A punto de estrenar el invierno. A punto de estrenar las navidades.
Y con el coronavirus este que nos ha arruinado el año empeñado en empañarnos ahora las buenas noticias. Llegábamos al final de 2020 con la buena noticia de que ha habido vacuna antes de lo que la Organización Mundial de la Salud calculaba en primavera, pero ahora aparece este revés que se llama nueva cepa, el virus mejorado ('mejorado' desde el punto de vista del virus, se entiende) que es capaz, aparentemente, de infectar más rápido y con mayor eficiencia.
Esto es lo que están estudiando los virólogos. En principio, no se trata de que la nueva cepa provoque daños más graves a los pacientes -bastante graves son ya los daños que causan las de antes, se refieren a que no es más mortal que lo que ya había-, pero sí que contagiaría más y con más capacidad para burlar el sistema inmunológico. Podría ser esta una -podría- de las explicaciones de la velocidad que ha alcanzado la epidemia estos últimos días en el Reino Unido, con récord de contagios en un mismo día este sábado, treinta y seis mil personas.
Al ministro de Sanidad británico, Hancock, le recordaron ayer en televisión que hace sólo unos días dijo que el virus estaba bajo control. Y le preguntaron si mantiene esa afirmación.
Tiene poco de usual que un gobernante admita que la situación está fuera de control, pero eso es lo que este fin de semana ha hecho el gobierno del Reino Unido. Confirmar que hay una nueva cepa que ha roto las previsiones y que ha tenido como primera consecuencia lo que aquí llamaríamos el confinamiento perimetral de Londres, es decir, que los residentes en la capital tienen prohibido moverse de la ciudad estos días.
En Londres y en las regiones con mayor incidencia de Inglaterra, se revierte el plan anunciado para Navidad y se prohíben reuniones de personas no convivientes, es decir, de hogares distintos. No hay excepciones ni para familiares ni para allegados. Sólo pueden compartir casa quienes la comparten el resto del año.
La segunda consecuencia que ha tenido la confirmación de esta nueva cepa es que gobiernos de países europeos prohíben la llegada de vuelos procedentes del Reino Unido. Lo ha hecho Francia, lo ha hecho Alemania, lo ha hecho Italia, lo ha hecho Bélgica. Francia no sólo ha cancelado los vuelos con el Reino Unido, ha limitado también la circulación en el eurotúnel, el transporte por carretera. La presidencia de la Unión ha convocado para esta mañana a los expertos nacionales para analizar lo que se está haciendo.
El Gobierno español aboga porque se coordinen las medidas, aunque anoche todo lo que anunció es que van a reforzarse las pruebas de PCR que se exigen a los viajeros procedentes de países de riesgo. No me pregunten qué significa reforzar la exigencia de PCR porque se supone que ya se le exigía a todo el que llegaba en avión del Reino Unido, pero es todo lo que hasta este momento se ha comunicado. España, y sobre todo Canarias, es destino preferente de los británicos en las vacaciones de invierno -temporada alta para la hostelería canaria-. A comienzos de mes, la esperanza era que el levantamiento de restricciones en el Reino Unido permitiera salvar en algo la campaña de Navidad y ahora llega este nuevo palo: la cepa que vuelve a ponerlo todo perdido de incertidumbre.
Con todo, y una cosa no quita la otra, la vacuna está aquí. Aplicándose ya en el Reino Unido, desde hace trece días, y a punto de empezar a aplicarse en la Unión Europea. Hoy bendecirá el producto de Pfizer la Agencia Europea del Medicamento, el sábado la compañía privada entregará su material al gobierno español y el domingo, si no hay cambios, tendremos ya a los primeros vacunados en nuestro país.
Entretanto, llega la Nochebuena y llega la Navidad. Con medidas distintas en cada comunidad autónoma (a unas se puede viajar, a otras no; en unas el tope es de seis personas, en otras de diez) y con el mensaje que reiteran los presidentes autonómicos: no confiarse y no olvidar que la epidemia sigue aquí.
Como Urkullu, como Ximo Puig, el resto de los gobernantes sobre los que recae (por decisión de Sánchez) la responsabilidad de organizarle las fiestas navideñas a sus gobernados insta a no desatender las medidas de autoprotección. Que protegen, también, a aquellos con quienes nos juntemos.
Jueves a las nueve de la noche, el discurso de Nochebuena del rey Felipe.
Sostiene Pablo Iglesias que este año, al terminar el Rey, se debatirá en los hogares españoles sobre Monarquía o República. Y que muchos ciudadanos se preguntarán a sí mismos qué son, si monárquicos o republicanos. Y nos dice el vicepresidente tercero (porque el primero es Iván Redondo y la segunda Carmen Calvo) que es bueno que las familias puedan debatir y que ni hay que tener miedo a que cada cual opine lo que le parezca. Agradecemos al señor Iglesias que bendiga como natural lo que, con naturalidad, lleva sucediendo en las familias y los hogares desde antes de que él naciera: cada cual opina lo que quiere y otra cosa no, pero debates en las cenas de Nochebuena no han faltado nunca. Si acaso el hogar donde menos debate se espera es el suyo, dada la coincidencia ideológica, política y profesional de sus miembros.
Que dediquen los españoles la noche del jueves a preguntarse si son monárquicos o republicanos entra más en los sueños navideños del vicepresidente morado. Aunque él no se lo crea, no siempre las inquietudes más urgentes de los ciudadanos coinciden con lo que a él le parece urgente o relevante.
El otro día dijo Tezanos, el ministro demoscópico del gobierno, que él pensaba que su encuesta reflejaría una mayor preocupación de los españoles por la monarquía. La mencionaban como problema principal el 0,3% de los ciudadanos. Metroscopia ha realizado un sondeo que refleja que el 74% de los españoles aprueba la forma en que el Rey ejerce su tarea, muy por encima del grado de respaldo que obtiene cualquier dirigente político. Obtiene el Rey su mejor nota desde 2018. Entre los votantes de Sánchez, el porcentaje de aprobación del rey sube al 79%. Para la mayoría de los españoles, entre los que no se encuentran Pablo Iglesias o Alberto Garzón, lo que está en tela de juicio no es la Monarquía parlamentaria como sistema, sino el comportamiento de Don Juan Carlos. Sólo entre los votantes de Podemos y los partidos independentistas el Rey suspende. Y sólo para ellos lo que está bajo sospecha es la Monarquía.
En la comparación entre el grado de confianza que cosecha el Rey y el grado de confianza que obtienen los dirigentes políticos sale ganando claramente el primero. No es descartable que en la cena del jueves, reducida por las circunstancias que ha traído el año, se debata más sobre cómo están gestionando los gobernantes la epidemia y la recesión que sobre si cada miembro de la familia es monárquico, republicano o ni una cosa ni la otra.