilidades que ya libran, metro a metro, soldados israelíes e integrantes de Hezbolá. Israel admite primeras bajas entre sus militares, Hezbolá no admite nada, y el gobierno libanés estima en más de cincuenta los muertos víctimas de bombardeos.
Desde Teherán, el tirano reaparecido, teócrata Jamenei, padrino de los Hamas, los Hezbolá y otros pacifistas reputados, ¿verdad?, ha culpado a Occidente de las guerras que él mismo alienta. Palabra de dios.
Si nos queréis, irse, en versión teocracia iraní. Ese régimen admirable
El gobierno de Israel dio un paso más, ayer, en su choque con las Naciones Unidas vetando al secretario general, Guterres, y prohibiéndole pisar territorio israelí. Sostiene Netanyahu que esta declaración que ha hecho Guterres sobre Irán no ha sido lo bastante clara.
Podrá alegarse que el ataque del martes, de Irán a Israel, no buscaba ni defender ni proteger a los palestinos. Buscaba vengar la entrada del Ejército israelí en el sur del Líbano para golpear a Hezbolá. Porque no todo lo que hacen Irán o sus peones es una reacción a lo que antes ha hecho Israel, a menudo la iniciativa es suya. Podrá alegarse que Guterres podría haber condenado los misiles de Irán porque siembran el terror en Israel, sólo por eso, no por si son útiles o no a los palestinos.
Podrá alegarse que Guterres siempre acompaña su condena a un ataque iraní de una nueva condena a Israel por violar la legalidad internacional en Gaza, pero condenar lo de Irán, sí lo ha condenado. Y tampoco que es un secreto que hubiera dicho lo que hubiera dicho, a Israel le habría parecido insuficiente. Su simpatía por el secretario general de Naciones Unidas es tan notoria como la que siente por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, o sea, ninguna.
A Guterres le quedan aún dos años de liderazgo de la ONU, bueno, liderazgo igual es demasiado generoso. Ha hecho lo que ha podido para que la voz de Naciones Unidas, y la de él mismo, se escuche en el mundo. Con poco éxito. Y es verdad que, Israel al margen, se ha especializado en discursos apocalípticos sobre todos los asuntos espinosos: lo mismo las guerras que tenemos abiertas que el cambio climático, las vacunas o las desigualdades sociales. Es recurrente en sus intervenciones esta idea de que nunca habíamos estado tan cerca del abismo y que el tiempo se nos va acabando.
Le ha acabado pasando lo del cuento del lobo. Que de tanto anunciar el fin de los tiempos ha conseguido que el impacto de sus palabras sea menor cada día.
La ministra Isabel Rodríguez, que es persona cordial, educada y además, simpática, recibe hoy en sus dominios castellanos, del Paseo de la Castellana, a los consejeros de Vivienda de los gobiernos autonómicos (once a seis del PP, o doce, sumando al de Coalición Canaria) para intentar hacer buena esa máxima que dice que hablando se entiende la gente. Por un día, los gobernantes aparcan el mitin y hablan entre ellos sin imputarse quererle arruinar la vida a sus gobernados. Bueno, aparcan o no, ya veremos. Porque a la entrada o a la salida es posible que algún mitin sí se oiga.
El clima previo a esta interesante cumbre, en la que se habla de inversión pública, cómo se reparte, y de ayudas a los jóvenes, no hay gobierno que no guste de atribuirse él el mérito de dar facilidades y achacar a otros el demérito de poner obstáculos, el clima previo es verdad que muy conciliador no ha sido. Escuchando las declaraciones que ha venido haciendo la ministra, cualquiera pensaría que a la reunión de hoy, en lugar de ir acompañada de su equipo del ministerio llevará a la guardia civil, para que ponga firme a este atajo de insumisos que incumplen ostentóreamente la ley, como diría Gil, y encima presumen de ello. Insumisos en rebeldía y vulnerando la legislación.
Y en lugar de llevarlos al juzgado, va la ministra y les sirve el desayuno. Parecería raro, si no fuera porque a estas alturas todos sabemos que la hipérbole, las palabras gruesas, el a ver quién la dice más gorda, es el día a día de la comunicación política, antes llamada (con acierto) propaganda.
