Lo que hoy se conmemora, en realidad, en el Congreso no es lo que sucedió un 23 de febrero, lunes, de hace cuarenta años, sino lo que ocurrió después. Lo que ocurrió el miércoles y lo que ocurrió el viernes. Viernes, 27-F. Dictadura no, democracia sí. La celebración popular del fracaso de la intentona reaccionaria.
La manifestación multitudinaria en Madrid, desde Embajadores hasta la plaza de las Cortes, con aquellos vivas finales que Felipe González le sopló a Rosa María Mateo y con el susto que se produjo en el paseo del Prado, cuando se fue la luz de la calle y los manifestantes pensaron que podía ser un atentado.
Lo que hoy se conmemora en el Congreso no es a Tejero. Es la pervivencia de la soberanía popular que la Constitución de 1978 consagra frente a quienes intentaron obligar por la fuerza a los diputados a investir a un general como presidente del gobierno. Se celebra que no alcanzaron su objetivo quienes urdieron, y ejecutaron, el secuestro de los ministros y de los diputados, del gobierno y del Congreso aprovechando que el Poder Legislativo estaba invistiendo a un nuevo presidente del Poder Ejecutivo.
Leopoldo Calvo Sotelo, candidato propuesto por el rey, consumó su investidura interrumpida y dirigió el país –-sorteando obstáculos-- hasta la convocatoria de las elecciones del año siguiente, en las que Felipe obtuvo la mayoría absoluta que le permitió lanzar la mayor operación de modernización democrática de España.
Todo eso es lo que hoy se conmemora en el Congreso.
Los que se ausentan son quienes se abstienen de celebrar hoy el naufragio del golpismo
No todos los diputados estarán presentes. Se ausentan los nacionalistas e independentistas vascos, los independentistas catalanes y los nacionalistas gallegos. Muchos de ellos, PNV, Esquerra, el Bloque, socios de investidura del actual presidente del gobierno. Son ellos, quienes se abstienen de celebrar hoy con los demás el naufragio del golpismo y la vigencia de la voluntad popular quienes habrán de explicar qué es lo que les molesta.
El de hoy no es un acto de exaltación de la corona. Es un acto de reconocimiento a quienes resistieron la embestida de los ultras y mantuvieron en pie la democracia. No entender eso es no entender nada.
El de hoy no es un acto de exaltación de la corona. Es un acto de reconocimiento a quienes resistieron la embestida de los ultras y mantuvieron en pie la democracia. No entender eso es no entender nada.
Si al rey Juan Carlos le correspondió el papel protagonista de desactivador del golpe es porque él era el jefe del Estado que los golpistas querían someter, era el jefe de las Fuerzas Armadas a las que casi todos ellos pertenecían y era la autoridad en cuyo nombre habían realizado el asalto. ‘En nombre del rey’, como escuchó tendido en el suelo un joven periodista llamado José Antonio Ovies.
Invocando al rey. Nunca fue un secreto que Tejero decía actuar en su nombre, o que Milans decía estar sirviendo al rey, o que Armada se ocupó de empujar a los dos para que la montaran y poder presentarse él luego como la solución al problema... que él mismo había orquestado. El rey fue el protagonista por todo eso y porque él, a diferencia del gobierno y del Legislativo, no estaba secuestrado por Tejero. Él sí podía actuar. Y actuó. Por muy republicano que uno sea, por muy independentista que uno sea, por muy de Podemos que uno sea, es inútil (y poco inteligente) negar la Historia.
Hace cuarenta años, el rey demostró haber entendido que la legitimidad de su corona no procedía ni su linaje ni de Franco
Hace cuarenta años, el rey demostró haber entendido que la legitimidad de su corona no procedía ni su linaje ni de Franco. Procedía del referéndum que dos años y medio antes había aprobado una Constitución basada en un régimen de monarquía parlamentaria en el que la soberanía nacional sólo residía en el pueblo. Demostró haber aprendido que él debía actuar justo al revés de cómo lo hizo su abuelo Alfonso. Si aquel toleró un golpe militar y se abrazó a la dictadura ocho años violando la Constitución del 76 y ligando así su suerte, y la de la corona, al régimen dictatorial (y así acabó Alfonso XIII), el nieto se desmarcó de los golpistas, desbarató el levantamiento militar y cumplió con la Constitución que había jurado defender. Mantuvo la soberanía donde estaba, en el pueblo.
La lección del año 23 la tenía presente el rey del año 81 porque la había mamado en casa. Es natural que ante la historia quedara aquel discurso como el del afianzamiento de la monarquía parlamentaria en España. O el comienzo verdadero de la etapa de estabilidad política y modernización del país que, a pesar de los esfuerzos de algunos actores políticos de estos cuarenta años, hoy permanece. Y es natural que el rey siguiente, Felipe, aprendiera a su vez que su legitimidad emana sólo de la Constitución del 78. Y que su primera tarea, como la de su padre en el 81, es cumplirla y defenderla de quienes intentan abortarla. Un rey agarrado a la Constitución, como dice el libro de Zarzalejos, porque sabe que sin la Constitución él no es nada.