OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Domingo redondo para el PP, fiasco total para el PSOE"

Carlos Alsina

Madrid |

Si era Feijóo el que se la jugaba, ganó Feijóo.

Si era Sánchez quien más tenía que ganar, fue el que más perdió.

Si esto era un plebiscito sobre el liderazgo de Feijóo, el liderazgo de Feijoo se afianza.

Si esto era un plebiscito sobre Sánchez y su amnistía, fracasó Sánchez con su amnistía.

Si era un termómetro del estado de opinión del país, en la primera oportunidad de votar tras la investidura por la gracia de Puigdemont, debe de ser que la opinión del país es muy crítica.

Y si era un examen a la potencia movilizadora de un agente electoral llamado José Luis Rodríguez Zapatero, suspendió el examen. El PSOE es el gran naufragado de la jornada electoral.

Rueda, en su derecho a reivindicarse como figura de la política nacional

Galicia eligió continuidad. Galicia eligió no cambiar de gobierno autonómico. Mantener al PP con una mayoría absoluta holgada. Y van cinco. No fueron 38 escaños pelados los que obtuvo Alfonso Rueda, fueron 40. Dices: ha perdido dos. En efecto, ha perdido dos. Pero con casi veinte puntos más de participación su porcentaje de voto es casi el mismo, por encima del 47%, y recibe setenta mil votos más que en 2020. O en números totales, setecientos mil gallegos han escogido PP. Doscientos mil, PSOE. Cuatrocientos sesenta mil, Bloque Nacionalista. Y van cinco. Ganar con mayoría absoluta no es un trámite. Como sabe el resto de los presidentes autonómicos. Sólo cinco disfrutan hoy de esa situación. Cuatro son del PP (Juanma Moreno, Díaz Ayuso, Gonzalo Capellán, Rueda) y uno es del PSOE (García Page, del extrarradio del PSOE, que dice Óscar Puente).

Desde anoche, Rueda está en su derecho a reivindicarse como figura de la política nacional. Hasta ahora colgaba de su espalda el sambenito de gobernar de prestado, haber heredado un gobierno que consiguió Feijoo. Llegó a decir de él Marta Lois que era un presidente no electo. En rigor, quien no ha sido electa es Marta Lois: veintiocho mil votos en toda Galicia. Veintiocho mil del millón y medio emitidos. Rueda puede atribuirse el mérito de un triunfo inapelable y más habiéndosele puesto cuesta arriba la campaña por un patinazo, desliz, torpeza o como se le quiera llamar que no fue suyo sino de su antiguo mentor. Si Feijoo le complicó a su propio partido las cosas brindándole a la izquierda un balón de gol, que no sólo obtengas mayoría absoluta sino que te sobren dos viene a ser como coronarse con un plus. Rueda se legitima a sí mismo y gana peso en el núcleo de influencia del PP.

Entendimiento debe de ser lo opuesto a la polarización. Privilegio debe de ser el trato de favor que reciben unos gobiernos autonómicos respecto de otros. E igualdad, en la España de la amnistía inminente, es la palabra de la que hacen bandera quienes rechazan la impunidad. Siendo todo eso así, el discurso gallego del ganador de las elecciones gallegas fue esto que los analistas llaman un discurso de lectura nacional.

Ocurre siempre que hay elecciones autonómicas en alguna de las regiones cuyo debate propio, y cuyos gobernantes, no están todo el día en los medios de comunicación nacionales. Es decir, cuando no son ni Cataluña ni Madrid. Ocurre que en la noche electoral los comentaristas subrayan que pesó más la política doméstica de esos lugares ---contemplada desde sus puestos de observación como un exótico arcano--- que la política nacional. Anoche también sucedió. Si Rueda ganó con absoluta, dicen, tuvo que ser porque la política nacional no influyó. Si el Bloque le metió dieciséis escaños de ventaja al PSOE tuvo que ser porque la política nacional no influyó. En realidad, y mientras no lleguen las encuestas sobre el porqué eligió el votante a uno u otro, todo lo que hay es especulación. Se dice: ah, lo de Feijóo con los indultos no influyó porque el PP conservó los votos que tenía. Cundió la idea, durante la campaña, de que el tropiezo podía ser decisivo sólo en un sentido: disuadir a votantes de Feijóo de votar al partido de Feijoo. A convencerse a sí mismo, y convencer a todo el país, se entregó en cuerpo y alma el presidente Sánchez y su legión de portavoces, ministros y comentaristas afines, durante la última semana de campaña. ¿Y si lo de Feijóo no sólo ni hubiera disuadido al votante conservador sino que le hubiera espoleado para acudir a votar por el PP? Lo de Feijóo entendido como el empeño socialista en tergiversar lo que dijo Feijóo y elevarlo a la categoría de prueba irrebatible de que él también negoció con Puigdemont los términos de un indulto. ¿Cómo dijo el PSOE? Mentiroso, cínico e hipócrita. El bumerán de la amnistía, dijeron algunas crónicas entusiastas con la posibilidad del cambio en Galicia. ¿Y si el bumerán hubiera sido la utilización que Sánchez hizo de lo de Feijóo, el todos indultamos, todos amnistiamos, todos somos lo mismo? Como poco cabe interpretar que la parroquia del PP no se ha sentido ni desorientada ni traicionada, en contra de lo que sostuvieron muchos comentaristas y de lo que sostuvo Vox. Y cabe especular que sí se ha sentido urgida a demostrarlo en las urnas.

