Hoy no le hago esperar que sé que está esperando para iniciar conversación con sus compañeros de viaje en el metro: Españoles, Lesmes ha dimitido.
Nadie le podrá negar a Carlos Lesmes tres cosas:
- Haber obrado en coherencia con su advertencia del siete de septiembre.
- Haber asumido su incapacidad para deshacer este embrollo.
- Y haber logrado que tanto él como el cargo que hasta ahora desempeñaba se hayan vuelto conocidos, hasta populares diría yo, entre los españoles comunes y corrientes. Dígame qué otro presidente del CGPJ ha generado una narrativa serializada como ésta, es decir, un episodio nacional por capítulos adornado del suspense, las guerras de poder y los mensajes implícitos.
Pequeño ejercicio de memoria histórico-democrática para poner en su sitio la dimensión de la noticia. No por esperada, como dicen los clásicos, menos noticia. Notición incluso, dado que ésta es la primera vez que el puesto de presidente del Poder Judicial queda vacante en protesta por el estropicio que han causado, según el dimisionario, tres partidos políticos. A saber, el PP por encastillarse en la no renovación del Consejo. Y el PSOE y Podemos por maniobrar en el Parlamento para atar de manos a ese mismo Consejo e impedirle cubrir vacantes en los tribunales. El Consejo está sin renovar y los tribunales están sin cubrir.
Esto es lo que dijo Lesmes el siete de septiembre. Aquel discurso en el que emplazó a Sánchez y Feijoo a reunirse con urgencia para resolver el asunto y deslizó la posibilidad de dimitir si no lo hacían. Lo primero va a ocurrir un mes y tres días después de pedirlo con urgencia: hoy se verán en la Moncloa el presidente y el aspirante. Lo segundo, resolver el asunto, no parece que lo vayan a hacer. Al menos, si Feijóo mantiene que hay que vincular la renovación con la reforma en el sistema de elección de vocales y con el pacto de los cinco nombres pendientes del Tribunal Constitucional.
Lesmes se va a ir con su Consejo del Poder Judicial en rebeldía
Porque esto es lo que ha sucedido desde el discurso de septiembre hasta hoy: que Lesmes ha estado persuadiendo a los vocales de su Consejo para que cumpliran con la ley que dice que han de proponer ya dos nombres para el Tribunal Constitucional. Hemos venido contando aquí la resistencia del bloque conservador, ocho de veinte, a consumar esa propuesta. Las largas que han ido dando y la peineta que le han hecho al propio Lesmes, que no es del sector progresista precisamente. Lesmes se marcha sin haber conseguido que el Consejo que preside cumpla con los dos nombramientos que sí está autorizado a hacer. Por emplear sus propias palabras, Lesmes se va a ir con su Consejo del Poder Judicial en rebeldía. La suya es una dimisión-protesta y una dimisión-fracaso. La frustración y la impotencia.
Les conté que la reacción inmediata al vídeo que difundió anoche Lesmes fue una llamada de Sánchez a Feijóo para que vaya hoy mismo a verle. Cielos. Y la respuesta afirmativa de Feijóo, que tuiteó de inmediato que allí estará con su oferta de pacto. Es decir, con condiciones. Reunirse, como se ve, no era tan difícil. Aunque a estas horas ya ha hecho saber la Moncloa que no hay cambio en la posición del presidente. Todo lo que le va a decir a Feijóo es que cumpla de una vez y desbloquee. Pactemos de una vez los nombres, Alberto, venga, diez sillones para mí, diez para ti y sin vetos. Cuando Feijóo condicione ese acuerdo a pactar el TC o la forma de elegir en el futuro a los vocales, Sánchez le dirá que el cumplimiento de la Constitución no admite condiciones. ¿Y entonces? ¿Qué vendrá luego? Pues salvo gran sorpresa, esto que el propio Lesmes avanzó en su sentencia de ayer.
Quizá durante años quiere decir quizá durante aún más años, porque años ya llevamos unos cuantos. Lesmes dimite. Sánchez y Feijóo se reúnen. Esta mañana, el metro está que arde.
