El diario 'La Reppublica' acompañó ayer a votar a Bruno Segre, que usted no sabrá quién es y yo, hasta ayer que lo leí, tampoco. Bruno Segre es un turinés que nació en 1918. Es decir, tiene ciento cuatro años. El covid le ha pasado factura, se cansa más que antes, pero sigue con la cabeza en su sitio y con el Clio aparcado en la puerta, porque ahí donde le ven, aún es capaz de conducir.
El dottore Segre ha ejercido muchos años de abogado, periodista y activista de izquierdas. Como hijo de padre judío sufrió las leyes raciales de la Italia fascista en el 38; fue miembro de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial ---cuentan que recibió un disparo en el pecho y sobrevivió gracias a la pitillera de metal que llevaba en la chaqueta---, en los cincuenta defendió a objetores de conciencia y en los setenta hizo campaña a favor del divorcio.
La Constitución como instrumento defensivo de quienes no son poderosos
Digamos que tiene experiencia en ver subir y bajar gobiernos de todo signo. Le preguntan por Giorga Meloni ---gran protagonista de este lunes en Europa--- y por el inminente gobierno que tendrá Italia con presidenta de extrema derecha populista. Le preguntan que si le da miedo. Y el viejo Segre responde que no. Que 'fascismo y populismo son dos grandes enemigos de la democracia', y que a Meloni la ve poco versada en esencias democráticas, pero que 'ni el fascismo ni el populismo ganarán porque la Constitución es nuestro baluarte, la última defensa contra los posibles abusos de las mayorías'. Me gustó leérselo. Alguna vez hemos defendido aquí esta idea: la Constitución es la garantía de los derechos ciudadanos frente a los abusos de quien ejerce transitoriamente el poder. La Constitución como instrumento defensivo de quienes no son poderosos.
Ha habido elecciones en Italia, imagino que lo sabe. Y las ha ganado de calle la derecha. O las derechas. La alianza de tres partidos. Hermanos de Italia, que es como Vox pero con una señora al frente, Giorgia Meloni; la Liga, antes Liga Norte, que empezó como partido independentista y acabó gobernando todo el país; y Forza Italia, el que en otros tiempos fue el gran partido de la derecha italiana, berlusconiana, y que hoy va camino de ser residual. Ni los tres partidos ni su alianza es nueva: en 2018 ya se presentaron juntos y obtuvieron el 37 % de los votos. Ayer escalaron al 43%. Hermanos de Italia, 26,2%. La Liga, 8.9%. Forza Italia, 8%
El nuevo gobierno tripartito de derechas ---trifachito, que habría dicho Dolores Delgado, hoy flamante fiscal de sala--- echará a andar con el recelo de las instituciones europeas y la incógnita de cuánto tiempo aguantará. La duración media de los gobiernos de la República de Italia es de un año y pico. El más breve fue uno de Andreotti, nueve días. Él duró bastante más. Y el más duradero, uno de Berlusconi, que aguantó tres años. Igual por eso se ve a sí mismo Berlusconi, más que vivo ya, embalsamado, como el verdadero primer ministro en la sombra. Estaba en una comida con simpatizantes este fin de semana y alguien grabó lo que les decía. ¿Y qué les decía? Ah, que él tendrá que dirigir, en realidad, este gobierno porque ni Meloni ni Salvini han trabajado nunca, fuera de la política, se refiere. Incluso dentro. A la pregunta de si Meloni le da miedo, Berlusconi respondió: 'Un poco'. Pero también para eso se ofrece, para mantenerla a raya. Cómo no va a conocerla él, si la tuvo de ministra.
Va a ser como un reallity este nuevo gobierno tricefálico de Italia
Va a ser como un reallity este nuevo gobierno tricefálico en el que Berlusconi, así se escribe la historia, pasa por ser, de los tres, el moderado. Cuánto durará nadie lo sabe. Pero dure lo que dure, en Bruselas temen que pueda causar un notable destrozo al proyecto común. Aliándose con Orbán para socavar el proceso de armonización y aireando la cuestión migratoria como agujero negro de la solidaridad europea: esto de vincular la inseguridad con la inmigración y reprochar a los gobiernos del norte que se desentiendan de la llegada multitudinaria de extranjeros a la frontera sur de Europa.
Hoy Europa contiene el aliento
Hoy Europa contiene el aliento, dicen los cronistas, muy dados a este tipo de frases: contiene el aliento, Europa en vilo. Es verdad que la llegada de Meloni genera inquietud, pero probablemente lo que acabe sucediendo es que sea ella la que cambie, no la Unión Europea. Que alcanzado ya el poder, sea precisamente Europa quien atempere el extremismo populista de esta señora y de sus costaleros.
El poder como factor moderador. Y los socios europeos como red de seguridad. Acotando el margen de actuación del nuevo gobierno. Ejemplos recientes hay. De líderes que iban a refutar las reglas comunitarias para refundar una nueva Europa y acabaron siendo refundados ellos. Tsipras, en Grecia, de líder revolucionario a primer ministro casi socialdemócrata. Grillo en Italia, el Movimiento Cinco Estrellas que nació repudiando la casta, y el sistema, y hoy es parte del paisaje institucional, un partido tradicional de izquierdas con un líder que ya fue primer ministro, Giussepe Conte, y que aprobó, entre otras cosas, una amnistía fiscal. Podemos, en España, otro buen ejemplo. Iba a asaltar los cielos para reinventar el sistema y se quedó en compañero de viaje del partido más tradicional de España, el PSOE, sin tocarle una coma a la ley electoral. Y plegándose al criterio de la Comisión Europea en cada reforma que plantea. Comisión Europea de presidenta conservadora. Cómo habrá sido el proceso de asimilación que hemos escuchado a Yolanda Díaz citando a Sarkozy y a Luis de Guindos como fuentes de autoridad. Partidos que venían a bajarle los humos a las instituciones europeas y que hoy suspiran por recibir su aval: una palabra tuya bastará para sanarme, Úrsula. Parafraseando al viejo Bruno Segre, que Europa es hoy nuestro baluarte, la última defensa frente a los proyectos extremistas y excluyentes.
Y por cierto, en otras circunstancias, hoy la prensa estaría llena de artículos celebrando la llegada, por vez primera, de una mujer a la presidencia del gobierno de Italia. Otro techo de cristal que se rompe. Pero como la primera que llega es mujer, sí, pero extremista, de derechas y en su día admiradora confesa de Mussolini (ahora prefiere declarase admiradora de Tolkien) no hay celebración alguna. Más bien, lo contrario. Los artículos lamentan que el nuevo primer ministro no sea Enrico Letta, es decir, un hombre.