Van camino del Congreso los nuevos eurodiputados españoles que nos van a representar en esta legislatura tan incierta por tantos motivos, Francia incluida. Nuestros nuevos representantes elegidos el nueve de junio. Bueno, todos no.
La cabeza de lista del PSOE, vicepresidente Teresa Ribera, pasa. No va a recoger su acta porque ella nunca quiso, en realidad, ser eurodiputada. No le interesa lo más mínimo hacer vida parlamentaria. Hoy consuma otra anomalía, otro truco, otra trampa, de éstas que se han ido normalizando en la vida política española. Se presenta a eurodiputada sin intención alguna de serlo. Aspira a ser comisaria europea.
Dices: bueno, que espere a ver si la hacen comisaria siendo eurodiputada, que es para lo que ha pedido la confianza de los ciudadanos. Ah, no. Porque entonces tiene que dejar de ser vicepresidenta sin tener seguro que luego la hagan comisaria. Amarrategui. El acta que la recoja otra.
Comín, por cierto, tampoco recoge la suya. El sí quiere ser eurodiputado, por lo menos de momento, pero el hombre esperaba, a estas alturas, verse amnistiado ya del todo y como aún no lo tiene claro, por si acaso no viaja. A España. Porque es en España, en el Congreso, donde hay que prometer la Constitución para que recoger el acta según la Junta Electoral, remake del debate que ya se produjo en 2019 y que terminó con Comín y Puigdemont de eurodiputados a todos los efectos.
El partido de Le Pen ha ganado por primera vez las elecciones generales en Francia
Bueno, Francia. La legislatura europea que empieza pasa por Francia. Dices: ¡y por Orban! Sí por Orban y por Meloni y por Le Pen. Pero es que en Francia puede llegar el escenario que casi nadie creyó posible: un presidente de centro llamado Macron con un primer ministro de extrema derecha llamado Bardella.
Falta la segunda vuelta de las elecciones generales, por San Fermín, el domingo que viene. En la primera, ayer, ha sucedido lo que parecía que iba a suceder: que el partido de Le Pen ha ganado por primera vez las elecciones generales. Y que su candidato Bardella se imagina dentro de una semana como primer ministro de los franceses.
Este ciudadano, Jordan Bardella, veintiocho años, le ha ganado el pulso a Macron, cuarenta y seis, y a Melenchon, setenta y dos.
El antiguo Frente Nacional, ahora llamado Reagrupamiento, es claramente el partido que más respaldo de los franceses tiene (33%). La alianza de todos los partidos de izquierda, el Frente Popular, alcanza el 28 % de los votos. El partido del presidente Macron es tercero con el 21% del electorado. Comparado con las encuestas que se han venido publicando, la extrema derecha está donde estaba, a la izquierda le ha ido mejor que en los sondeos y a Macron, también. El duelo que sale por arriba es entre la extrema derecha y la coalición de las izquierdas con el centro macronista relegado.
Ocurre que el sistema electoral francés se parece poco al nuestro. Esta primera vuelta es, en realidad, es la ronda de clasificación. En cada una de las 577 circunscripciones ---una por escaño--- clasifican para la elección definitiva los candidatos que superen el 12,5% de los votos. Eso supone que hay que mirar los resultados de cada circunscripción para ver, primero, quiénes siguen en condiciones de ser elegidos diputados y quiénes se han caído. Y después, quienes, aun habiendo pasado la criba, se retiran para que el voto se concentre. Melenchon, la coalición de izquierdas, anunció anoche que allí donde sus candidatos hayan quedado terceros renunciarán a la segunda vuelta para que sus votantes apoyen a quien se vaya a medir cuerpo a cuerpo con el de extrema derecha.
Concentrar el voto contrario a la extrema derecha. Esto es lo que hizo posible que en elecciones generales anteriores Le Pen obtuviera un grupo parlamentario muy inferior al que su porcentaje de voto aventuraba. Pero ésta es la primera vez que el partido de Le Pen ha quedado primero. Y eso abre todas las incertidumbres imaginables sobre qué pasará el domingo con los cordones sanitarios.
