Los estragos de las borrascas
Estrenando la semana en la que, si se cumple el pronóstico, empezará a rendirse la lluvia y dejará paso —más para el miércoles que para mañana— al sol, los cielos despejados y las temperaturas cálidas. Hoy, todavía colea la borrasca en el norte del país y todavía está el caudal de los ríos de la cuenca del Tajo muy por encima de su nivel habitual. Eso afecta a las provincias de Guadalajara, Madrid y Toledo. En ésta última son varios los puentes que están cerrados a la espera de que los ingenieros examinen su estado y garanticen que van a aguantar. Lo ocurrido en Talavera con el Puente romano da idea de la fuerza con la que el agua empuja los pilares. Pero también, de lo útiles que resultan ante crecidas los diques en las orillas y las obras realizadaspreviamente a lo largo de años en la ciudad. Coincidieron en destacarlo ayer, porque coincidieron en su visita a Talavera García Page y Núñez Feijoo.
No es en lo único que coinciden el presidente de Castilla La Mancha y el presidente del PP. De hecho, es probable que a estas alturas del gobierno Sánchez sean más las cosas en que coinciden que aquellas en las que discrepan. El debate incipiente de estos días de lluvia sobre las obras hidráulicas pendientes y la ausencia de un Pacto de Estado sobre el Agua (el plan nacional al que aludía ayer Feijoo), durará lo que dure la borrasca, o sea, dos días. En cuanto deje de llover y el terreno deje de estar inundado, las administraciones pasarán página y las obras seguirán pendientes. La única inundación de la que se seguirá hablando será la riada de octubre en Valencia, y más como carne de mitin que como acontecimiento que obligue a revisar la política hidráulica. Hoy comienza en el Senado una comisión de investigación sobre la riada. Han convocado primero a los técnicos porque pretende dársele a la cita un barniz de aprender de lo ocurrido y diseñar soluciones. Mucha sorpresa sería que la comisión no acaba siendo otro foro de disputa para ponerse a caldo unas administraciones a otras.
La única inundación de la que se seguirá hablando será la riada de octubre en Valencia, y más como carne de mitin que como acontecimiento que obligue a revisar la política hidráulica.
La idea de un gobierno idílico
Y comienza la semana en la que, aleluya, el Congreso de los Diputados celebrará un debate sobre la encrucijada que encara Europa desde que Trump dio un volantazo a la política exterior de los Estados Unidos.
Han pasado cinco semanas desde que Macronconvocó por primera vez a gobernantes europeos para responder al desdén con el que J.D. Vance había tratado a la Unión Europea en su discurso de Múnich. Cinco semanas. Ha habido cinco cumbres a las que acudido Sánchez (dos en París, una en Londres, dos consejos europeos), sin que el Parlamento español haya mostrado demasiado interés ni en reclamarle información ni en debatir sobre la postura española.
Érase una vez un presidente que prometió a los diputados, en su discurso para evacuar a Rajoy de la Moncloa, año 2018, hacer del Parlamento el centro de la vida pública de España y superar la etapa de ninguneo a que el gobierno del PP, según él, lo había tenido sometido.
Érase una vez un presidente que prometió a los diputados, en su discurso para evacuar a Rajoy de la Moncloa, hacer del Parlamento el centro de la vida pública de España y superar la etapa de ninguneo del gobierno del PP
Amaba el Parlamento aquel aspirante a presidente que predicaba los consensos y la relevancia de las resoluciones que aprobaba el Congreso. Luego ya fue presidente e inició un recorrido perseverante que le llevó a esquivar cuanto pudo al Parlamento, dejarle al margen de las principales decisiones de política exterior —Sáhara incluido— y hurtarle el debate obligado de cada año sobre los Presupuestos Generales del Estado del año siguiente. El mismo gobierno que defiende blindar en una ley la obligación de celebrar el debate sobre el Estado de la Nación, evita convocar ese debate año tras año y reduce al mínimo las comparecencias del presidente.
