Último día de la programación regular de Onda Cero en esta temporada y víspera de que empiece nuestra programación de verano, que habrá que reconocer que es mejor aún que la de invierno aunque sólo sea porque Ondarreta, Begoña, María Hernández, Téllez, Azpiroz, Pedreira, Paco Reyes y el resto del Summer Dream Team están como una rosa al lado de los que nos vamos, poco menos que arrastrándonos ya por el peso de la responsabilidad de estos once meses. Y por la ola de calor, también, es verdad. Hace un calor que parece julio.
A esta hora de la mañana la pregunta es quién caerá antes, si Joe Biden o la directora del Instituto de las Mujeres. La de aquí, de España. Isabel García. Esta historia que ha revelado El Español y que dice que las dos empresas que montó en su día con su esposa ---ay, las actividades de las esposas--- se presentaron a un concurso en San Fernando de Henares pero presentaron también una supuesta oferta de una tercera sociedad, para que pareciera que había competencia, sin que la dueña de esa sociedad lo supiera. En San Fernando, y en cualquier otro municipio de España, a esto se le llama falsear una oferta. Según El Español, la propietaria de esta empresa, María Tato, ha denunciado la usurpación y ésta le ha sido reconocida por la señora García, que le pidió disculpas. Qué despiste, si nos hemos presentado en tu nombre y con una oferta más cara que la nuestra para cubrir apariencias.
La directora del Instituto de las Mujeres anuncia acciones legales contra El Español y en su derecho está ---que no diga Sánchez que en España no hay derecho al honor---, pero si le ha reconocido el engaño a María Tato… cuate, aquí hay tomate, que habría dicho el añorado Antonio Rúa. Si a eso se le suma que Sumar está en guerra con la señora García desde que fue nombrada porque la consideran tránsfoba, el resultado es una alto cargo que se tambalea y una ministra, de apellido Redondo, que reclama humanidad para que la aludida pueda explicarse. Cabe pensar que si fuera alto cargo de otra administración, autonómica por ejemplo, y de otro partido no estaría siendo tan cautelosa.
Casos de esposas, decía. En dos horas regresa al juzgado de instrucción Begoña Gómez ---esta vez sin debate sobre si debe entrar por la puerta principal, por el garaje o por la azotea en helicóptero--- y sabiendo ya que el juez permitirá que su declaración se grabe en vídeo y que el lunes, como muy tarde, estaremos todos viéndolo porque, naturalmente, será filtrado. En comparación con hace dos semanas ---primera comparecencia sin que llegara a preguntársele nada--- la situación de Gómez ha empeorado objetivamente y la de su marido, también. La de ella, por dos razones:
· Una, que tanto el rector de la Complutense como el empresario Barrabés han confirmado que les citaba en la Moncloa para asuntos propios, particulares, profesionales, ajenos a la Presidencia del Gobierno y, por tanto, injustificada la utilización de dependencias de ésta.
· Y dos, que la Universidad Complutense ha informado al juez de que sospecha de una posible apropiación indebida de un software donado a la cátedra por empresas privadas y no está encontrando colaboración alguna de Begoña Gómez en la investigación interna que tiene abierta.
La de él, su marido, también por dos razones:
· Una, que Barrabés confirmó que en dos de las ocho ocasiones en que estuvo allí saludó a Sánchez, es decir, que el presidente estaba al tanto de que su esposa hacía negocios ---perdón, hacía su trabajo de captar fondos--- en dependencias de la Presidencia del Gobierno.
· Y dos, que el intento de envolverse en un Reglamento Europeo para justificar la exhibida contrariedad en la que vive desde que se publicaron las primeras informaciones no sólo no ha recibido el calor de sus socios sino que expresamente le dijo el PNV que es él quien debería plantearse si es ético lo que ha estado haciendo su señora.
El juez verá, a la luz de lo que hoy declare Begoña Gómez, si sigue adelante con la causa o le da carpetazo. Vayan afinando sus voces los ministros, dirigentes y diputados del PSOE, para emitir sentencia sobre cualquiera de las dos opciones. Después de todo llevan semanas el Gobierno, el partido y el grupo parlamentario ejerciendo de abogados defensores, representantes, portavoces y publicistas, todo a la vez, de una ciudadana particular y de sus actividades sólo por el hecho de que es la mujer del jefe.
Desde el sábado no se le había escuchado una declaración. Seis días en silencio para un tipo locuaz como Trump son la prueba de que sabe manejar el interés del público y la expectativa. Forma parte del espectáculo de la política. La convención del Partido Republicano, reconvertido en Partido Trump, como la Torre Trump, como la Corporación Trump, como la familia Trump, terminó esta madrugada con la coronación ---casi casi canonización--- del mesías del populismo conservador en los Estados Unidos. El ex presidente que intenta volver a serlo está convencido de que hará historia en noviembre arrollando al Partido Demócrata.
Mientras Trump exhibía su control, ya absoluto, sobre el Partido Republicano, un hombre debilitado, de apellido Biden, combatía los síntomas del covid ---más debilitamiento si cabe--- en la soledad de su residencia de Delaware, fuera, por tanto, de la Casa Blanca. Que es donde desean verle los republicanos y ahora también buena parte de los demócratas.
Lo habitual, cuando uno tiene covid, es que los compañeros le deseen una pronta recuperación, no que se jubile. Pero con Biden ocurre que hay dirigentes de su partido que están perdiendo la paciencia (y están a un paso de perderle también el respeto). Ven que el tiempo apremia y que Biden no emite el menor signo de haber entendido la dimensión del problema. No es sólo que pierda él la presidencia en noviembre, es que pierdan su escaño los congresistas y los senadores demócratas arrastrados por él en su naufragio. A diferencia de lo que pasa en España con el CIS, en Estados Unidos las encuestas se las toma el personal muy en serio.
Los periódicos que más influyen en los dirigentes del Partido Demócrata le dedican grandes espacios cada día a cualquier declaración, cualquier movimiento, cualquier gesto de alguien que diga que Biden debe retirarse. Si algo ha quedado claro estos días es que en quien no influyen nada estos diarios es en el presidente, terco como un octogenario terco. El último en subirse al carro de las presiones es Barack Obama, que ha querido que se sepa que él también duda de que Biden deba presentarse. Visto desde España, podría parecer que si Obama baja el pulgar la vida política de Biden está acabada, pero podría ser al revés: que tener a Obama desahuciándole espoleara aún más a Biden para permanecer. En casa Biden no olvidan lo de 2016, cuando el candidato a la presidencia debería haber sido el entonces vicepresidente, o sea, Biden, pero Obama se decantó por Hillary Clinton, su ministra de Exteriores que, a diferencia de Biden cuatro años después, perdió con Trump y abrió camino al trumpismo en la Casa Blanca. Con covid y todo, Biden no se rinde.