EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: La primera de las 43 historias empieza a tener un final

Les voy a decir una cosa.

Esto lo ha contado José Isabel, que es familia directa. Ha contado que cada vez que Alexander se cruzaba en la calle con un viejito le saludaba bajando la cabeza. “Como una reverencia”, dice, “una muestra de respeto porque así era él, un muchachito muy educado”.

ondacero.es

Madrid | 08.12.2014 20:28

Alexander es hijo de Ezequiel y de Delia. Lo era. En su casa han colocado un altar: un crucifijo, una fotografía de él y la camiseta del equipo de fútbol de El Pericón. Porque Alexander era, de afición, futbolista del equipo del barrio. Y de vocación, maestro. Se empeñó en ser maestro contra la opinión de su padre, que prefería que siguiera estudiando Desarrollo Regional en la universidad de Guerrero.

El padre, que trabaja de taxista con un coche que no es suyo y ha criado a sus hijos, fallecida la madre, en una casa con tejado de uralita y suelo de tierra, confiaba en que el joven siguiera viviendo allí, mientras estudiaba, para echar una mano en las tareas. Pero a Alexander se le había metido en la cabeza ser maestro y el padre, Ezequiel, acabó rindiéndose. “De acuerdo”, le dijo, “pero no hay dinero, habrás de valerte por ti mismo allá, en Chilpancingo”.

Chilpancingo de los Bravo, la capital del estado, es la ciudad más próxima (de entre las grandes, ciento ochenta mil habitantes) a la escuela de magisterio para hijos de campesinos pobres, la Raúl Isidro Burgos, más conocida por el nombre del pequeño municipio al que pertenece, Ayotzinapa.

Alexander, cuyos apellidos conoce hoy todo México, Mora Venancio, conoció allí, en la escuela, a los otros estudiantes: horas y horas de convivencia en las habitaciones comunes, tan colectivas como los baños, donde el agua siempre sale fría porque no hay calentadores. Con los otros estudiantes descubrió el activismo político, las manifestaciones, la costumbre que parar autocares y hacer bajar a los viajeros para pedirle al conductor (“persuadirle” mejor) de que los lleve a la ciudad a hacer colecta.

Con los otros estudiantes decidió el último viernes de septiembre cambiar Chilpancingo, a donde ya habían ido muchas veces, por Iguala, 250 kilómetros de viaje, más de tres horas.  Allí estaba anunciado, esa noche, el festival para la promoción de la familia que había organizado Mari Ángeles Pineda, mujer muy vinculada, por familia, al crimen organizado, aspirante a alcaldesa y esposa, de nuevo la familia, del alcalde en ejercicio, José Luis Abarca. La historia de lo que sucedió el 26 de septiembre ya está contada: los autocares interceptados por la policía local, los estudiantes obligados a bajar entre disparos, la entrega de todos ellos a un grupo de sicarios y el nunca más volvió a saberse de ellos. Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.

Ezequiel, el padre de Alexander, ha vivido estos dos últimos meses, en la escuela donde el hijo aprendía a ser maestro. Como los otros padres, ha peinado los montes de Iguala y de Cocula, ha participado en concentraciones, se ha reunido con el fiscal general y ha reclamado al gobierno de Peña Nieto que encuentre a los desaparecidos.  Setenta días de búsqueda; la incertidumbre minando el corazón y la cabeza, como si fuera una termita.

El sábado estaba en la escuela cuando le avisaron. De que había noticias, y no buenas. El primer resultado de adn acababa de llegar de ese laboratorio tan lejano, Innsbruk, en Austria, a donde fueron enviados los restos orgánicos que se encontraron en Cocula. “Un huesito y una muela”, ha contado Ezequiel, “es es todo lo que han podido examinar, suficiente para determinar que pertenecen a mi hijo, un hueso y una muela de Alexander”. La noticia la confirmó en público el fiscal general ayer por la tarde: “La coincidencia del ADN con el del padre y los dos hermanos indica que los restos son de Mora Venancio, estudiante de la normal, vecino de El Pericón, diecinueve años”.

La primera de las 43 historias empezó, así, a tener un final. La respuesta que, por más que se sospechara, por más que fuera largamente temida, se resisten a hacer suya lo padres, los hermanos, los amigos. Para la familia de Alexander Mora ya ha respuesta: muerto y destruido el cadáver, probablemente quemado en el basurero de Cocula. Ahora temen las familias que con uno valga por los 43. Que el Estado dé por esclarecido el asunto con una identificación y más de ochenta detenciones. Por eso fue Ezequiel,el padre, el primero en decir el sábado a las otras familias y a los estudiantes supervivientes que no se quedaran con él para darle consuelo, que volvieran a la calle a buscar y a denunciar: “no permitan que el gobierno entierre el caso sin haber podido enterrar nosotros a los muchachos”.

Chilpancingo de los Bravo, estado de Guerrero, está en la carretera que lleva desde la capital de México hasta Acapulco, la costa del Pacífico. Veracruz, tres veces más grande, está al final de la carretera que une el DF con Puebla y con Ciudad Mendoza, el golfo de México. Seiscientos kilómetros separan Ayotzinapa de Veracruz. Seiscientos kilómetros, y un mundo, separan la habitación compartida donde duerme Ezequiel Mora del World Trade Center en el que ha arrancado esta tarde la cumbre iberoamericana. Veintidós gobiernos convocados a una reunión que cada año pasa revista a la situación de Iberoamérica, y las relaciones entre los países que formamos parte de ella, y que oficialmente trata este años sobre cultura, educación y juventud. Reunión en la que ninguno de los gobernantes que asisten -ni los gobernantes ni los reyes- ha creído oportuno mencionar, siquiera de pasada, a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. No vaya a parecer que le quieren tocar las narices al anfitrión, Enrique Peña Nieto, presidente de México desde hace dos años y en la hora más baja de su popularidad (que nunca fue abrumadora) y de su crédito.

En ausencia de Dilma, de Cristina, de Raúl y de Nicolás (Maduro) los asistentes a la cumbre han empezado es tarde a compartir reflexiones sobre cómo cada uno de sus países, pese a las dificultades a que se enfrentan, está mejorando de manera muy clara. Empezando por el rey Felipe y el presidente Rajoy, sincronizados en su mensaje de que aquí, en España, las hemos pasado canutas pero hemos iniciado ya una etapa distinta que nos coloca nada menos que en cabeza de la recuperación europea. Entiéndase que nosotros nos recuperamos tímidamente mientras la zona euro no se recupera.

Ni Peña Nieto ni el resto de los gobernantes quieren que la sombra de Iguala empañe la muy publicitada cumbre. “La seguridad es un tema doméstico que sólo a México corresponde comentar”, dicen a coro los asistentes. Pero  Iguala está ahí, como está Ayotzinapa con sus 43 estudiantes malogrados. Seiscientos kilómetros no son nada. A mediados del mes pasado, en una de las manifestaciones por los desaparecidos que se celebró en este estado, un joven pronunció esta frase: “Ayotzinapa -dijo- lo cambia todo, también Veracruz”.