EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Menos mal que el contador es inteligente, porque vaya lío

Les voy a decir una cosa.

Si el contador es “inteligente”, sabrá cambiar la hora él solo, ¿no? Ya está aquí el último fin de semana de marzo en que pasamos del horario de invierno al de verano -seguimos estando en primavera- y nuestro país (tan dado a dividirse) se divide en dos: aquéllos que se hacen un lío con lo de “adelantar” “atrasar”, y aquéllos que desdeñan a estos por torpones mientras presumen de sabérselo todo sobre el cambio horario mientras asoma en sus rostros una sonrisa arrogante de autosuficiencia.

ondacero.es

Madrid | 28.03.2014 21:28

Ya, la mayoría sois de los segundos. Decís: “pues que a las dos serán las tres, no es tan difícil, hombre”. Muy bien, a las dos serán las tres salvo en Canarias, donde tienen una hora menos y un avión de más. Eso es lo fácil, pero si a las dos son las tres, ¿qué tarifa se le aplica a la electricidad de dos a tres de la mañana, eh? “¡Ninguna, porque las dos no existen!” Genial, y si no existen por qué dices que a las dos hay que cambiar el reloj. Empecemos a decirlo bien este año: las dos de la madrugada de este domingo no existen. Después de la una vienen las tres. Y en octubre, para compensar, existirán dos veces: después de la una serán las dos y después de las dos, también. Y gracias a ello, según los organismos oficiales, ahorraremos mucha energía, ¡bendita sea el cambio de hora!

Entre lo que vamos a ahorrarnos por hacerlo todo una hora más tarde (¿o es una hora antes?) y lo que vamos a dejar de pagar gracias al método Soriade tarificación eléctrica este año en Nochebuena cenamos pavo. Eso tiene prometido el gobierno: que con el nuevo sistema de precio en hora nos vamos a ahorrar los consumidores hasta un 3 % de lo que veníamos pagando.

El ministro ha aplicado el procedimiento opuesto al de los gallineros, se ha pasado meses incubando y sólo después -hoy- ha puesto el huevo, sin que eso haya evitado la sensación entre las compañías que producen, distribuyen y comercializan la electricidad, la sensación de estar avanzando, en terreno pantanoso, como pollo sin cabeza. Todo empezó con la subasta de Navidad, cómo olvidarlo, el gran sofoco porque la luz iba a subir un 10 % en el primer mes del año electoral de 2014.

El ministro anuló la subasta -perdón, invitó a la comisión de la competencia a ocuparse del tema- y denunció irregularidades en la fijación del precio. “Burda manipulación de la subasta”, dijo, sin alcanzar a señalar, de entonces a hoy, ni al manipulador ni el método empleado para hacer trampa. Pero todo eso ya es historia porque Soria se lió la manta a la cabeza e hizo camino por su cuenta -camino Soria-. Decidió enterrar la subasta para siempre y proclamó su intención de parir un sistema nuevo: la tarificación por hora basándose en el precio que marca el mercado mayorista, allí donde los vendedores de energía (productores, importadores) ofrecen su producto y los compradores (quienes comercializan al consumidor fiscal) se la compran a un precio que resulte interesante para ambos.

Como en ese mercado mayorista se fija precio para cada hora del día siguiente, el ministerio optó por trasladar eso mismo a la compra que hace el consumidor último (usted en su casa o en su empresa). La compañía que le suministra la luz, si usted así lo desea, tendrá que cobrarle el consumo de cada hora al precio que tenga esa hora. Dices: menos mal que el contador es inteligente, porque vaya lío. Hombre, si usted tiene a alguien con tiempo libre en casa y que se maneje bien con internet -un adolescente, por ejemplo-, lo pone a mirar cada día a cómo se va a pagar cada hora del día siguiente y que le haga un planing: “La lavadora, ¿a qué hora la pongo, niño?” “A las dos de la mañana es buena hora, mama”.

