EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: El pionero en el arte del photoshop fue Goya

Les voy a decir una cosa.

Como la Reina es aficionada a retocar fotografías, sabrá que el pionero en el arte del photoshop fue Goya, donFrancisco, que en función de cómo soplara el viento le cambiaba, sobre la marcha, el uniforme y las condecoraciones al duque de Wellington o aprovechaba un cuadro que había dejado a medio hacer sobre Godoy para utilizar el cuerpo pero cambiándole la cara.

ondacero.es

Madrid | 02.05.2014 20:35

El aragonés era un hombre de su tiempo que intenta anticipar por dónde iba a ir la Historia para ponerse a cubierto. Siendo un señor afrancesado -que es lo menos que se podía ser a poco que amara uno la ilustración y la modernidad- acabó creando el icono de la resistencia del pueblo español contra el invasor gabacho: Los fusilamientos del tres de mayo, evocación (siete años después de ocurridos los hechos) de la ejecución de madrileños anónimos en la plaza de España la madrugada posterior al motín. Con “La carga de los mamelucos”, el cuadro pareja que refleja el amotinamiento en Sol sofocado por la temible unidad egipcia de las tropas napoleónicas, es la obra más recordada cada dos de mayo, al menos desde hace un siglo, porque en el XIX ambas obras estuvieron condenadas al aburrimiento en los almacenes del Prado, primero porque no le gustaban a Fernando VII -demasiado crudo lo que allí se reflejaba- y después porque nadie se acordó de que existían.

Hoy nos parece que siempre han sido cuadros clásicos terriblemente apreciados, pero su popularidad y su condición de testimonio de lo que ocurrió, son circunstancias mucho más reciente de lo que pensamos. La leyenda, que no es más que eso, de que Goya contempló la represión francesa desde su casa de la Puerta del Sol y que salió esa noche a contemplar también los fusilamientos en Príncipe Pío acompañado de su jardinero, ha contribuido a convertir los fusilamientos en una suerte de instantánea fotográfica, el documento periodístico, de lo que sucedió en aquella jornada. La historia, al final, es lo que sobrevive en la memoria colectiva como real, independientemente de que sucediera o no y de cómo sucediera.

Goya pinta sus cuadros, como las láminas de “Los desastres de la guerra”, muchos años después, cuando los franceses ya han perdido la guerra y se ultima el regreso a España de El deseado, el rey nefasto. Los pinta cuando aún permanece en el ánimo colectivo el orgullo de haber frenado a Napoleón y cuando aún se cree que Fernando VII rendirá tributo a Cádiz y las ideas liberales. Pronto perderá interés el monarca en conmemorar cada año esta fecha, iniciando así el guadianismo que ha acompañado, en la historia de España, la celebración de esta jornada. Cuando el monarca de turno coquetee con los liberales (los progresistas), renacerá el orgullo por la revuelta popular; cuando el monarca se apoye en los conservadores, pasará el dos de mayo sin pena ni gloria o se limitará, la evocación, a Daoíz y Velarde, los capitanes artilleros. De estos héroes con nombre y apellidos se destaca su condición de militares cuando el gobierno del momento repudia los movimientos revolucionarios; cuando el signo del gobierno cambie, será su alianza con el pueblo levantado en armas lo que sea subrayado.

Como cuenta Miguel Anxo Murado en su libro “La invención del pasado”, en el Madrid de la guerra civil del 36, el mito del Dos de Mayo lo asumieron como bandera propia ambos bandos. Para el Madrid que resistía, Daoíz y Velarde era motivo de inspiración por su “genio heroico” y porque representaban al ejército popular levantado contra el enemigo del pueblo. Para el bando franquista, el Dos de Mayo era un dieciocho de julio, el alzamiento nacional contra el dominio extranjero, hasta el punto de alumbrar la expresión “la internacional napoleónica” para identificar al francés que venía a apropiarse de España con la internacional comunista que manejaba a “los rojos”.

La historia, como bien sabe Artur Mas, varía según el momento, el siglo, la generación y el interés de quien la reinterpreta y la escribe. Lo que llamamos “el relato histórico”, lejos de ser una verdad objetiva, contrastada e incontrovertible, acostumbra a guardar más relación con el presente que hoy vivimos que con aquello que, hace siglos sucedió. La revuelta comunera de 1521 era una deslealtad felizmente sofocada para la España (más que “imperial”, parte de un imperio) de Carlos I. Hoy es visto aquel acontecimiento como precursor de la revolución burguesa, el levantamiento de las clases medias reclamando a la corona respeto a sus derechos.

El pueblo de Madrid no le dio particular relevancia histórica a los incidentes que se produjeron en Sol, en la Puerta de Toledo, en Monteleón, tal día como hoy de hace doscientos seis años: madrileños combatiendo franceses, los mamelucos cargando y a la noche, costumbre de la época, fusilamientos: cincuenta fusilados, trescientos cincuenta muertos en circunstancias diversas (entre ellos, Manuela Malasaña). Habrían de pasar muchos años antes de que el motín fuera elevado a la categoría de explosión popular en defensa de la soberanía única del pueblo español. El bicentenario del Dos de Mayo coincidió con el debate de actualidad, que aún dura, sobre la unidad de la patria española y el marco constitucional. Daoíz y Velarde emergieron entonces como paradigma de la nación frente a los devaneos nacionalistas y la ausencia de símbolos orgullosamente españoles. Estaba Esperanza Aguirre, entonces, al frente de la comunidad de Madrid. Seis años después, hoy por primera vez se ha ausentado de los actos oficiales en la Puerta del Sol. Donde la evocación de 1808 ha sido protocolaria y donde se ha hablado, más que del presente, del futuro incierto que se le presenta al partido que hoy gobierna la región y su capital, el PP que aún no confirma si presentará como candidatos a Ignacio González y Ana Botella.

La historia se cuenta, o se re-cuenta, dependiendo de cuál sea el presente y qué significado convenga dar a revueltas, insurrecciones y alianzas internacionales. La revuelta contra el francés de comienzos del XIX en Madrid, pasa a ser, a ojos del independentismo catalán, una expresión del nacionalismo español más rancio. La revuelta contra el francés, contra el rey francés, de comienzos del XVIII en Barcelona pasa a ser expresión máxima de la identidad catalana, el afán de independencia y las ideas más avanzadas. Como le habrá contado Artur Mas a Iñigo Urkullu en su cita clandestina de ayer en Ajuria Enea, las figuras históricas cambian de talla y de significado político de un siglo a otro sin que haya cambiado, en realidad, ni lo que hicieron ni lo que fueron. Daoíz, Velarde, el teniente Ruiz, Bravo, Padilla, Maldonado o Casanova.