EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Esta noche vuelve a ser Eurovisión

Les voy a decir una cosa.

Esta noche vuelve a ser Eurovisión. ¿Otra vez la mujer barbuda? No. Hoy, si acaso, el hombre barbudo, que se llama Schulz y aspira a presidir la comisión europea.

ondacero.es

Madrid | 15.05.2014 20:08

Eurovisión, en realidad, no es un concurso (eso es el “festival de”) sino una red de intercambio de contenidos televisivos entre emisoras de un montón de países, la mayoría de ellos de la Unión Europea. Para esta noche Eurovisión ha programado no una competición musical entre países sino una competición política entre partidos. Cinco partidos europeos, cinco candidatos.

Los cinco aspiran a presidir la comisión europea y los cinco son, admitámoslo, grandes desconocidos para la opinión pública española. Hombre, si te vas a Finlandia y preguntas por Rajoy o por Cayo Lara seguramente tampoco encuentras mucha gente que sepa de quién hablas.

Compiten esta noche dos alemanes, un belga, un griego y un luxemburgués. Y no, después de la actuación no hay votaciones de los jurados de cada país -”good night Madrid, good night, Juncker, twelve points”-, las votaciones serán el 25, aunque en las papeletas que tendrá usted para elegir no aparezca el nombre de ninguno de los cinco. Para aquellos que se sienten a ver esta noche el debate eurovisivo, el hombre barbudo es Schulz y es el socialista; el peliblanco es Juncker, partido popular europeo; Verhofstadt, es el del flequillo, candidato de los liberales europeos, belga; Ska Keller, la única mujer, alemana, verde, treintañera; y Tsipras, el que queda, es el líder revelación de la izquierda griega que hizo del “no” a las condiciones del rescate y el “no” a las políticas de ajuste su principal bandera, candidato ahora de la izquierda unida.

Tsipras hablará en griego, Juncker en francés y los otros tres en inglés. Con traducción simultánea. Modera el debate Mónica Maggioni, periodista italiana de la RAI, se encarga de las redes sociales Connor McNally, que es irlandés. Italiana, irlandés, luxemburgués, griego, belga y alemanes. Está visto que los españoles mojamos en esta emisión eurovisiva aún menos que en la otra. Ni tenemos candidato español a presidir la comisión ni han invitado a Campo Vidal a que modere el debate.

Menos mal que luego tenemos la versión española. En lugar de cinco, a dos, y en lugar de en inglés, en nuestro idioma. Cañete versus Valenciano. Cañete es como el representante de Juncker en España y Valenciano la representante de Schulz. Como en La invasión de los ladrones de cuerpos, Juncker se mete en el cuerpo de Cañete, peliblanco y barbudo. Y Schulz, que también es barbudo, posee a Elena Valenciano, que no lo es. De esto, al menos, es de lo que nos quisieron convencer hace un par de meses el PP y el PSOE, cuando insistían tanto en que estas elecciones eran diferentes a todas las anteriores, y aún más importantes, porque los votantes íbamos a poder elegir, por primera vez, directamente, al sucesor de Durao Barroso en el sillón de la comisión europea.

La idea era que nos sintiéramos todos más concernidos, más motivados, a la manera en que los norteamericanos de cualquier estado se involucran en la campaña de la elección del presidente de todos, el inquilino de la Casa Blanca. Ésa era la idea también cuando se creó esa figura de presidente fijo del consejo europeo, el amigo Van Rompuy, tener un presidente de Europa al que pudiéramos ver como el Obama de los Estados Unidos de Europa.

Al traducir la idea a los hechos se quedó la figura en un híbrido de presidente y reina madre que ha generado más duplicidades y disfunciones que otra cosa. La otra figura, la de presidente de la comisión europea, se ha parecido más, hasta la fecha, a la de un consejero delegado al que eligen los miembros del consejo de administración -los jefes de Estado y de gobierno- y que responde también ante ellos.

Se han guardado las formas haciendo que comparezca de vez en cuando en el Parlamento Europeo y que su elección haya de ser bendecida por la eurocámara, pero al final a Durao Barroso lo escogieron los jefes de gobierno, escogieron, de hecho, a uno como ellos, ex primer ministro. Para estas nuevas elecciones nos estuvieron contando esto de que éramos nosotros los que elegiríamos al presidente de la comisión, pero en realidad no es así.

Elegimos un Parlamento que, a su vez, elegirá un presidente. Y éste será el que cuente con la mayoría de ese nuevo parlamento. Los intentos que se han hecho por fomentar el interés y la vinculación de los ciudadanos con las instituciones y la política europea han chocado siempre con el ombliguismo que, al final, practicamos todos y con esa barrera psicológica que es la diversidad idiomática que se da en Europa.

A estas alturas cabe pensar que ya estará enterada, la mayoría de la población votante, de que las elecciones son el 25 de mayo -en el último CIS se recogía que sólo el 17 % lo sabía-. Los encuestados dicen que el Parlamento europeo es muy importante y que sus decisiones cada vez nos afectan más, pero las noticias sobre estas elecciones despiertan poco o ningún interés al 75 % de ellos. Veremos si ese interés crece, o se hunde del todo, después de escuchar a Cañete y Valenciano debatiendo.

Los populares se declaraban convencidos de que Cañete arrasará, por su conocimiento de los temas, su veteranía y, naturalmente -cuando de Cañete se trata nadie en el PP deja de mencionar este rasgo- porque es un tipo muy simpático y divertido. Valenciano parte con imagen de menos divertida y más de profeta de las plagas bíblicas que devastarán Europa como gane otra vez la derecha.

Tiene las encuestas soplando en contra y un partido que aguarda a la noche del 25 para desenvainar y empezar la verdadera batalla. Pero a un debate se sabe cómo se llega y vete tú a saber cómo cada uno de los contendientes. No es tanto lo que dices sino cómo lo dices y la impresión que de ti, tu actitud, tu preparación, tu talante, saca quien lo esté viendo. ¿Quién gana un debate? Quien le resulte al espectador (o al oyente) más convincente, más creíble y con mejor talante. Un debate es como un juicio con jurado: es verdad lo que al jurado le parezca que es verdad.