El miércoles pasa examen el presidente Sánchez en el Congreso. Bueno, sabiendo cómo plantea sus comparecencias, ya será él quien se dedique a examinar a los demás, en eso viene consistiendo su idea del control parlamentario al gobierno. Acude el presidente, con poco entusiasmo, a dar cuenta del Consejo Europeo del jueves, la reunión de gobernantes en la que Sánchez pinchó en hueso en las dos batallas que ahora libra: que se considere gasto en Defensa casi cualquier cosa y que la mayor parte del nuevo gasto nos lo pague Europa con cargo a la deuda de todos los ciudadanos europeos. No parece que esta vez recibieran sus subordinados a Sánchez en la Moncloa puestos en pie y con una ovación por su extraordinario desempeño. Más bien se vino sin conseguir lo que buscaba y urgido a esclarecer cuanto antes la velocidad y la cuantía del incremento del gasto militar de España. Si el resto de Europa tiene tan interiorizada la idea de que arrastramos los pies en este asunto —y que no es de ahora— puede que sea porque, en verdad, los hemos arrastrado siempre.
Sabiendo cómo plantea sus comparecencias, ya será él quien se dedique a examinar a los demás, en eso viene consistiendo su idea del control parlamentario al gobierno.
El presidente expondrá lo que los diputados ya saben —no por él, sino porque escuchan la radio y ven la televisión—: que el rearme, para el gobierno de España, es invertir en ciberseguridad y recursos para la UME.
Y saben los diputados, porque leen los periódicos, que la mayoría de los gobiernos europeos no está por la labor de cargar a la deuda común el gasto pendiente de países como España. Pero bueno, también saben los diputados que al presidente le resulta indiferente lo que ellos opinen sobre los gastos y los ingresos del Estado. El tono es el mensaje. Y el tono que empleó el jueves cuando le preguntó la prensa en Bruselas si se plantea adelantar las elecciones en vista de que carece de mayoría que le respalde los gastos lo dice todo.
Fue en este programa donde dijo el ministro Óscar López que el gobierno sí tiene mayoría social aunque a veces no tenga mayoría parlamentaria. Bien es verdad que no estuvo muy suelto a la hora de explicar cómo se mide la mayoría social si no es en el Parlamento. Pero el gobierno, como siempre, se declara tranquilo. Cuándo no. Lo reflejan las crónicas dominicales que beben en fuentes gubernativas. Y que dicen que el gobierno de coalición no peligra, aleluya. Diecisiete ministros están por aumentar nuestra aportación a la OTAN y cinco por salirnos de ella, pero en qué familia, ¿verdad?, no hay nostálgicos del bases, fuera. Añaden las fuentes que la mayoría parlamentaria ya no es imprescindible, mira tú qué bien, porque lo principal ya está hecho (deben de referirse a la investidura). Y los Presupuestos están bien como están aunque los aprobara un Parlamento diferente al de ahora: se elaboraron en 2022, es verdad; el mundo ha cambiado, es verdad; las urgencias económicas son otras, es verdad; pero qué necesidad habrá de ponerse a hacer números de nuevo sólo porque tengamos que sacar dinero para la Defensa de debajo de las piedras.
Qué necesidad habrá de ponerse a hacer números de nuevo sólo porque tengamos que sacar dinero para la Defensa de debajo de las piedras
Liberemos de esa ingrata tarea aritmética a la vicepresidenta uno, señora Montero, para que pueda dedicar todo su tiempo a recorrer Andalucía mitineando contra Juanma Moreno. Pudiendo corear estribillos contra los gobiernos autonómicos, pudiendo alumbrar ocurrencias tan celebradas como llamar al pacto presupuestario valenciano pacto del Ventorro, pudiendo celebrar con dos años y pico de antelación el regreso, supuesto, de Francina Armengol al gobierno de Baleares —anúnciese con tono de José Luis Moreno en Noche de fiesta— qué necesidad habrá de perder el sueño por circunstancias tan triviales como no poder sacar adelante ni un solo proyecto en el Congreso que no cuente con la bendición, previo pago del peaje, del responsable de la mayor crisis institucional que ha vivido España desde 1981. Aquí no se aprueba nada que no bendiga el residente en el extranjero Carles Puigdemont.
Qué necesidad habrá de perder el sueño por circunstancias tan triviales como no poder sacar adelante ni un solo proyecto en el Congreso que no cuente con la bendición, previo pago del peaje, del responsable de la mayor crisis institucional que ha vivido España desde 1981
