Tratándose de la salud de un Papa, nada puede inquietar más a los fieles que ver cómo la Conferencia Episcopal ruega que permanezcan unidos en la oración por su restablecimiento. Es decir, que en las misas que se celebren en toda España hoy se pida expresamente a Dios que ayude a Francisco a salir de la infección que lo mantiene ingresado. El parte médico dice que la medicación está funcionando, aunque toda ayuda, también la de arriba, será bienvenida. Y las crónicas dicen que el Papa leyó ayer la prensa. Está enterado, por tanto, de que se abre camino la fórmula que él viene sugiriendo desde hace dos años para poner fin a la guerra en Ucrania. Que es que se firme un alto el fuego y se abra una negociación con Putin que consista, por más que se blanquee, en atribuirle la victoria a los puntos y premiarle con un trozo goloso del hasta ahora soberano territorio de Ucrania. Bueno, el Papa lo que dijo, hace tres meses, es que Dios tendría la última palabra sobre esta guerra. Y dado que él le conoce mejor que nadie, habrá que concluir que Dios también va con Putin.
El lunes que viene se cumplirán tres años del día en que el caudillito ruso hizo llover cientos de misiles sobre las principales ciudades de Ucrania mientras su Ejército terrestre cruzaba la frontera con el aliento de los independentistas del Donbás y su compadre el dictador bielorruso, tras un despliegue militar en los días previos que, según Putin, sólo pretendía ser disuasivo. Con la coartada ---abrazada por sectores de la izquierda y la ultraderecha europea--- de que era Rusia quien se veía amenazada por la posible ampliación de la Otan a Ucrania, el ruso inició una invasión de libro. Si la invasión devino en guerra fue sólo porque el Ejército y el pueblo ucraniano no quiso plegarse mansamente a la bota del agresor. Y porque la mayoría de los gobiernos europeos, en sintonía con el gobierno estadounidense de entonces, entendieron que si Putin se quedaba con Ucrania ---en propiedad o por gobiernos títeres interpuestos--- tomaría nota de la falta de resistencia y desplegaría sobre su mesa el mapa de Europa para elegir quién sería el siguiente.
Levantó polvareda aquella declaración de Francisco, al cumplirse dos años de invasión: cuando reclamó ‘coraje para izar la bandera blanca’. Se dijo, y con razón, que ya podía reclamarle coraje a Putin para respetar la soberanía nacional de su vecino y retirar, simplemente, sus tropas. Ahora que se cumple el tercer año, el regreso de Trump a la Casa Blanca ha cambiado el paisaje.
Putin encuentra un aliado para sacar partido a su invasión, Zelenski se ve relegado a la condición de convidado de piedra y los gobiernos europeos intentan no perder comba. En Múnich se hizo patente, este fin de semana, la fractura entre los Estados Unidos y la Unión Europea con la que compartía, hasta anteayer, una forma de entender Occidente. Las instituciones, las reglas, las libertades y los derechos. Los delegados de Trump en esta Conferencia han confirmado que a la negociación sobre Ucrania no están invitados los europeos, pero la ruptura va mucho más allá. Han confirmado que Europa ya no es vista como aliado: ahora somos un estorbo para terminar con la guerra y un obstáculo para la pujanza de las empresas estadounidenses.
Ha sobrevolado esta cumbre el fantasma de Potsdam, la idea de que acaben siendo el americano y el ruso, Trump y Putin, quienes decidan cómo queda Ucrania ---o qué queda de Ucrania--- y cómo queda la Otan ---o qué queda de la Otan---. Se han escuchado críticas, más o menos explícitas, a las pretensiones de Trump, se han escuchado advertencias y se han escuchado, sobre todo, temores de los europeos hacia la quiebra de Occidente. Lo que no se han escuchado son soluciones, más allá del llamamiento ---que tampoco es nuevo--- a que Europa ponga en pie su propio Ejército no tanto para emanciparse de Estados Unidos como para asumir que ya no podremos contar con los Estados Unidos para defendernos de un ataque. Y fue Zelenski quien lo dijo.
Zelenski, que tendrá que agarrase a Europa aún más fuerte que antes para no quedar borrado de la historia: de líder popular que enardeció a su gente cuando fue agredida por el ruso a obstáculo para los planes de Trump y Putin.
En el nuevo escenario que ha llegado, la Unión Europea parece tener claro el diagnóstico ---la fractura ha llegado más pronto y más honda de lo que sus gobernantes esperaban--- pero no tan claro ni el remedio ni el calendario. En las grandes encrucijadas históricas es donde emergen los liderazgos más sólidos. Que estamos ante una de esas encrucijadas no lo discute ya nadie. Dónde está el líder, o los líderes, que tiren de Europa, la despierten ---como diría Zelenski--- y le hagan volver a creer en su potencia y sus valores es una pregunta que hoy no parece que tenga respuesta. Aspirantes hay, pero andan como andan. Macron, presidente de la República Francesa ---motor de Europa--- se trabaja la condición de referencia convocando de urgencia ---para hoy mismo--- a sus colegas gobernantes. Él viene predicando hace meses la necesidad de armar una defensa estrictamente europea y de organizar una fuerza de paz (militar, por supuesto) para el caso de que Rusia y Ucrania acordaran un alto el fuego. Una fuerza de paz que otorgara a Europa el papel relevante en el futuro de Ucrania que Putin y Trump se han conjurado para regatearle.
Pero Macron está en Francia como está: gobernando a duras penas sin mayoría parlamentaria y con Marine Le Pen cada vez más cerca de ver cumplido su objetivo de ser la primera mujer presidenta de Francia. El otro motor de Europa, Alemania, tiene elecciones generales el domingo y, si nada cambia, verá caer el gobierno de coalición de izquierdas. Scholz habrá sido un paréntesis poco lucido que entregará el testigo de nuevo a la derecha. Con Alternativa para Alemania, la favorita del trumpismo, en segunda posición y desafiando los cordones sanitarios. Es posible que en la Moncloa, fieles a su conocido lema de cada crisis, una oportunidad, quieran ver en la megacrisis europea que ha acelerado Trump, una ocasión para reforzar la figura del presidente Sánchez como abanderado de la Europa social y ariete contra la Casa Blanca y contra el Kremlin, los dos a la vez. Habrá que reconocerle al presidente que, en relación a Ucrania, ha mantenido la misma inequívoca postura desde que el ruso empezó la invasión hace tres años. Se ha significado en el apoyo al pueblo ucraniano contra la ambición expansionista de Putin y contra el criterio de algunos de sus socios parlamentarios.
Y hace cuanto puede, estos días, para ser visto como el abanderado del anti trumpismo europeo. Pero Sánchez, en casa, también está como está. Gobernando a trompicones, estirando unos Presupuestos que se aprobaron en 2022 y pagando cada semana una hipoteca distinta a su mentor de Waterloo. Además de seriamente cuestionado por la dirección del principal partido de Europa, que es el PP europeo. De liderazgos integradores y sólidos, como se ve, estamos en Europa bastante huérfanos.