Hasta el domingo todo lo que hay son estimaciones de cómo quedaría el Parlamento.
El grupo más nutrido sería, de largo, el de Le Pen ---por encima de los 250 escaños--- pero sin alcanzar la mayoría absoluta. Cien por debajo quedaría la izquierda (unos 150) y en torno a 80 ó 90 el partido del presidente. Muy descolgada ya la derecha tradicional, cuarta fuerza con cincuenta escaños. Lo que anticipa que el próximo primer ministro saldrá de una de los dos grupos principales y no del partido del presidente.
Es en lo único en que coincidieron anoche Le Pen y Melenchon: Gabriel Attal está sentenciado y lo que viene es la cohabitación. Entre un presidente de centro y un primer ministro de extrema derecha, Bardella, o entre un presidente de centro y un primer ministro de extrema izquierda, Melenchon. A estas horas debe de estar Macron, autor de este adelanto electoral del que sale trasquilado, viendo a ver si se le ocurre alguna alternativa creativa.
Biden se ve en condiciones de ganar a Trump
Dice Biden que una mala noche la tiene cualquiera. Y que ya no es el de hace cuatro años ---gran verdad, ni el de hace cuarenta--- pero que aún está en condiciones de ganarle a Donald Trump en las urnas. Lo cree él, lo cree su familia (no sé si toda), lo cree su equipo (le va el sueldo en ello) y lo cree un poco más de la mitad de los votantes del Partido Demócrata. Un poco más de la mitad significa que si todos los que no le quieren de candidato pasan de ir a votarle, Trump arrolla.
Lo aventuraban ya el viernes ---lo contamos aquí--- dirigentes del Partido Demócrata que han tratado a Biden los últimos cien o doscientos años: el presidente es un hombre afable y aparentemente humilde pero tiene un enorme orgullo. Más acusado, parece, desde que el personal le recrimina su pérdida de facultades.
Sólo él podría retirar a Biden de la carrera ---o renuncia él o no hay manera de descabalgarle--- y ya ha quedado claro que no se piensa mover. La consigna de la dirigencia del partido, y los veteranos como Obama o Pelosi, es cerrar filas con el presidente y cruzar los dedos. Pero, por si acaso, los demócratas están haciendo encuestas para medir cuánto ha alejado la posibilidad de victoria el pésimo desempeño de Biden en el debate del jueves. Antes que ellos ya ha hecho la suya la CBS. Y dice que el 72% de los estadounidenses opina que Biden debería jubilarse no porque tenga 81 años sino porque parece que haya cumplido ochenta más en estos cuatro años.
Carece de las facultades cognitivas que requiere el cargo, es el diagnóstico de la abrumadora mayoría de los ciudadanos.
Es verdad que entre ellos están los votantes de Trump. Pero es que entre los demócratas aplaude que Biden siga de candidato el 54%. Dices: mayoría. Sí, no sería mal resultado si esto fueran unas primarias.
Pero son unas presidenciales. Candidato del Partido Demócrata sólo hay uno. Si lo quiere sólo el 54% de su propia parroquia, la posibilidad de que Trump lo vapulee en noviembre es alta.
El New York Times, faro mediático de la izquierda en los Estados Unidos, dio ayer el paso de pedirle sin rodeos que lo deje.
Incluyó en su editorial alguna frase cruel: ‘El jueves luchó por rebatir las mentiras de Trump, luchó por explicar para qué quiere un segundo mandato, lucho por llegar al final de una frase’. Esto último duele. Casi tanto como añadir que el Partido Demócrata no puede enfrentarse a un mentiroso como Trump sin hacer antes un ejercicio de sinceridad con los estadounidenses y admitir que Biden no está capacitado para seguir.
A ver, si el presidente de los Estados Unidos hubiera seguido alguna vez con interés la política española siempre podría decir que también Sánchez perdió clamorosamente un debate electoral y, sin embargo, luego… (pausa) Ah no, que perdió las elecciones. Si Biden saca un voto menos que Trump, adiós presidencia. Allí, el juego es a cara o cruz. Como diría Ayuso, allí sí, allí sí es a cara o cruz.