Si era Feijóo el que más tenía que perder, es el que nada perdió.

Si era Sánchez quien pensó que había partido, porque no da por perdido un balón, es Sánchez quien ha perdido porque partido en Galicia, Partido Socialista, cada vez hay menos.

Quienes soñaban con una asonada interna en el PP, liderada por Ayuso, por Ayuso-por-supuesto, despiertan del sueño. Quienes fabulaban con el manido ruido de sables han de aparcar la ficción y volver a los hechos reales.

Si era, en fin, la prueba de que Tezanos merece dirigir el CIS porque, como dijo la ministra portavoz, es el que acierta las encuestas, le daba al PP 34-38 y ha sacado 40; le daba al PSOE el 18% del voto y ha sacado el 14%; le daba a la izquierda más probabilidad de gobernar que a la derecha y va a gobernar holgadamente la derecha. De modo que no, lejos de ser quien acierta es el que menos acierta.

Ana Pontón, el nacionalismo gallego, volvió a subir y volvió a quedarse en puertas. En solitario no alcanza. Y con el PSOE de gregario, tampoco.

Es la tercera vez que se presenta y la tercera vez que, perdiendo, permanece. Perseverar acostumbra a ser una buena receta. Aún decía algún fino observador del PSOE, anoche, que aquí quien ha fallado es el Bloque. Que es el Bloque quien defraudó la expectativa de la izquierda. 25 escaños. Seis más de los que tenía. Dieciséis más que el PSOE.

Desde la Moncloa, nos lo contó anoche Juande Colmenero, emitían anoche estos mensajes sin autor conocido.

· Hay que olvidar cuanto antes el resultado de estas elecciones. Empezaron a decirlo cuando aún no había terminado el escrutinio. ¿Olvidar el resultado, por qué? Si Galicia es la España periférica, ¿no es eso?, la que está lejos de la M30 madrileña y por eso ve las cosas de otra manera. Si estará lejos Galicia que tienen el fin del mundo, Finisterre.

· Decían también: hay que volver ya a la gobernabilidad del país. Debe de ser que la han tenido abandonada quince días. La gobernabilidad. O debe de significar que lo que hay que resolver de una vez es lo de la amnistía. Que Puigdemont se deje amnistiar, hombre. O en rigor, que Puigdemont amnistíe de una vez a Sánchez y le garantice los cuatro años de estabilidad que hoy no tiene.

· Y decía, en fin: Galicia no es extrapolable. Extrapolable, ¿a qué? Ya sabemos que no son elecciones generales. En las generales saca escaño en Galicia hasta el Sumar de Yolanda Díaz. Pero tan claro es lo que no son, generales, como lo que sí han sido: las primeras urnas que ha habido desde que Sánchez fue investido por Puigdemont. Así lo quiso subrayar el propio PSOE cuando creyó que el gobierno del PP caía y que Feijóo podría caer con él. Y así quiere borrarlo del análisis el gobierno de coalición cuando la suma de los dos partidos que lo forman, PSOE y Sumar, ha obtenido nueve escaños de setenta y cinco en una nacionalidad histórica de la España diversa y plural que hay que conocer y entender.

Si el PSOE presumió siempre de ser el partido que más se parece a España, a quien se va pareciendo cada vez más es a una parte de España, la que encarnan sus aliados nacionalistas e independentistas.

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