El día en que causa baja ministerial Salvador Illa. Deja de ser ministro de Sanidad sin haber terminado la tarea que él mismo se impuso la semana pasada. Mira que lo dijimos: apúrese, ministro, apúrese, a ver si va a coger la puerta sin terminar de estudiar lo del toque de queda.
Lo vamos a estudiar... otros, porque él coge hoy la puerta sin haber sentido nunca la urgencia de atender a la petición que desde hace dos semanas le están haciendo los consejeros autonómicos: qué pesados los consejeros con esto del toque de queda adelantado, eh, como si la gestión sanitaria del país la llevaran ellos. (Ah, sí, que la llevan ellos). El aún ministro ni siquiera ha sentido la urgencia de explicar a los insistentes consejeros qué razones tiene para no entregarles un nuevo instrumento de restricción de movimientos. Todo lo que les ha dicho Illa es ‘ahora no toca’, que es frase más de Pujol que del PSC.
Y así se va a ir del ministerio. Sin estudiar lo de toque de queda. Sin comparecer en el Congreso. Y sin la auditoría independiente sobre la gestión política de la epidemia que le reclamó un grupo de científicos y que él prometió impulsar. A cambio, se va con un índice de popularidad elevadísimo tanto en conocimiento (casi todo el mundo sabe quién es) como en aprobación. Así se escribe la Historia: cuando Sánchez lo nombró hace un año, Illa no era más que la cuota del PSC en el gabinete. Le había caído Sanidad como le podía haber caído cualquier cosa. Estaba llamado a ser el hombre invisible en un ministerio sin mayores desafíos a la vista hasta que apareció la pandemia y lo cambió todo. Hoy es el segundo ministro mejor valorado del gobierno, 4,7 sobre 10, fruto seguramente más de su talante respetuoso y conciliador que de su acierto como ministro: porque sobre lo primero hay amplio consenso y sobre lo segundo hay división de opiniones.
Sus críticos dicen que poco se va a notar su ausencia en el gabinete porque es ahora cuando más de perfil se había puesto en la gestión de la crisis. Pero a la vez son sus críticos los que más le reprochan ahora que se vaya. A la táctica escapista de su último mes como ministro se añade ahora, dicen, la escapada definitiva.
El cálculo que ha hecho la Moncloa, y el propio Illa, es bien simple: de la epidemia (le quede mucho o le quede poco) se puede ocupar otro ministro porque lo gordo lo están haciendo los gobiernos autonómicos. Pero disputarle al independentismo catalán la victoria en las elecciones hasta el punto de hacer posible un gobierno no independentista sólo está en manos, según los sondeos, de Illa el salvador. Iceta no da para más y Ciudadanos se desangra. Hoy, desde luego, la epidemia es la prioridad absoluta de España. Pero si en Cataluña se consiguiera un gobierno no independentista, de aquí a unos años lo veríamos como un hito. Visto así, Sánchez ya está excitado porque se ve cambiando el curso de la historia... e Illa ya está resignado a que si el día 14 hay gatillazo purgará sus penas como diputado autonómico de oposición. Que comparado con ministro no es gran cosa.
El último boletín epidemiológico de su etapa como gobernante ofrece datos poco estimulantes. La incidencia acumulada cerca de 900 casos por cien mil, la ocupación de camas UCI en el 40 % y los fallecimientos diarios por encima de los 250.
Con estos indicadores, y los médicos alertando del riesgo de colapso, y la preocupación extendida entre la sociedad fatigada, el presidente Sánchez, que ayer se inventó una visita a la Agencia del Medicamento, eligió no decir ni media de todo esto. Su única referencia a la pandemia en el discurso de ayer fue para decir que después de ésta vendrán otras.
Y ya está. Quién le ha visto y quién le ve, al Sánchez de las homilías dominicales que nos daba instrucciones, consejos, recomendaciones. Ahora ni la incidencia, ni la presión hospitalaria, ni los 250 fallecidos diarios merecen una palabra en su discurso de exaltación de Salvador Illa.
Insiste Simón en que ya estamos descendiendo. La meseta. En que la velocidad de los contagios va a menos estos últimos días. Aunque la gravedad de la presión hospitalaria y el escenario de riesgo extremísimo en el que está todo el país hagan difícil percibirlo.
Una mañana más, ojalá esté en lo cierto el portavoz del ministerio para la epidemia. Que, por cierto, está en su derecho a calificar las preguntas que le hacen los periodistas y reprocharles que no transmitan bien lo que él dice.
Le habían preguntado al portavoz por la cepa británica. Y aquello que dijo el día 11 de que tendría un impacto marginal en nuestro país. Y es verdad lo que alega Simón: él dijo que había tenido un impacto marginal en el subidón de casos de las navidades, no que lo fuera a tener siempre. No fue un pronóstico sino un análisis a posteriori, pero como conjugó el verbo en tiempo futuro hubo quien lo malinterpretó.
A Simón lo que es de Simón. Él lo que dijo el día 11 es que el subidón de navidades no era por la variante británica sino porque habíamos tenido unas navidades demasiado buenas. Culpa nuestra, de la gente. ¿Quién será la gente sino nosotros?
Sí que lo son. La gente siempre son los demás. Ayer, por cierto, incidió en lo de la gente.
Por todas partes, fiestas por todas partes. No está bien que haya personas que se expongan frívolamente al contagio en lugar de protegerse, claro que no, pero de ahí a presentar unas fiestas en unas discotecas como prueba de que no cumplimos las restricciones que se nos imponen va un trecho. No hay Pachá en todos los pueblos de España. Es legítimo preguntarse si no será que el portavoz tiene una tesis previa (no hace falta conceder nuevas medidas a los gobiernos autonómicos) y se empeña en demostrarla aunque los datos no acompañen.
Sí que lo son. Pero podría parecer que en vista de que las medidas que ya se aplican no tienen el efecto anunciado se recurre al comodín éste de que es la gente la que no las cumple porque los gobiernos autonómicos no controlan. En perfecta sintonía con la postura política del ministro saliente.