Termina el matrimonio a palos que ha desgobernado Cataluña los últimos años
Cuántas veces no nos habremos preguntado, desde aquel año electoral de 2015, qué pasaría el día que los independentistas catalanes tuvieran más del cincuenta por ciento de los votos. Hoy ya conocemos la respuesta. Con el cincuenta y dos por ciento del voto, el bloque independentista ha reventado. Salto por los aires la unidad de acción. Termina el matrimonio a palos que ha desgobernado Cataluña los últimos años. Los de Junqueras conservan, por ahora, el gobierno. Los de Puigdemont pasan a la oposición. Los de la Cup ya estaban en la oposición. Y el procés, que ya estaba en estado durmiente, pasa a ser declarado ruina nacional catalana.
Jordi Sánchez, ninot indultat, hoy en la cúpula de esto que los medios catalanes llaman los posconvergentes, o sea, lo que quiera que sea Junts, esculpió el sábado el epitafio del procés. Entendido el procés como la unión temporal de dos empresas, la de Esquerra y la de Convergencia, para la voladura de la Constitución española en Cataluña. El impulso inicial lo dio Artur Mas, subiéndose a la ola de las manifestaciones de la diada y concertando con Esquerra aquella candidatura conjunta, año 2015, que se llamó Junts pel sí. Partidos que se repudiaban y se combatían, unidos sólo por un motivo: ejecutar la secesión. Siete años después, y un naufragio embarazoso después, lo poco que quedaba de esa joint venture era esta caricatura de gobierno de coalición que surgió del 52% del voto indepe de febrero del año pasado. No ha durado ni para festejar juntos, o junts, el glorioso quinto aniversario del 27 de octubre, aquel día en que proclamaron la República catalana y acto seguido su presidente salió corriendo.
La unidad de acción independentista ya no existe. El gobierno de Cataluña tiene el respaldo parlamentario más corto de todos los gobiernos autonómicos que hay en España. En rigor, Pere Aragonés cuenta con 33 escaños de un parlamento de 135. Para las consejerías que hasta ahora desempeñaba Junts ha reclutado a gentes que militaron en la Convergencia de antes, o en el PSC, o en Podemos. Aspira el president a que el suyo parezca un gobierno transversal que va más allá de Esquerra Republicana. No es un tripartito de izquierdas con el PSC y En Común, pero oye, intentemos que lo parezca. Después de todo, los Presupuestos de 2023 son la excusa perfecta para que esos dos partidos le hagan la respiración artifical manteniéndole con vida por el interés supremo de los contribuyentes catalanes. Ya está Salvador Illa entonando ese cántico.
El interés de los catalanes es que siga Aragonés con un presupuesto pactado con los socialistas: éste es el diagnóstico de Illa. Al que no se le ha escuchado pedir a Aragonés que se someta a una cuestión de confianza en el Parlamento. Junts sí se lo está pidiendo. O mejor, exigiendo. Que acepte una cuestión de confianza para confirmar que no la tiene. Que el Parlamento ya no le quiere como presidente, salvo que Illa esté por retratarse votándole que sí. Sin el respirador de Salvador Illa no puede aguantar mucho Pere Aragonés.
Aragonés no quiere elecciones anticipadas. Quiere seguir, aunque sea en precario
En contra de lo que dice Junts, la legitimidad de Aragonés no está en cuestión. Es el presidente legítimo mientras una moción de censura no le tumbe. Pero tal como sostiene Junts, lo razonable es que un presidente que ha perdido el apoyo de 41 diputados de los 74 que lo invistieron (32 de Junts y 9 de la Cup) acepte que el Parlamento se pronuncie sobre su continuidad en el cargo. Y en caso de no tener ya la confianza de la cámara, dimitir para que otro lo intente. Aragonés no quiere elecciones anticipadas. Quiere seguir, aunque sea en precario. Pero ocurre que es su partido quien ha hecho siempre bandera de poner las urnas. ¿No era eso? ¿Quién puede tenerle miedo a las urnas?, decían en otros tiempos. President, posi les urnes, le gritaba Forcadell a Artur Mas en los albores del procés. Hoy las urnas urgen menos. Porque Esquerra no está en ganarle las elecciones a Junts, está en crecer, desde el poder, para consolidarse como partido hegemónico de Cataluña. El nuevo pujolismo. La secesión puede esperar.