EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Hoy quinientos, de golpe, en Melilla. Hoy, quinientos noventa y seis en Lampedusa

Les voy a decir una cosa.

Quinientos noventa y seis inmigrantes. Sin papeles. Quinientos noventa y seis. Noventa y seis más que en Melilla. De ellos, ciento tres mujeres. Sesenta y dos niños.

ondacero.es

Madrid | 18.03.2014 21:14

Hoy ha ocurrido. En aguas de Sicilia. El miércoles pasado fueron doscientos diecinueve los que “saltaron” el mar para colarse en el sur de Italia, once mujeres, ocho niños. Hace un mes, 18 de febrero, entraron ciento veinte. Iban ciento veintidós en ese grupo, pero dos murieron. El fin de semana anterior habían sido mil setenta y nueve de golpe los que consiguieron, sorteando el mar, colarse. Es verdad que España es la frontera sur de la Unión Europea -como se encarga de recordar el ministro del Interior a los funcionarios de Bruselas-, pero somos tan frontera sur como Sicilia, por ejemplo. O Malta. O Grecia.

La “presión migratoria”, este concepto que vuelve a estar presente a diario en el debate público y político de España, es, como casi todo, una cuestión relativa. Una riada humana de quinientas almas saltando una valla en Melilla parecen -o son- una enormidad, pero siguen siendo la mitad de los que pueden llegar un fin de semana despejado a Lampedusa. Desde octubre pasado, cuando Italia puso en marcha la operación “Mare nostrum” para vigilar la franja marítima que separa (o une) la isla y el norte de África, 10.134 inmigrantes han sido rescatados y conducidos a tierra, es decir, que han conseguido entrar irregularmente en Europa.

A Malta -¿quién se acuerda de Malta?- llegaron 40.000 el año pasado. Grecia recuperó esta mañana los cuerpos de siete inmigrantes naufragados a dos kilómetros de la isla de Lesbos. Cuando el mundo se horrorizó por Lampedusa en octubre no fue por el número elevadísimo de inmigrantes que llegaban, fue por los trescientos que no alcanzaron a llegar porque se murieron.

Cuando la alcaldesa de la capital le cantó las cuarenta a las autoridades de su país no fue porque considerara a los extranjeros que llegan en barcazas una invasión o una amenaza, sino porque carecía de recursos suficientes para atenderlos. “No tenemos sitio para acogerlos”, fue su primer lamento.

El problema de que se nos cuelen, de golpe, varios cientos de inmigrantes por la valla (hoy se dijo que fue la niebla la que impidió a la guardia civil frenar la entrada) no es que los subsaharianos nos invadan (como sugiere el discurso de algunos dirigentes políticos) o que dispare nuestra inseguridad, el problema cuando se te cuelan muchos inmigrantes de golpe es que no tienes dónde meterlos ni con qué alimentarlos.

Eso es lo que pasa. Que tienes unas instalaciones y un presupuesto calculado para 480 personas -como el CETI de Melilla- y la realidad te desborda. Como pasó en Canarias cuando la crisis de los cayucos -origen de la misión de Frontex en aguas de Mauritania-. Como pasa en Sicilia y en Malta y en Grecia. Es un problema, de logística si se quiere del que tiene que ocuparse el Estado, un problema que al gobierno debe ocupar e incluso preocupar, pero no es una amenaza a la seguridad nacional que deba tratarse como si esto fuera una guerra alimentando el miedo al extranjero que se nos viene encima en avalancha.

No hay CETI para tantos sin papeles y hay una ley de extranjería en vigor que obliga a mantener a estas personas internadas, y atendidas, mientras no se resuelve el procedimiento de expulsión. Naturalmente la primera forma de evitar que la presencia de sin papeles desborde la infraestructura prevista por el Estado es cortarles el paso en la frontera, impedir que se te cuelen. Y ahí puedes destinar siempre más recursos: el ministro anunció en Melilla hace dos semanas más inversión para mejorar la valla y más torres con cámaras térmicas de vigilancia.

Pero si, pese a ello, se te siguen colando -quinientos de golpe o diez cada día dos meses seguidos- seguirás teniendo el mismo problema: los recursos que destinas a atender a los sin papeles se quedan cortos -en presupuesto y en espacio físico- para dar respuesta a la realidad que tienes a la vista. En tierra aún puedes ponerle a la valla concertinas y agentes a uno y otro lado de la frontera con material antidisturbios usado con intención disuasoria, pero en alta mar, como subrayan los sicilianos, como bien recuerdan en Algeciras o en Canarias, en alta mar cuando se detecta una barcaza con inmigrantes lo único que uno se plantea es rescatar a esas personas y conducirlas a tierra, al centro de acogida o de internamiento. Si llegan quinientos saltando la valla se cuenta como un problema de orden público y de blindaje de fronteras.

Si llegan los mismos quinientos en una barcaza atiborrada y medio hundida, se cuenta como un problema humanitario y de pura supervivencia. Pero en ambos casos la situación de los inmigrantes, al día siguiente, es la misma: internados en un centro temporal y a la espera de su repatriación. En ambos casos han alcanzado el objetivo, que era colarse en Europa. Pero qué distinto se cuenta la peripecia de los unos y de los otros según lleguen saltando o en patera.

¿Se resuelve todo esto con un pacto de Estado (bandera que enarbola desde hace semanas el ministro Fernández Díaz)? Un pacto resuelve un problema cuando la causa de ese problema es la ausencia de pacto. No parece que éste sea el caso. Un pacto de Estado te resuelve la tensión política entre gobierno y oposición, como se pretendió en su día con las pensiones o con la lucha contra el terrorismo, pero no cambia la esencia del problema, que en este caso es de legislación y de recursos.

A Ramón Caudevila, que era jefe de la Brigada de Extranjería de la policía nacional en Ceuta lo destituyeron hace una semana por dar una entrevista al Faro en la que negaba que haya mafias detrás de los saltos de la valla. Más que de mafias él prefiere hablar de microrredes. Pero en esa entrevista decía más cosas, y no estamos hablando de un alma cándida partidaria de que entre aquí todo el que quiera. Decía, por ejemplo, que la presión migratoria existe, pero que ni es nueva ni se compadece con esos números que se están dando: ochenta mil emigrantes a la espera. Que por más trabas que se pongan, alambrada, concertina, malla antitrepa, ellos -los inmigrantes- siempre le van a buscar la vuelta para sortearlo.

Y que la única forma de que colarse por la valla deje de ser tan atractivo es que, nada más colarte, se te vuelva a poner al otro lado de la frontera. Es decir, activar el tratado que firmamos con Marruecos en el 92 -readmisión inmediata- y que entra en contradicción con la vigente ley de Extranjería. Para eso se trabaja ya en la reforma de la ley y para eso se está cultivando la buena relación con Marruecos (la próxima semana está el ministro Fernández Díaz en Tánger para intentar cerrar la aplicación de este convenio).

El pacto de Estado lo tendrá que firmar el ministro con su colega marroquí, no con Soraya Rodríguez para que deje de escandalizarse tanto por todo. El jefe policial destituido decía en la entrevista, por cierto, algo más: “Los distintos gobiernos que hemos tenido ni han valorado el trabajo que se hace en la frontera ni han puesto medios suficientes para hacerlo”. En eso parece que coinciden los policías, guardias civiles y, también, las organizaciones no gubernamentales que ofrecen su asistencia a los inmigrantes que consiguen burlar el control de fronteras. Hoy quinientos, de golpe, en Melilla. Hoy, quinientos noventa y seis en Lampedusa.