Y la madre, ahí, programándose el despertador para abrir el ojo a las dos, que no sabe si son las dos o las tres porque coincide con el cambio de hora. El padre, durmiendo a pierna suelta porque veinte años después aún no ha aprendido a poner una lavadora, ya le vale. Dice: “Que la ponga el niño cuando vuelva de marcha”. “El niño vuelve a las tres y tiene encargo de poner a precalentar el horno, que esa hora de luz es la más barata”.

Hace 15 días, decenas de distribuidoras y comercializadoras explicaron a Industria que es completamente imposible aplicar el nuevo sistema de fijación de precios de la luz porque requiere una inversión logística que lleva su tiempo. Contador inteligente hay mucha gente que no tiene. Todo lo que han conseguido es que Soria les dé tres meses para ponerse las pilas. Hasta entonces, primero de julio, podrán seguir aplicando el precio de enero. Que es lo que todas las grandes compañías, previsiblemente, van a hacer.

Esto del nuevo recibo de la luz habría sido lo más sonado del Consejo de Ministros de este viernes si no hubiera salido Montoro a proclamar el cumplimiento del objetivo de déficit público. Montoro, como tiene fama de audaz e innovador, ¿verdad?, no ha querido defraudar a sus fans y ha inventado hoy un novedoso concepto: el cumplir incumpliendo. Matemáticas básicas: el tope de déficit que nos consiente Bruselas es un 6,5 % de déficit público, según el cálculo del gobierno hemos hecho un 6,62 %. Pregunta: ¿hemos cumplido la tarea? Usted seguramente está pensando que no, porque tiene la extraña idea  de que 6,62 es más que 6,5, es decir, que nos hemos vuelto a pasar de lo permitido. Pero, créame, usted piensa así sólo por una razón: porque usted no es Montoro.

Si usted fuera el ministro -no me ponga esa cara- saldría hoy con cara de cum laude a aplaudirse quince minutos seguidos a sí mismo ¡por haber cumplido! Ole y ole y ole, qué más da una decimilla de más o de menos, hombre por Dios, ¡por una décima! A ver, si te dicen que no puedes pesar más de ochenta kilos y pesas ochenta con cien gramos, ¿has cumplido? Pues no. Has incumplido por la mínima. Salvo que el objetivo de déficit tenga una horquilla secreta de la que nadie ha oído hablar (aunque aquí ponga 6,5 digamos que es el entorno del 6,5), las matemáticas indican que hemos vuelto a incumplir. Por menos que otras veces, es verdad, pero la decimilla alguna importancia tiene. Una decimilla es lo que creció el PIB en el tercer trimestre de 2013 y el gobierno casi organizó una fiesta, o sea que deben de ser relevante.

El ministro, una vez anunciado el incumplimiento, se ha deshecho en explicaciones heroicas sobre el cambio de clima económico en España y lo equivocados que estaban aquellos titulares de abril que decían que el gobierno había tirado la toalla -aún le escuece a Montoro aquella rueda de prensa, casi tanto como le escuecen los informes de Cáritas. Lo más interesante, abriendo el foco para ver las cosas en perspectiva, es comprobar lo lejos que queda aquella devoción mariana por el déficit cero. Tenemos cada año todo el déficit público que nos dejen tener e incluso alguna decimilla más. ¿Alguien se acuerda cuando el objetivo para 2013 era del 3 % y el gobierno presumía de poder cumplir esa tarea; luego lo pasaron al 5,8 y el gobierno dijo: podemos. Al final lo pusieron en el 6,5 y de nuevo dijo: cómo no vamos a poder.

Se ha quedado en el filo, y aunque el discurso gubernamental de hoy consiste en celebrar que se ha cumplido con lo que dijo Bruselas está este otro posible discurso que dice que España, 2014, registra un desfase entre ingresos y gastos del 6,5 % del PIB -60.500 millones de euros- dos años después de consagrarse en la Unión Europea aquello de la regla de oro de la austeridad y dos años y pico después de que empezara a gobernar el actual gobierno. “Mamá, hazme una tarta que he sacado un cinco pelao”. “¿Y el sobresaliente para cuándo?” “Para otro curso, mama, que te pones muy pesada”.