EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Regreso al debate recurrente de la libertad expresión

Les voy a decir una cosa.

Arriesgándome a que Google se chive a Fernández Díaz y se presente la policía en mi casa, esta mañana puse en el buscador “dónde se compra uno un kalashnikov” y descubrí que esta misma pregunta se la hicieron en 2010 dos periodistas de un periódico de Bruselas.

ondacero.es

Madrid | 16.01.2015 21:23

Seis horas después de hacérsela, ellos ya tenían un AK-47 que les había salido por dos mil euros. Al día siguiente informaron a sus lectores del poco esfuerzo que les había costado dar con un traficante de armas de su ciudad y de cómo, además de Bruselas, otras ciudades belgas como Lieja o Charleroi, están consideradas en círculos criminales como supermercados europeos de armas prohibidas.

El tipo que les vendió los fusiles y la munición a los hermanos Kouachi se entregó él mismo a la policía belga en Charleroi. Al ser él quien tomó la iniciativa de descubrirse dejó abierta la duda de si, en caso de no hacerlo, habría alcanzado la policía a dar con él y cerrarle el chiringuito.

Un traficante de armas no es musulmán, ni cristiano y yihadista ni etarra ni nada —qué era Trashorras, salvo el empleado de una mina de la que salía la dinamita en bolsas de deportes-, el traficante es un tipo que hace dinero abasteciendo a quien desea matar de las herramientas para poder hacerlo. No pregunta qué van a hacer con ellas, sólo qué necesitan para darles precio. Tener localizado, controlado (e infiltrado) ese mercado ha sido siempre una de las claves de la lucha contra la delincuencia organizada y el terrorismo. No se puede crear por decreto, huelga decirlo, un registro de clientes del mercado negro de armas. Pero tener detectados a estos tipos que abastecen de armas a quienes pretenden hacer salvajadas viene a ser la vacuna que, en manos de policía y servicios de inteligencia, impide que lleguen a cometerla. Si algo están reprochándose a sí misma las policías de Francia y Bélgica es no haber detectado esa compraventa de armas.

Hoy la autoridades belgas han dicho que desconocen de dónde ha salido el arsenal que tenían los grupúsculos (o células) que han sido desmantelados entre ayer y hoy en ese país. Había armas, había material explosivo y había uniformes policiales. Oficialmente no ha relación alguna entre los trece detenidos de Bélgica, los doce detenidos en Francia y los dos que han sido arrestados en Alemania. Y aunque la fiscalía belga sostiene que su investigación empezó hace varias semanas, cabe intuir que el intercambio de información de estos días, y el haber incurrido en comportamientos similiares (aun no conociéndose unos a otros) haya permitido detectar y neutralizar a estos grupos de islamistas.

Iban a golpear en cuestión de horas o de días, ha dicho el gobierno belga. Que a renglón seguido anuncia doce medidas legales nuevas para combatir el yihadismo (doce, como el gobierno Rajoy aquí, en España): coincide el número y coinciden muchas de las medidas: que sea delito viajar a zona de conflicto a enrolarse en organización criminal, que lo sea adiestrar para matar e incitar a hacerlo, que se pueda acusar de terrorismo aun no perteneciendo el sospechoso a banda alguna. Las policías comparten información y los gobiernos comparten propuestas legales con las que sofocar la ansiedad de una opinión pública que ahora tiene la impresión de que los episodios yihadistas, de pronto, se multiplican.

Francia, Bélgica, Alemania. Pretender que en España no hay riesgo cierto de que ciudadanos de aquí traten de golpearnos es no querer entender que el riesgo está, claro que está, sólo que hasta la fecha el trabajo de policía y servicio de inteligencia ha permitido neutralizar los planes criminales de estos tipos.

Tras el fugaz debate público sobre el registro de viajeros o la prohibición de la mensajería cifrada -Cameron y el WhatsAppp- ha regresado el debate recurrente: si reírse en portada de Mahoma es libertad de expresión u ofensa inaceptableria, si Charlie Hebdo tiene tanto derecho a reirse de lo que quiera como a tener presente que, al hacerlo, se está buscando que alguien le responda…violentamente. No cabe sorprenderse de que volvamos a las andadas en este asunto porque ya ocurrió cuando las caricaturas se publicaron por primera vez en aquel diario belga.

El atentado de Charlie Hebdo y el horror que provocó causó, en las primeras horas, la falsa impresión de que nadie discute la inocencia de la revista injustamente atacada, pero a medida que la sangre se va secando, ca afloran de nuevo las voces que vienen a sugerir que el Charlie Hebdó se lo ha buscado. Entre esas voces, la del Papa. El Papa Francisco. Que nunca dijo Je suis Charlie. Y que tampoco parece muy convencido de que, ante una ofensa, haya que poner la otra mejilla.

Violencia no, por supuesto, dice el Papa, pero… (ah, el Papa también recurre al pero), pero…es normal que si tú me ofendes yo te suelte un puñetazo. Es normal, repitió el Papa. Si no quieres que te maten, dibujante, no andes ofendiendo las creencias religiosas de nadie.

El martes el líder de los clérigos de Egipto, que condenó el atentado contra Charlie Hebdo el día que se produjo, pidió a la publicación que no haga más caricaturas y no se ría más de Mahoma. Hacerlo, dijo, sólo trae consigo más odio y menos diálogo. Ese día la mayoría de los comentaristas consideró que era inaceptable la declaración del clérigo porque -interpretaban- era una clara amenaza al semanario que debía traducirse en estos términos: como publiques, volverán a golpearte. Inaceptable. La diferencia entre lo que dijo el martes el imán egipcio y lo que ayer ha dicho el Papa es…el comentario que la frase ha merecido a los opinadores.

A ningún jerarca de confesión religiosa alguna le parece aceptable ofender las creencias de sus fieles. Y en casi todos los casos, tampoco les parece aceptable ofender a los fieles de las otras religiones. A los propios creyentes les parece inaceptable que se les ofenda desde los medios ridiculizando sus creencias o sus prácticas, aunque acostumbran a ser más comprensivos cuando la supuesta ofensa afecta a los creyentes de confesiones distintas a la suya.

¿Puede un líder religioso ofender a quienes no profesan religión alguna atacando el laicismo como una encarnación del mal, identificándolo con la degradación moral del ser humano? ¿Puede un no creyente declararse ofendido por una diatriba papal contra el ateísmo? ¿Como si, por ejemplo,  le hubieran mentado a su madre?