Hará bien la ministra en presentar a sus colegas regionales las pruebas prácticas de que declarar zonas tensiones y topar alquileres, esto que siempre defendieron Podemos o Sumar, Colau, Yolanda, Belarra, y que al PSOE le parecía inasumible hace sólo dos años, es la receta sanadora que amplía el parque de alquiler, contiene los precios y permite que los jóvenes se instalen en los barrios céntricos de las ciudades. Y hará bien en escuchar cortesmente a aquellos consejeros que mantienen una posición distinta a la suya sin que eso suponga que sueñan con que en su región sólo puedan vivir de alquiler los ricos. No hay ricos para todos, bien lo saben.
Si por un día gobierno y oposición se dan una oportunidad y dejan de agraviarse, habrá que declarar el tres de octubre día nacional de la concordia. La ley, por más que el gobierno fabrique estribillos pegadizos, no obliga a ningún gobierno autonómico a fijar topes. Le faculta, no le obliga. Por eso el PSOE decía, con razón, cuando aprobó esta ley (al cabo de cuatro años arrastrando los pies) que cuando se viera cómo en las regiones que aplicaran las medidas los alquileres bajaban, no le quedaría otra a los gobiernos del PP que ir detrás. El problema, hoy, para el gobierno es que esas pruebas no han llegado. O aún no han llegado. Cuando lleguen, si llegan, ya se verá qué hacen, ¿cómo era?, los insumisos.
En Madrid hubo un piso, no en alquiler sino en propiedad, al que dedicó el gobierno central todos sus desvelos y sus energías mediáticas. No era un piso barato, sólo accesible para quien tuviera un capitalito y bancos que le prestaran. El propietario era, y es, un ciudadano apellidado González Amador al que no habría dedicado ni un minuto de su tiempo un solo ministro si no fuera porque su novia es la presidenta de la Comunidad de Madrid. Acababan de empezar a publicarse cosas de Begoña Gómez y el gobierno encontró en el fraude fiscal del novio de Ayuso la forma de contraprogramar mezclando churras con merinas y generando ruido en un glorioso ejercicio de regeneración e higiene democrática. Se destacó en el empeño el servicio de propaganda del PSOE y la ministra de Hacienda.
Por decir esto, y alguna otra cosa, el novio de Ayuso tiene demandada a la ministra por intromisión ilegítima en su derecho al honor. ¿Se acuerdan de esto que dijo el presidente Sánchez al presentar su plan de acción democrática?
No, él no lo decía por el novio, lo decía por su esposa. Pero es justo esto, el derecho al honor, lo que alega el novio para exigir responsabilidades a quien le hizo acusaciones infundadas. Ya explicamos aquí que el hecho de que una empresa (y su dueño) incurra en delito fiscal por el impuesto de sociedades no significa (ni supone) que el dinero con el que se compra el piso proceda de fraude alguno. Quién mejor que la ministra de Hacienda, experta fiscal, supongo, a estas alturas aunque sea médica para entenderlo y para explicarlo. Tiró de brocha gorda, que es el signo de nuestro tiempo, y le salió la imputación de un fraude que la Agencia Tributaria nunca vio.
Montero ninguneó ayer al novio y no se personó en el acto de conciliación, de modo que ahora será él quien eleve la demanda al Tribunal Supremo. Puede hacer suya esta declaración del ministro de Justicia Bolaños.
No, el ministro tampoco lo decía por el novio, lo decía por Begoña. Pero la actualidad es caprichosa. Porque el ciudadano que no se dedica a la política y que se sintió afectado, difamado y víctima de una campaña gubernativa, es González Amador. El tribunal, naturalmente, verá si lo considera agresión contra su honor o lo despacha como una licencia política amparada por la libertad de expresión de la ministra de Hacienda. Pero ya es paradójico que el gobierno que se duele por que el derecho al honor no está lo bastante protegido sea tan desahogado cuando del honor de los demás se trata. Bueno, de los demás, no. Del novio de una adversaria política, que si no de qué íbamos a haber sabido ni media palabra de la situación fiscal de este hombre.