EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Fin de trayecto

Les voy a decir una cosa.

Fue un 26 de mayo, como hoy, hace tres años. Con la renuncia de Carme Chacón a disputar la candidatura del PSOE a la presidencia del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero despejó el camino para señalar a su vicepresidente, Alfredo Pérez Rubalcaba, como el hombre indicado para tomar las riendas del partido.

ondacero.es

Madrid | 26.05.2014 20:14

Aquel día, tres años justos, comenzó, en la práctica, el PSOE de Pérez Rubalcaba. La etapa en la historia de este partido que, tres años después, llega a puerto habiendo fracasado.

Estación términi, fin de trayecto.

“Pase lo que pase, la noche electoral conducirá a Ferraz”, decíamos aquí el viernes, coincidiendo con el cierre de la campaña. “Tanto si gana como si pierde, quien más se juega es Rubalcaba. Perdió. Por mucho más, o mejor, con mucho menos, de lo que nadie había alcanzado a prever. Suben todos los partidos de izquierda menos el suyo. El suelo que ya marcó en las generales de 2011 se ha hundido un poco más en las europeas de 2014.

Dos años y medio de oposición a un Partido Popular al que no le ha funcionado el estribillo de la recuperación económica no sólo no se han traducido en remontada socialista sino que no se percibe indicio alguno de que esa reconstrucción esté por producirse.

Un resultado correcto en europeas, un empate, una derrota por la mínima, habría alcanzado a ser, en manos de alguien curtido y hábil como Rubalcaba, argumento suficiente para dejar las cosas como estaban. Pero catorce escaños es un desastre. Un 23 % del voto emitido, por debajo incluso de las generales de 2011, es, como admitió hoy él mismo, “un fracaso sin paliativos”.

Al PP aún le queda el consuelo, si quiere cambiar ya del todo su gaviota por el avestruz, de pensar que el votante conservador se ha quedado en casa. Que no es que ya no sea suyo, es que no ha conseguido, falló Cañete, movilizarlo. Pero el PSOE ha visto subir a todos sus rivales de izquierda.

Llegó a mencionarlo el secretario general este mediodía en su comparecencia imposible, ésta en la que trató de persuadir al respetable de que su estrategia, su plan, su calendario, eran correctos para admitir, a la vez, que el resultado de todo ello es la nada. Se esforzó un Rubalcaba muy tocado en demostrar que los hechos han venido a darle la razón: hay una crisis política muy seria, hay un problema gordo en Europa, hay ganas de un giro a la izquierda que ha manifestado ayer el electorado, todo lo que él decía, salvo que la izquierda elegida para ese giro no ha sido el PSOE.

El porqué de esta no elección es lo que menos ha querido analizar Rubalcaba. Lo despachó con el comodín del “tendremos tiempo de analizar los datos” pero alcanzó a deslizar dos ideas, con tono casi doliente. La primera, que los votantes no olvidan que esta crisis empezó con ellos en el gobierno. La segunda, que se relaciona al PSOE con el PP porque entre los dos han gobernado veinticinco años. “Sólo eso tenemos en común”, dijo, “sólo eso”. El PSOE se siente damnificado de esta asociación que presenta a los dos grandes como una misma cosa, el bipartidismo, el régimen, la casta.

Este discurso, esta terminología, que han jugado a alimentar, con éxito, los partidos que aspiran a desbancar a socialistas y populares de sus posiciones hegemónicas. Los medianos y los pequeños, que naturalmente quieren crecer y naturalmente tienen que hacerlo a costa de quienes  más tienen. “Queremos echar del poder a PP y PSOE”, ha dicho Pablo Iglesias. No es un empeño nuevo, en realidad, es en lo que están todos los demás partidos desde siempre: quitar al que está para gobernar ellos. Y es la sociedad que vota, como ayer se vio, la que decide cuánto respaldo tiene, en cada momento, cada uno.

En febrero de 2012, cuando el señor Pérez Rubalcaba le ganó el congreso de su partido a Chacón viniendo de encajar una derrota electoral severa, incluyó en su discurso de ganador este mensaje: “No nos entretengamos más en analizar la derrota, ofrezcamos a los nuestros razones para que nos vuelvan a votar”. Las elecciones andaluzas que salvó, aun perdiéndolas, Griñán permitieron a Rubalcaba apaciguar la ansiedad y ganar tiempo. Probó a admitir errores cometidos en el gobierno, a marcar diferencias entre su forma de hacer oposición y la que tenía Rajoy, engrasó el discurso de la contrarreforma popular, el recorte de derechos y libertades, el retroceso histórico. Hubo de lidiar, puertas adentro, con quienes le tachaban de tibio y quienes le advertían de que estaba espantando al voto del centro. Ejerció el poder para sofocar conatos de rebeldía y consiguió, en fin, que prevaleciera su calendario: primero europeas, después primarias, luego ya veremos.

Hasta anoche, cuando el fantasma de las navidades pasadas se le presentó al PSOE en forma de temible duda: ¿y si a este electorado que tratamos de recuperar lo hemos perdido ya del todo? ¿Y si está condenado el Partido Socialista, ciento treinta y cinco años de historia, a disputarse la hegemonía de la izquierda con el Partido Comunista y el nuevo Pablo Iglesias?

A Rubalcaba lo eligió a dedo Zapatero, con las bendiciones de los barones y el consentimiento a disgusto de Chacón, porque era el mejor preparado para contener la caída, “frenar la hemorragia electoral”, se dijo entonces, aguantar el golpe y mantener unido el partido. El golpe fue duro y el partido aguantó a duras penas, mermado en votos, en ideas y en ingresos. Rubalcaba quiso seguir, decidió seguir y consiguió seguir. Se rodeó de un equipo fiel y mate: Valenciano, López, Soraya Rodríguez. Pactó con Griñán, primero, con Susana Díaz, después. Neutralizó a Chacón, frenó a López, esperanzó a Madina.

Siguió y siguió. Hasta anoche, cuando la segunda parte de la derrota de 2011 -el hundimiento en dos tiempos- hizo que empezaran a agolparse en la puerta todas las facturas pendientes de cobro. Se quedó sin clavos a los que agarrarse el líder socialista para seguir siéndolo. El líder. Nunca sabremos cómo habría sido la historia del PSOE de haberse elegido candidato en primarias o de haber sido otro, u otra, la aspirante en 2011.

Es ahora cuando la opinión mayoritaria en el partido empezará a ser que sí, que aquel fue un congreso cerrado en falso, o mal planteado. Incluso que el dedazo con que Zapatero distinguió a su vicepresidente fue una mala inversión política. Con la historia ya vencida siempre es más fácil jugar a lo que debimos hacer y no hicimos.